Autonomía Relativa

Vivir en el pasado

Ya van siete meses de gobierno lopezobradorista y su eje son los demonios de campaña. No importa si es la cultura, la ciencia, la luz, el gas, el deporte o el petróleo.

Uno de los pasos más difíciles que le toca a un político, a un candidato, es ganar la elección y ejercer el poder. Quedan atrás los años de campaña –uno o veinte, los que fueran– y el reto hacia adelante siempre será más complicado que la vida en campaña, que consiste en la denuncia sistemática y en la oferta de soluciones sencillas a problemas complejos. Para López Obrador la situación no ha sido sencilla, no sólo por lo heredado –lastres innegables de corrupción e irresponsabilidad, dispendio y componendas– sino también por la ya palpable y comprobable ineficiencia e ineptitud de sus colaboradores (el caso de Alfonso Durazo fue evidente la semana pasada).

La apuesta de López Obrador era en muchos temas –lo dijo desde su campaña–, que el solo ejemplo del titular del gobierno bastaba para lograr cambios enormes no solamente en una conducta de la burocracia –que sin duda puede ser impactada por un ejemplo– sino incluso a cambiar a los delincuentes, lo cual raya en la ingenuidad (por decirlo de manera elegante). Nada de eso ha pasado todavía. Las respuestas a los retos cotidianos, a los problemas que se presentan constantemente es la misma: es que los del pasado nos dejaron un cochinero, es que los del pasado… Lo cierto es que este gobierno vive en el pasado y por eso le resulta difícil avanzar.

Ya van siete meses de gobierno lopezobradorista y su eje son los demonios de campaña. No importa si es la cultura, la ciencia, la luz, el gas, el deporte o el petróleo. No hay manera de que algo se pueda diseñar bien porque los de atrás, porque los de antes… la gente se está cansando de esa respuesta porque el voto, a sabiendas de lo difícil que puede ser manejar al país, fue para que precisamente las cosas dejaran de ser como antes y no que ese pasado fuera un pretexto para no hacer nada, un bloque que inmoviliza al país. El asunto de la Policía Federal permitió ver el desorden que priva en el gobierno de México. Se puede decir que las prácticas nocivas en ese cuerpo vienen de antes, sí, pero el problema laboral lo generó este gobierno. Al escuchar a Durazo uno se da cuenta que la primera humillación al cuerpo policiaco fue ponerles ese jefe. Se sabe que nunca se ha reunido con los policías, vive escondido atrás de los militares. Durazo dijo que este gobierno es de "una extraordinaria buena fe" y como ejemplo acusó a los policías de ser liderados por un secuestrador, habló de la enorme corrupción en ese cuerpo y dejó ver que los controlaba ¡Felipe Calderón!, que fue presidente hace doce años. En la justificación de su incapacidad Durazo habló del pasado una y otra vez y lanzó el reto a los medios solicitando que le dieran un nombre, uno solo, de un civil que pudiera dirigir la Guardia Nacional. Eso, en boca del jefe de la Policía, es una capitulación. Para hacer más grande el problema anunció que revelarían cuestiones de corrupción en ese instituto –otra vez el pasado. ¿Y qué anuncian? La compra de equipo pagado a sobreprecio el sexenio pasado. Claro que es importante y qué bueno que se sepa y se castigue a los responsables, pero ¿eso significa que la Policía es corrupta? ¿Los que demandan derechos laborales y respeto compraron el sistema en cuestión? Esa es "la extraordinaria buena fe" del gobierno: decirles corruptos y podridos a los policías. Mientras se refugian en el pasado, el conflicto que crearon en el presente ha sido entero obra propia.

El caso de la Policía es un referente de los problemas que genera este gobierno y cuya única salida es culpar a los de siempre. No superan a Calderón. No tienen horizonte, nada más saben voltear hacia atrás. Mientras el presidente no se decida a gobernar, será difícil avanzar. Y nadie puede avanzar significativamente si vive anclado en el pasado.

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