Juan Antonio Garcia Villa

El beisbolista fenómeno

Juan Antonio García Villa indica que al menos un par de cosas han de reconocerse a López Obrador: su férrea tenacidad en lo que emprende y su enorme gusto y afición por el juego de pelota.

Jamás se me ha olvidado aquella enorme portada de la revista Life en español, quizá de 1960 o 1961, en la que aparece Fidel Castro con su uniforme de beisbolista y sus arreos de cátcher. Conferencia cerca del montículo con el popular líder revolucionario Camilo Cienfuegos, pitcher, quien poco tiempo después desapareció misteriosamente en el cielo de Cuba y por ende del escenario político de su país. De esta manera eliminó Castro al que veía como su principal rival interno.

La portada de esa revista y la leyenda que a partir de entonces se tejió fuera de Cuba, a muchos hizo creer que Fidel Castro era poseedor de un enorme talento para jugar a la pelota, como llaman en el Caribe al deporte rey.

En el formidable libro sobre la historia del beisbol en el país antillano, titulado La gloria de Cuba, escrito por Roberto González Echavarría, eminente académico de Yale nacido en la Isla, escribe a manera de anécdota lo siguiente:

Dice que cada vez que le mencionaba a algún norteamericano que estaba escribiendo ese libro (verdaderamente excelente, por cierto) lo primero que le comentaba "era sobre las supuestas hazañas de Fidel Castro en ese deporte, y la ironía histórica de que, si los Senadores de Washington o los Gigantes de Nueva York lo hubieran firmado en los años 40, la Revolución cubana nunca habría ocurrido".

Afirma González Echavarría, reconocido crítico literario, que se trata de una versión totalmente falsa, urdida por un periodista norteamericano de cuyo nombre hoy nadie se acuerda. Y que desde luego jamás se cuenta en Cuba "porque allí todo el mundo sabría en seguida que es una patraña. Es preciso dejar bien claro -escribe el autor- que Castro jamás recibió propuesta alguna de un equipo norteamericano y nunca alcanzó en este deporte el grado de notoriedad que podría haberle granjeado la atención de un reclutador experto".

Señala asimismo González Echavarría que "no existe constancia alguna de que Castro jugará jamás -y mucho menos en posiciones estelares- en ningún equipo. Nadie ha encontrado en los archivos ni una sola foto de un equipo de pelota en la que figure Castro".

Sin embargo, hay norteamericanos que dan por verdadera esa insostenible versión. Entre otros un amigo y colega del propio González Echavarría en Yale, el reconocido historiador John M. Merriman, quien la recoge en uno de sus libros.

Lapidario, el autor concluye: "Los cubanos saben que Castro no fue pelotero; aunque al llegar al poder en 1959 se disfrazara con el uniforme de un equipo bufonesco denominado Barbudos y jugara algunos topes (encuentros) de exhibición".

Aunque Castro, socarrón, dejó correr la versión de haber sido prospecto de Grandes Ligas, él nunca lo dijo y mucho menos lo presumió.

Viene lo anterior con motivo de que en días pasados, en el entorno de la inauguración del nuevo y espléndido Salón de la Fama del beisbol mexicano en Monterrey, el presidente López Obrador dijo: "Jugué beisbol con los grandes de mi pueblo, siendo todavía estudiante de primaria y en secundaria era prospecto para las Grandes Ligas, no es por presumir".

Su afirmación fue sin duda una broma, ciertamente no de mal gusto pero sí con tintes de inocencia. Porque al menos un par de cosas han de reconocerse a López Obrador: su férrea tenacidad en lo que emprende y su enorme gusto y afición por el juego de pelota. Qué bien. Pero, ¿prospecto de Grandes Ligas? Ni remotamente.

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