Amarres

Sobrevive el anacronismo mediático

De la participación de los candidatos presidenciales en televisión, Jorge Castañeda señala que los entrevistadores no han entendido que se trata de dejar que el invitado responda.

Las 'entrevistas'/debates entre/con candidatos a la presidencia en la televisión han generado muchos comentarios a lo largo de los últimos días, incluso por parte de algunos de los participantes. Los organizadores han justificado los formatos y los desempeños de los candidatos y de los entrevistadores o adversarios. Por su parte, los partidarios de los candidatos lógicamente han manifestado su disgusto con la forma en que fueron tratados sus gallos, y con el trato que recibieron sus rivales. Hasta aquí, nada más que normal.

Con un pequeño detalle. En otros países, donde, como se imaginará el lector, también hay elecciones, televisión y programas especiales en campaña, los comentarios siempre giran en torno a los protagonistas, a saber, los candidatos. En Francia o en Chile, la comentocracia y los políticos intercambian puntos de vista sobre lo bien o lo mal que se manejó Piñera o Macron, Guillier o Le Pen. En Estados Unidos, con campañas más largas y un mayor número de precandidatos, las páginas editoriales, los blogs y las redes sociales se nutren de perspicaces y sabias opiniones sobre la agilidad de Hillary Clinton y la pasión de Bernie Sanders, la insolencia de Trump o la pasividad de Jeb Bush. Casi nunca leeremos o escucharemos puntos de vista sobre Wolf Blitzer o Charlie Rose (antes de su desaparición de la pantalla), de Joe Scarborough o Sean Hannity, de Lesley Stahl o Christiane Amanpour. Si realizan bien su trabajo, serán, como los árbitros deportivos: invisibles.

Por desgracia, esto no sucede aún en México. Más allá de las individualidades y las diferencias evidentes entre los participantes en Tercer Grado, Milenio, etcétera, los programas fueron tanto sobre ellos mismos como sobre los candidatos. No ha sido posible todavía llegar a una normalidad mediática, aunque los moderadores del primer debate presidencial se acercaron a ella. Los periodistas o académicos presentes en la televisión aún no aceptan que su papel consiste en dejar que el invitado responda a preguntas incisivas y con seguimiento, pero al final que el centro de atención es él (o ella). No es necesario interrumpir, presionar, gritar o tratar de lucirse a costa del invitado; es un invitado.

En las mesas de debate de los lugartenientes de los candidatos, se vale interrumpir e intimidar, cuando se puede. Asimismo, en las mesas redondas (por ejemplo, La Hora de Opinar, los lunes a las 10, en Foro TV), es perfectamente aceptable que todo el mundo hable a la vez, aunque entonces no se suele entender nada. Pero en ambos casos, impera una relación entre pares: entre los suplentes de los candidatos, o los mismos de siempre en las mesas redondas.

No es el caso de los candidatos: son diferentes, en todos los sentidos. No son los pares de los entrevistadores. Uno de ellos va a ser presidente. Vale la pena recordarlo, no en aras de la cortesía o la reverencia, sino de un simple y sano realismo. A eso, no hemos llegado.

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