Jorge Berry

Sin salida

El destino de William Barr está inexorablemente ligado a Trump, y será el primero de esa fallida administración en pasar una temporada tras las rejas.

El fiscal general de Estados Unidos, William Barr, ha tenido unas semanas difíciles recientemente, y el panorama hacia el futuro no mejora.

La mala racha comenzó aquella tarde en Washington, al inicio de las protestas por la muerte de George Floyd en Minneapolis. El presidente Donald Trump, en su afán por presentar una imagen de fuerza, decidió tomarse una foto frente a una iglesia cercana a la Casa Blanca, y para ello había que evacuar el trayecto y el lugar de la foto, que hervía con manifestantes indignados.

De manera francamente bizarra, Barr se declaró al mando de la operación, que incluía Guardia Nacional, algunos elementos de las Fuerzas Armadas, policía local, y un desconocido grupo de choque, que apareció con uniformes sin insignias, que se negó a identificarse, y que fue el responsable de lanzar agentes tóxicos para dispersar a los manifestantes.

Después trascendió que pertenecían al FBI, agencia que reporta directamente a Barr, y el propio Barr reconoció después que él los mandó.

La semana pasada, el Departamento de Justicia de Barr sufrió dos reveses inesperados en la Suprema Corte de Justicia; uno, sobre la facultad de las empresas de despedir empleados por su orientación sexual, los ministros eliminaron de manera definitiva esa facultad; el otro, amplió indefinidamente la estancia en territorio estadounidense de los jóvenes del programa DACA, y esa derrota, dijeron los ministros, se debió a una deficiente técnica jurídica en la presentación del caso.

Esto ocurrió luego de la renuncia del abogado general del Departamento de Justicia. También renunciaron ya las cabezas de la división Criminal y Civil del Departamento.

Luego, vino la publicación del libro de John Bolton, el exasesor de seguridad nacional de Trump, quien afirma, entre otras cosas, que Barr conspira de manera rutinaria con el Presidente para obstruir la justicia, citando el litigio de un banco turco, que fue detenido por Barr, presuntamente a instrucciones de Trump. Barr trató de detener la publicación del libro de Bolton, pero perdió en la Corte.

Y luego está la Fiscalía del Distrito sur de Nueva York. Esta oficina es la que llevó el caso de Michael Cohen, el abogado personal de Trump que fue sentenciado por delitos electorales, de los que Trump es también culpable. Llevan también la investigación sobre Rudy Giuliani, el otro abogado de Trump, por sus actividades en Ucrania siguen el caso de los socios de Giuliani, Lev Parnas e Igor Fruman, y son el último bastión de independencia investigativa del país.

La renuncia

El viernes, Barr anunció la renuncia de Geoffrey Berman, cabeza de la oficina, y nombró a uno de sus incondicionales. El sábado, Berman desmintió su renuncia, y dijo que no se iría. En ese caso, dijo Barr, haré que el presidente Trump lo despida, y horas después, Trump dijo, "¿y yo, por qué?", que era asunto de Barr, que él no tenía que ver.

Barr y Berman llegaron a un acuerdo: Berman finalmente renunció, pero a la cabeza de la oficina quedó su mano derecha, Audrey Strauss, quien ocupará el puesto hasta que el Senado confirme a su relevo definitivo. Pero eso se ve complicado. Lindsey Graham, director del comité de Justicia del Senado, aunque es un rabioso trumpiano, dijo que no romperá el protocolo, y no procederá ninguna confirmación que no lleve el aval de los dos senadores de Nueva York. Ambos son demócratas.

Y ahora, Jerry Nadler, director del comité Judicial de la Cámara baja, abrió una investigación sobre el despido de Berman, y llamará a Bill Barr a declarar. Barr, con toda seguridad, se negará a presentarse, y arrancará otra batalla legal.

William Barr ya no tiene para donde hacerse. Su destino está inexorablemente ligado a Trump, y me temo que será el primero de esta fallida administración, en pasar una temporada tras las rejas.

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