Opinión Jorge Berry

Segundo juicio

La recopilación mostró el discurso de Trump, instando a la multitud a dirigirse a la sede del Poder Legislativo, comenta Jorge Berry.

Pocos momentos han mostrado el dramatismo crudo que ofreció la primera audiencia en el juicio de destitución de Donald Trump, expresidente de Estados Unidos. El Senado es la sede del juicio, pero también la escena del crimen. Trump está acusado de incitar a sus seguidores a tomar por la vía violenta las cámaras de Representantes y Senadores para detener el proceso de transferencia pacífica del poder, y mantenerse así en funciones. La insurrección, pues.

Un grupo de representantes demócratas, encabezados por Jamie Raskin, cumplen las funciones de fiscales. Empezaron su presentación el martes, mostrando un alarmante video de 13 minutos, a manera de documental, para mostrar gráficamente los detalles del asalto al Capitolio del 6 de enero de este año. La recopilación mostró el discurso de Trump, instando a la multitud a dirigirse a la sede del Poder Legislativo, donde se realizaría el conteo de los votos electorales.

Trump tenía alguna esperanza, aunque remota, de que su vicepresidente, Mike Pence, quien presidía la sesión en el Senado, desconociera el resultado. Pero Pence sabía que no contaba con las facultades constitucionales para hacerlo, y así se lo comunicó a Trump, quien en el discurso mencionado lo llamó "traidor".

Esto enfureció aún más a la turba, que se fue sobre el Capitolio pidiendo la cabeza de Pence, y de paso, la de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara baja.

Lo que pasó después no tiene antecedentes históricos. La turba, armada de palos, tubos, bastones de hockey, asta banderas, algunas armas de fuego y más armas blancas, se fue sobre las barreras policíacas, y empezó a coser a golpes a cualquiera que se opusiera. Un policía resultó muerto. Otro quedó afectado mentalmente por golpes en la cabeza. Otro perdió un ojo. Dos más se han suicidado desde entonces. Las escenas del documental son imborrables. El vikingo sentado en la presidencia del Senado. El cuello rojo con los pies en el escritorio de Pelosi, escribiéndole un mensaje. El policía prensado en una puerta, gritando de dolor, mientras los insurrectos lo quieren planchar. Escenas que si ocurren en Myanmar o Nigeria, tendrían al mundo horrorizado, y que en Estados Unidos eran impensables. Pero en estos tiempos, ya todo es posible.

Esta presentación de los demócratas continuará en los próximos días, tratando de recordarles a los senadores el pánico y la impotencia que todos sintieron aquel día. Y espero que recuerden que no fueron los únicos. Hay, literalmente, miles de personas que trabajan en el Capitolio, y que son quienes hacen funcionar las oficinas de los legisladores. Todos ellos también estuvieron en peligro. Cientos sobrevivieron encerrándose en las diversas oficinas de las cámaras, pero el recuerdo del miedo que sintieron, no los dejará jamás. Hubo en total cinco muertes, pero pudieron ser cientos.

Aun así, parece que no habrá los votos suficientes en el Senado para condenar a Trump, y este hecho llama la atención. Primero, porque la sanción más grave, que es la destitución, ya no es vigente. Segundo, porque la siguiente sanción, que es el impedimento de ocupar puestos públicos en el futuro, se puede lograr sin un juicio de destitución. ¿Por qué entonces los republicanos no votarán en contra de Trump?

La ecuación republicana incluye la posibilidad de que un voto contra Trump les cueste la carrera política. Nadie sabe si conservará el arrastre que tiene en lo que nuestra empresaria cuatrotera llama "la base de la pirámide", pero de ser así, el precio a pagar en la próxima elección primaria será altísimo. El problema es que los candidatos puramente trumpianos, como la impresentable Marjorie Taylor Greene, de Georgia, necesitan distritos totalmente rojos para ganar elecciones nacionales.

Si los republicanos no reconocen los cambios demográficos en su país, están condenados a no volver a la Casa Blanca en décadas. Estados Unidos ya es otro.

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