Jorge Berry

Pobres de nosotros

Con la cuarta transformación, por desgracia, estamos viendo un regreso a nuestra histórica vocación de víctimas.

La capacidad de los mexicanos para asumirnos como víctimas goza de cabal salud. Esta narrativa, perpetuada por la historia oficial a través de los libros de texto gratuitos, va, más o menos así: Los pueblos originarios indígenas vivían en México una vida plena, llena de cultura y civilización donde todo era felicidad. Entonces llegaron los malvados españoles, nos conquistaron, nos saquearon, nos impusieron su religión y sus costumbres y nos ocuparon casi 300 años. Por ello, somos víctimas. Pobres de nosotros.

Otra: Los malditos gringos nos quitaron la mitad del territorio nacional. El traidor, vende patrias de Santa Anna se entregó a los generales de Estados Unidos y por un puñado de oro, como Judas, les regaló lo que era nuestro. Por ello, somos víctimas. Pobres de nosotros.

Una más moderna, aunque esta todavía no aparece en los libros de texto. No dudo de su próxima incorporación: Los desalmados neoliberales controlaron México durante 35 años en beneficio de los malévolos empresarios, sojuzgando al pueblo bueno y desatando guerras que han provocado un baño de sangre en el país. Por ello, somos víctimas. Pobres de nosotros.

Si dudan de las intenciones del aparato del Estado de perpetuar esta narrativa, sólo hay que ver las declaraciones de la flamante senadora por Morena, Jesusa Rodríguez, quien, vestida cual moderna Frida Khalo, afirmó que comer carnitas era celebrar la caída de Tenochtitlán, porque los españoles trajeron los cerdos a América. ¡Por Dios!

Es grave descontextualizar la historia con fines políticos. Todos conocemos la postura oficial de la historia de México sobre Hernán Cortes, pero el tema es mucho más complicado, como lo explican los historiadores Úrsula Camba y Alejandro Rosas. No fue el diablo. Fue simplemente un hombre de su tiempo, y así hay que verlo. Tenía superioridad tecnológica sobre los mexicas, pero también colaboración de pueblos indígenas oprimidos por Tenochtitlán que le ayudaron a vencer. Pero preferimos el rol de víctimas.

Hace menos de 100 años, Japón sufrió Hiroshima y Nagasaki. Dos bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos, y me parece imposible siquiera imaginar la devastación de ese pueblo. Tendrían muchos mejores motivos para sentirse víctimas de los gringos que nosotros. Prefirieron ver hacia el futuro, y ponerse a trabajar en lugar de lamentarse eternamente. En escasos 50 años, Japón emergió como potencia económica mundial, logrando un nivel de bienestar para sus ciudadanos que para nosotros ha resultado inalcanzable.

Prácticamente todos los países derrotados en la II Guerra Mundial emergieron del conflicto peor posicionados que México, y con más y peores agravios nacionales que nosotros, pero todos nos dejaron atrás. España misma, bajo el yugo del franquismo, supo superar esa etapa e integrarse, con sus altibajos, al concierto internacional de naciones cuyo objetivo principal es crear las condiciones para que sus ciudadanos prosperen. Todos las aprovecharon.

¿Y nosotros? Lentamente, con accidentes en el camino, pero se iba avanzando en ese sentido. La única forma de lograr abatir la pobreza es creando empleos, no repartiendo ayudas. Lo intentaron los Kirchner en Argentina, sostuvieron 10 años esa política, pero acabaron quebrando al país.

Ahora, por desgracia, estamos viendo un regreso a nuestra vocación de víctimas. Desde el púlpito presidencial, se reparten culpas a diestra y siniestra escoriando a los causantes de nuestra 'desgracia' nacional. La lista, la conocemos. Los empresarios, la prensa fifí, los neoliberales (ya muertos por decreto), los conservadores, los expertos y los corruptos.

De todos ellos, somos víctimas. Así nos gusta. Mejor eso que trabajar. Pobres de nosotros.

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