Jorge Berry

Pandemia electoral

En Estados Unidos hay elecciones presidenciales el 3 de noviembre, que ya están siendo afectadas por la emergencia sanitaria, y que será un factor más que relevante a la hora de emitir los votos.

Dicen, con razón, que la vida será distinta después de la pandemia de coronavirus. A saber cómo será la nueva realidad. Pero lo que vemos todos los días son los cambios a nuestra vida actual. Ahora nos preocupa si nos aislamos o no, cómo entretener a los niños que no tienen escuela, con quién encargarlos mientras se va al trabajo, tratar de minimizar las posibilidades de contagio, cambiar los patrones de compras de insumos, en fin. En México, por lo menos, no tenemos que preocuparnos aún por el frente electoral, puesto que no habrá actividad hasta el próximo año, con el proceso federal intermedio.

En los Estados Unidos, en cambio, hay elecciones presidenciales el 3 de noviembre, que ya están siendo afectadas por la emergencia sanitaria, y que será un factor más que relevante a la hora de emitir los votos.

Vamos por partes. El martes hubo primarias en tres estados, Arizona, Florida e Illinois. Ohio, que estaba programado para votar, pospuso su proceso hasta junio. La lucha por la candidatura demócrata quedó prácticamente sellada, con victorias aplastantes de Joe Biden sobre Bernie Sanders en los tres estados en juego. La ventaja de Biden es ya de más de 300 delegados.

Vale la pena analizar los patrones de votación. Para mi sorpresa, tanto en Florida como en Arizona hubo más participación ahora que en 2016. Esto se explica con el voto adelantado y por correo. Un enorme volumen de votos se emitió de esa manera, y por ello no fueron afectados por la crisis de salud. En Illinois, en cambio, donde no hay una tradición de voto anticipado, disminuyó la afluencia a las urnas en comparación con 2016. Esto abre un debate nacional urgente. ¿Se puede blindar la elección presidencial de noviembre ante le emergencia?

Muchos piensan que las medidas restrictivas y la sensación de peligro que sienten ahora muchos ciudadanos, se habrá reducido o hasta desaparecido para noviembre, pero nadie lo sabe. Por ello, hay ya senadores que están hablando de crear un sistema electoral enteramente postal, cuando menos para poderse implementar en caso de emergencia. Se exploran también posibilidades de votación remota, aunque resulta difícil asegurar la limpieza total del proceso bajo esas circunstancias en estos tiempos de bandidaje cibernético.

Ante todo, los demócratas están urgidos de un plan B, porque, por increíble que parezca, temen que el presidente Trump, de continuar la emergencia, tendría el poder de posponer la elección, alegando la imposibilidad de llevar un proceso parejo. Trump ha hecho ya tantas barbaridades que parecían imposibles, que es perfectamente capaz de hacerlo si los números previos le son adversos, como parece probable.

Lo cierto es que el coronavirus debilitó a Trump más que su cercanía con Vladimir Putin, presidente de Rusia, más que el proceso de destitución y más que su generalizada corrupción, porque le pega donde más duele: en la economía.

El costo económico del coronavirus desapareció el mejor argumento reelectoral que tenía Trump. La emergencia sanitaria, si se cumplen los modelos matemáticos, debe reducirse a casi nada por junio o julio. Pero para entonces, ya la economía de Estados Unidos, y la del mundo entero, habrá sufrido un daño que tomará mucho más tiempo reparar, y que los demócratas tratarán de aprovechar al máximo para vencer a Trump.

El peor enemigo del presidente Trump es, sin duda, el presidente Trump. Cada conferencia de prensa en la que habla del coronavirus servirá para hacer un nuevo comercial, ridiculizando sus respuestas, y hay unas joyas.

Si los demócratas no se ponen las pilas, y se unen apoyando a Joe Biden desde ya, perderán una oportunidad inmejorable, y la historia nunca los perdonará.

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