Jorge Berry

Naufragio a la vista

Trump, muy a su estilo, tomó una decisión intempestiva respecto a intervención turca a Siria, sin considerar las consecuencias, porque está acostumbrado a seguir sus instintos.

Comentaba hace una semana en este espacio la desastrosa decisión de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, de dar luz verde al dictador turco Tayyip Erdogan para iniciar una intervención en Siria con objeto de, digámoslo claro, exterminar a la población kurda que representa, según el turco, una amenaza para su país. En solo una semana, la situación se ha deteriorado a tal grado, que ya resulta una amenaza para la estabilidad, no solo de la región, sino del orden geopolítico.

Trump, muy a su estilo, tomó una decisión intempestiva, sin considerar las consecuencias que podría acarrear, porque está acostumbrado a seguir sus instintos en lugar de seguir el proceso, enojoso para él, de informarse, de aceptar puntos de vista diversos, y llegar así a conclusiones ponderadas. Es otro sello de líderes populistas autócratas. Ahora, las cosas se le han puesto al rojo vivo.

Turquía lanzó su ofensiva sobre la frontera siria, no con sus tropas regulares, aunque tiene el Ejército más numeroso de OTAN después del de Estados Unidos. Prefirió usar milicianos sirios, muchos de ellos provenientes del ejército islámico, y comenzó la carnicería. Los kurdos, ante la traición y el abandono de Estados Unidos, no tuvieron más remedio que pedir y aceptar una alianza con Bashar al-Assad, el presidente sirio, a su vez aliado con Rusia. Con ello, se produjo una movilización inmediata de Siria y sus aliados hacia la frontera con Turquía, con el resultado de que, en menos de una semana, en las bases militares que ocupaban las fuerzas estadounidenses, ahora ondea la bandera rusa.

Las hostilidades no han cesado. Sirios y turcos tratan de controlar el mayor territorio posible. Assad lleva, literalmente, años tratando de establecer control de su gobierno sobre esa parte del territorio, y hasta ahora tiene la oportunidad. Erdogan, por su parte, trata de sostener el mayor número de posiciones posible, porque sabe que serán cartas que tendrá bajo el chaleco para la inevitable negociación que se acerca.

El problema para Estados Unidos, y para los aliados de la OTAN en general, es que ya no serán factor en esa negociación. El propio Erdogan ya anunció sus intenciones de regresar a Moscú para hablar con quien realmente tiene la sartén por el mango, y ese alguien se llama Vladimir Putin. Sí, el mismo Putin que es el principal proveedor de armamento para el ejército turco, el mismo Putin que por fin, después de mucho batallar, vuelve a ser factor de poder en el medio oriente ante el inexplicable vacío que deja Estados Unidos.

Mientras, en Washington, ante la lluvia de críticas hasta de los propios republicanos, Trump anunció sanciones económicas sobre Turquía, el retiro de 50 armas nucleares que Estados Unidos mantiene en la base aérea de Incirlik, (no está claro que la maniobra sea permitida por Turquía) y la visita de una delegación encabezada por el vicepresidente Mike Pence y el secretario de Estado Mike Pompeo para dialogar con Erdogan y convencerlo de detener su ofensiva. Pero Erdogan, seguramente con la grabación de su llamada con Trump bajo el brazo, dijo que no recibirá a ninguna delegación, y que si quieren hablar, que venga Trump. Sabemos que la palabra de Trump no vale mucho, pero es claro que la comprometió con Erdogan, y éste no lo dejará olvidarlo.

Este es el tipo de emergencia que todos temían que produjera un presidente errático, desinformado e ignorante como Trump. Le llega, además, en el peor momento. Las audiencias en el Congreso, el desfile de testigos y documentos que confirman la enorme y brutal corrupción de Donald Trump, lo dejan en una posición de extrema debilidad tanto en su país como ante el mundo. No es poca cosa. El orden político internacional lleva 70 años dependiendo de Estados Unidos, y hay apreciables grietas que pueden desembocar en una peligrosa inestabilidad mundial. Sobre todo, si Trump sobrevive la destitución y resulta reelecto. Y aunque no sea así, habrá que ver si su sucesor o sucesora tiene los tamaños para enderezar un barco que, hoy por hoy, parece encaminado al naufragio.

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