Jorge Berry

Lo urgente

En teoría de riesgos uno aprende que primero hay que atender lo urgente. Ya después, lo importante. Pero esta lección básica parece no impactar a la clase política.

Casi todos los analistas piensan que enfrentaremos una realidad radicalmente diferente al salir del coronavirus. Y es muy posible que, sobre temas globales, como medioambiente y geopolítica, así sea. Pero lo que no se puede cambiar ni por mil pandemias es la naturaleza humana. Esa no cambiará, y será una constante hasta la extinción de la especie.

Ese debe ser el enfoque para moldear las respuestas de una sociedad amenazada. No todos los países cuentan con instituciones sólidas para enfrentar el reto. Me explico:

Hace unos días, un grupo de personas, duramente castigado por el confinamiento a causa de la pandemia, decidió poner 'minirretenes' en el Eje Central Lázaro Cárdenas, una de las principales arterias de la Ciudad de México. Pedían una contribución monetaria, porque el aislamiento les impedía trabajar, y no tenían qué comer. Casi todos los ciudadanos comprendieron que, en cualquier momento, estaban expuestos a sufrir lo mismo, por lo que dieron lo que pudieron.

El tema no puede pasar desapercibido, ni en México ni en otros países con niveles de desigualdad similares. Cuando no se tiene qué comer, cuando no hay forma de cuidar de los hijos, el ser humano es capaz de cualquier cosa con tal de sobrevivir. Es la naturaleza humana, y es instintiva, no es razonada.

En teoría de riesgos, uno aprende que primero hay que atender lo urgente. Ya después, lo importante. Pero esta lección básica parece no impactar a la clase política.

En esta crisis del coronavirus hay dos asuntos urgentes: el principal es la estructura de salud, para atender a los infectados y contener el contagio. Inmediatamente después, garantizar una estructura de supervivencia para quienes, sin enfermarse, resultan directa y dramáticamente afectados por la pandemia. Estados Unidos, que tiene la peor respuesta de salud ante la pandemia, y es el país con más muertes y más contagios, por lo menos tiene un sistema de seguro de desempleo que mitiga, en parte, lo peor de la pandemia. Hay casi 40 millones de desempleados que están protegidos por el seguro. Brasil, en cambio, enfrenta graves escenarios tanto económicos como de salud. Ni controlan la pandemia en aras de mantener la economía abierta, ni detienen el alud de empresas quebradas y empleos perdidos. Las favelas, devastadas por el virus y por el hambre, pueden explotar en cualquier momento.

Por el estilo

México anda por el estilo, pero debido a otra realidad. Si bien el instinto y la desesperación llevan al ser humano a romper todas las reglas para sobrevivir, existen también muchos inhibidores, como la presión social y las leyes, que de aplicarse, sirven de bache a las conductas extremas. En México, esos inhibidores se han debilitado.

La cultura del crimen organizado ha infectado a algunos, demasiados, sectores de nuestra juventud. Bajo esa premisa, la ley no existe. Se opera bajo las reglas del capo en turno, pero esas reglas sí se aplican, y romperlas cuesta la vida. En ciertos círculos es ya hasta socialmente deseable pertenecer a las élites de la delincuencia. La filosofía en boga en los grupos de sicarios y narcos, es 'Voy a vivir poco, pero lo poco que viva, lo viviré bien'. Concepto trasnochado que habría que erradicar.

La famosa 'nueva realidad' será sólo una respuesta de la humanidad de siempre a una crisis de salud.

Toca a los gobiernos establecer parámetros para que la 'nueva realidad' no se salga de control. El gasto tiene que ir a insumos de salud, y a comedores comunitarios antes que a cualquier otro proyecto. Los ciudadanos no tolerarán sufrir el hambre mientras se erige una refinería o un aeropuerto, y a la primera distracción entrará en acción el crimen organizado, tratando de seguir ganando espacios territoriales. Del gobierno depende esculpir la 'nueva realidad'. No estoy optimista.

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