Jorge Berry

Despacio, que voy de prisa

Un gabinete sin experiencia y la velocidad con la que su líder, Andrés Manuel López Obrador, ha querido implementar sus reformas, han desatado un clima de caos en varios sectores.

La prisa es mala consejera. Nos pasa a todos. Cuando hacemos algo, como decía mi abuela, "a la carrera", generalmente los resultados no son los mejores. Es un defecto que empieza desde la escuela. ¿Quién no recuerda haber hecho una tarea de prisa? Acaba uno entregando un trabajo que, con suerte, resulta medianamente aceptable, pero que igual puede significar una reprobada.

Algo similar le está ocurriendo al joven gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La combinación de un gabinete sin experiencia y la velocidad con la que su líder ha querido implementar sus reformas, han desatado un clima de caos en varios sectores. La narrativa del gobierno que ha tratado de atajar esta situación, no siempre ha tenido éxito.

La prisa, incluso, ha sido un argumento que el propio presidente ha usado para justificar medidas cuya legalidad está en duda. La primera de ellas, la consulta popular para consumar la cancelación de la obra del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. ¿Por qué no se apegó a la legislación en materia de consultas? Es que tenía prisa. Habría que agregar, además, que si la consulta se hubiera hecho apegada a las leyes en la materia, tendría que haber esperado dos años y que la realizara el INE, lo cual ponía en duda el resultado que buscaba. Toda la controversia de la consulta se pudo haber evitado si el presidente toma la decisión de cancelar. Tenía las facultades para ello, y los costos políticos de todas formas acabaron en su cuenta.

Otra política de la nueva administración que se aplicó al vapor, y que no ha ayudado en nada a un arranque de gobierno saludable, es el despido masivo y a rajatabla de miles de servidores públicos en áreas técnicas y especializadas del gobierno federal. En el espíritu de implementar la famosa "austeridad republicana" de manera inmediata, se privilegió la lealtad por encima de la eficiencia. Funcionarios inexpertos (y baratos) recibieron encomiendas urgentes que no supieron ni pudieron aplicar. Es el caso de Pemex. Personal de confianza fue despedido sin ninguna evaluación de por medio. En vez de hacer una investigación seria, identificar a los corruptos en la infraestructura de Pemex, no solo despedirlos, sino castigarlos, y así sanear la operación de la empresa, se tomaron decisiones trascendentes sin aprovechar el beneficio de quienes estuvieron ahí por años.

Los resultados están a la vista. El combate al robo de combustible es esencial, pero también lo es la manera de hacerlo. El desabasto en medio país, de no solucionarse pronto, tendrá costos altísimos para la economía, pero también atenta contra uno de los pilares de la filosofía de López Obrador, que es el bienestar ciudadano. El presidente está operando bajo el supuesto de que su capital político es inacabable, pero todo tiene un límite.

La crisis del combustible también ha demostrado que la estrategia de comunicación del gobierno empieza a sufrir. Descalificar como "poco serio" al Wall Street Journal es peligroso. Es un medio con un enorme prestigio internacional que no tiene interés en tomar partido en México. Un pleito gratuito, que el presidente tiene perdido desde que lo planteó, vulnera su imagen y credibilidad internacional, que ya de por sí quedó en entredicho, al alinearse con Cuba, Nicaragua y Bolivia en apoyo a una brutal dictadura en Venezuela.

Es imperativo para el presidente, ahora sí con prisa, solucionar el desabasto de combustible, antes de que empiece a repercutir en otras áreas, como la distribución de alimentos y medicinas. Aquí sí ya no hay margen de maniobra. Un desabasto de productos básicos escalaría el problema, afectando seriamente la imagen de México en el exterior, y creando una impresión de ingobernabilidad. Andrés Manuel López Obrador lleva mes y medio en el poder, y no se puede dar ese lujo.

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