Jorge Berry

Ahora es Boulder

De nuevo la tragedia de un ataque armado contra población civil en EU. Esto mismo ha ocurrido antes en cualquier lugar donde se reúne la gente sin medidas de seguridad.

En una espiral interminable, de nuevo la tragedia de un ataque armado contra población civil en Estados Unidos. Esta vez, fue en Boulder, Colorado, en un supermercado/farmacia llamado King Snoopers. El lunes pasado, algunos ciudadanos compraban alimentos, otros esperaban vacunarse contra el Covid-19, cuando un sujeto de nombre Ahmad Al Aliwi Alissa, de 21 años, abrió fuego con un arma automática, y mató a 10 personas, incluido un policía.

Esto mismo ha ocurrido en conciertos, escuelas, cines, centros comerciales, y en cualquier lugar donde se reúne la gente sin medidas de seguridad. Y con muy contadas excepciones, sólo ocurre en Estados Unidos.

También, como siempre, después de un incidente de este tipo, los políticos lamentan la tragedia, rezan por las víctimas, pero a la hora de tomar acciones drásticas para, por lo menos, reducir estos episodios, nunca aciertan. Es un peculiar concepto de la libertad que tienen ciertos grupos estadounidenses lo que detiene las acciones.

La teoría, que abraza la derecha extrema de Estados Unidos, trumpistas incluidos, es que es esencial proteger el derecho a poseer y hasta portar armas para la defensa personal y de la familia, y si el precio a pagar es de cientos o miles de muertes al año por arma de fuego, pues bien vale la pena.

Cómo han logrado que permanezca este pensamiento medieval en Estados Unidos hasta ahora, es uno de esos misterios que tendrán que contemplar los historiadores. Porque se autoengañan quienes navegan con la bandera de que "las armas no matan gente; la gente mata gente". Estados Unidos tiene, por mucho, el más alto índice de muertes por arma de fuego del mundo. También tiene la legislación menos restrictiva en cuanto al comercio de armas. Allá se pueden comprar y vender armas de todo tipo, incluyendo automáticas, que disparan docenas de cartuchos por segundo, con un poder de destrucción sólo justificable en una guerra. En buena medida, esa facilidad del comercio de armas en Estados Unidos explica el poderoso armamento con que cuentan los cárteles mexicanos.

El espíritu de John Wayne y el viejo oeste permanece enquistado en el alma estadounidense, y no se lo pueden sacudir.

El 15 de marzo de 2019, hace poco más de dos años, se produjo un incidente similar en dos mezquitas en Nueva Zelandia, en donde un supremacista blanco mató a 50 personas e hirió a otras 40, con un arma de alto poder que trajo desde Australia. De manera fulminante, la primera ministra Jacinda Andern presentó legislación draconiana para impedir la posesión o compra de armas de fuego sin pasar por estrictos controles de seguridad. No hay que decir que lo que pasó hace dos años allá es hoy prácticamente irrepetible.

Volviendo a Estados Unidos, cada que hay un incidente de este tipo, se intenta restringir o controlar al menos la posesión de armas. Donald Trump, cuando llegó a la presidencia hace cuatro años, desmanteló lo poco que se había avanzado. Levantó incluso, y esto es difícil de creer, las restricciones para la venta de armas a personas con disturbios mentales.

Ahora Joe Biden enfrenta su primera situación de violencia masiva desde que llegó a la presidencia. Los hechos del lunes en Boulder hicieron reaccionar a la Casa Blanca, que anunció que apoyaría controles más estrictos para el registro de armamento. Es para dar risa. Legislativamente, no tiene ni siquiera al total de los 50 senadores demócratas, por lo que una iniciativa con la más mínima restricción es, prácticamente, imposible de pasar.

¿Qué se necesita para que los legisladores reaccionen? La mayoría de los ciudadanos apoya la legislación. Eso debería ser suficiente.

PD. Esta columna estará de vuelta el jueves 8 de abril.

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