Jorge Berry

Bielorrusia

Sabemos cómo empiezan las dictaduras y los gobiernos autoritarios, pero no cómo acaban.

Timothy Snyder, autor de Sobre la tiranía: 20 lecciones del siglo XX, dice que la tiranía es un fenómeno internacional. El historiador estadounidense piensa que las tiranías se dan como ciclos en la historia del hombre, y que ahora vivimos un momento especialmente peligroso. No le falta razón.

Los comentarios de Snyder surgieron a raíz de los sorprendentes acontecimientos en Bielorrusia, una de las exrepúblicas soviéticas.

El presidente de Bielorrusia es Aleksander Lukashenko, y lleva en el poder desde 1994, cuando se independizó la república. De entonces para acá ha encontrado la forma de mantenerse en el poder, ya sea a través de legislación aprobada por un Congreso que él mismo impuso, o con elecciones altamente irregulares. Los resultados oficiales de la más reciente elección, en 2020, le dieron la victoria con 74 por ciento del voto a su favor. No hubo observadores internacionales, ni un proceso medianamente creíble, por lo que Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Europea no reconocen a Lukashenko como presidente, ni al Parlamento como órgano representativo de la ciudadanía.

Si bien no es la primera vez que hay descontento con un resultado electoral en Bielorrusia, nunca había habido protestas generalizadas como ahora. Bielorrusia tiene una población de 10 millones de personas, y Minsk, la capital, se ha visto sacudida como nunca con manifestaciones masivas.

La historia nos ha enseñado que cuando se cuestiona a un gobierno autoritario, aparece la represión. Desde la elección ha habido, en un cálculo conservador de la prensa local, unos 15 detenidos, con casi 500 casos de tortura documentados, incluyendo golpizas y violaciones a mujeres. La policía, pues, desatada.

Como todo buen dictador, Lukashenko detesta a la prensa. Bueno, no a toda. Él, como otros autócratas, también tiene a una prensa que “se porta bien”, como dice el presidente de México de sus paleros, pero eso es otro tema. Un periodista en particular, Roman Protasevich, le resultaba especialmente molesto. Desde antes de la elección en 2020, Protasevich tuvo que abandonar Minsk y refugiarse en Lituania. Ello no impidió que, como cabeza de su medio, siguiera publicando la verdad sobre Lukashenko, y la manera como se robó la elección. Protasevich también documentó gráficamente varios casos de tortura.

Pero los tiranos no olvidan. Menos, si tienen el apoyo incondicional de un vecino de nombre Vladimir Putin.

El sábado pasado, despegó del aeropuerto de Atenas el vuelo 4978 de Ryanair, una aerolínea de bajo costo. Su destino era Vilnius, la capital de Lituania. Momentos después de cruzar sobre el espacio aéreo de Bielorrusia, el avión recibió la orden de desviarse, y aterrizar de emergencia en Minsk, pues había una bomba a bordo. No era pregunta, como demostraba el Mig de la Fuerza Aérea bielorrusa que empezó a escoltar el vuelo. Un nervioso capitán informó a los pasajeros, y uno de ellos, Roman Protasevich, sabía muy bien el motivo verdadero de la desviación.

Al llegar a Minsk, el avión fue retenido siete horas, y luego le permitieron despegar a Vilnius. Faltaban dos pasajeros: Protasevich y su novia, Sofía Sapega, fueron arrestados. Luego apareció un video de Protasevich ‘confesando’ sus crímenes.

La reacción internacional ha sido rápida e inequívoca. Bielorrusia queda aislada, y se une a Ucrania como espacios aéreos prohibidos para los vuelos comerciales. Excepto, por supuesto, Rusia. Putin extendió su felicitación a Bielorrusia por “aplicar la ley”.

Con todo, Lukashenko se tambalea. Las protestas en Minsk arrecian, pero queda claro que Moscú no permitirá otra Ucrania. De por sí, con el gobierno de Biden en Estados Unidos, la tensión internacional con Moscú está preocupante. Una intervención del Kremlin en Minsk es posible.

A esto llevan las dictaduras y los gobiernos autoritarios. Sabemos cómo empiezan, pero no sabemos cómo acaban.

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