Entorno Económico

Rojos y naranjas

Con indicadores nacionales de nuevos casos diarios de Covid-19 y decesos asociados todavía sin una relajación, el riesgo de una nueva ola de contagios se agudiza.

Resulta extremadamente complicado juzgar a cabalidad las diversas estrategias de reapertura económica emprendidas en distintas latitudes del globo. Se experimenta en tiempo real y se elaboran controles de daños sobre la marcha. Las estrategias parecen al menos tener tres comunes denominadores: tránsito gradual hacia menores restricciones de convivencia e interacción económica, esfuerzos de objetividad en los criterios de pase y disposición a dar marcha atrás en caso de repunte en los casos nuevos de Covid-19. En esta lógica, predomina el reconocimiento del gran dilema entre la contención y aplanamiento de los casos dentro de la capacidad hospitalaria propia y los costos económicos asociados al encierro. En México, esta semana las autoridades han decidido aventurarse en un esfuerzo más decidido de reapertura, modificando criterios en el sistema de alertas. Destaco a continuación tres grandes retos implícitos en decisiones específicas en efecto esta misma semana.

Primero. Se opta por conciliar con autoridades estatales. El paso de un semáforo donde todos los estados de la República se encontraban en rojo a otro donde la mitad ya se encuentra en alerta naranja en menos de una semana es resultado de una intensa negociación entre el gobierno federal y los estados. Las autoridades sanitarias admiten que algunas de aquellas estatales lograron con éxito convencer acerca de la necesidad de reconocer que la pandemia lleva ritmos y características disímiles aún al interior de un mismo estado.

En este ámbito, se optó por eliminar la condición donde en presencia de un indicador estatal en rojo (ya sea en tendencia de Covid-19, hospitalizados, porcentaje de positividad u ocupación hospitalaria), la alerta para el estado no podría ser distinta. Más aún, en otro esfuerzo por evitar las confrontaciones, las autoridades sanitarias han reiterado que cada estado es libre de hacer adaptaciones en la estrategia.

Segundo. Se toma como guía la capacidad de atención hospitalaria. Se toma la decisión implícita de adentrarse en los primeros pasos de reapertura de sectores más allá de esenciales en varios estados, al aprovechar la heterogeneidad en capacidad hospitalaria regional y estatal. Es decir, la capacidad del sector salud a nivel local de dar atención a los posibles nuevos casos o repunte derivado de los esfuerzos adicionales de reapertura.

En este contexto, tal capacidad hospitalaria estatal es ahora ponderada al 50 por ciento en la obtención del nivel de alerta de cada estado. Este punto pretende reconocer las dispares condiciones de capacidad hospitalaria entre un estado y otro, con niveles de ocupación que fluctúan entre 7 por ciento (Baja California Sur) y 72 por ciento (CDMX), para un promedio nacional de 45 por ciento (con cifras al 15 de junio).

Tercero. La relajación de criterios y mayor flexibilidad implicará también otro gran reto: la capacidad de dar marcha atrás a los semáforos estatales y reinstaurar parcial o totalmente las restricciones en sectores o periodos de nuevo encierro. Tal escenario requerirá de una gran capacidad de coordinación y supervisión entre federación y estados, teniendo como viento en contra la necesidad de reapertura económica.

Vale la pena cerrar focalizando los retos de la nueva revelación de preferencias hacia un escenario de reapertura económica más acelerada. El principal sería el riesgo de recaída. Con indicadores nacionales de nuevos casos diarios de Covid-19 y decesos asociados todavía sin una relajación, el riesgo de una nueva ola de contagios se agudiza. En específico, estimo que, de materializarse dicho riesgo, los estimados de recesión podrían migrar desde el actual 8 por ciento de contracción a uno de dos dígitos, quizás también retrasando la recuperación o haciéndola más pausada.

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