Entorno Económico

¿Convergerán las inflaciones globales a sus objetivos?

Algunos bancos centrales ya han comenzado a recortar sus tasas o están cerca de hacerlo, bajo la expectativa de que la inflación aterrizará en sus objetivos este o el próximo año.

A distintas velocidades y desde niveles distintos, las tasas de inflación anuales continúan desacelerándose. En ciertas latitudes, tales descensos se han visto en mayor o menor medida obstaculizados por repuntes en los precios usualmente más volátiles tales como los precios de la energía o los productos agropecuarios. Eventos relacionados con las tensiones geopolíticas o eventos climáticos han sido factores causales. En tanto, el ritmo al que crecen los precios de mercancías y servicios ha contribuido en mayor medida a los procesos desinflacionarios, sobre todo los primeros. En este contexto, algunos bancos centrales ya han comenzado a recortar sus tasas de referencia o están cerca de hacerlo bajo la expectativa de que dichos ajustes serán congruentes con niveles de inflación aterrizando en sus objetivos este o el próximo año. ¿Será este el caso?

En este punto es difícil contestar tal pregunta de manera categórica o con un grado de seguridad lo suficientemente firme. En parte, la expectativa de un cada vez menor ritmo de crecimiento en los precios al consumidor se cimenta en la expectativa de una desaceleración económica complementada con los efectos retrasados de una política monetaria restrictiva. Sin embargo, existe otro supuesto clave, pero rara vez subrayado de manera explícita: ¿Qué marco analítico utilizamos?

Si pensamos en términos de un ciclo económico tradicional y de una política monetaria con la efectividad y mecanismos de transmisión usuales (históricos), es posible formular una expectativa de mayor descenso en la inflación para los siguientes meses. Las señales de una economía enfriándose y el mantenimiento de tasas de interés relativamente altas irán afianzando tal expectativa de inflación a la baja. Lo anterior podría ser apoyado por signos de relajación en las expectativas de inflación de corto y mediano plazos. Bajo un marco así, es posible sentir más convicción sobre la expectativa de mayor descenso en la inflación y consecuente convergencia con los objetivos fijados por cada banco central.

Los retos de un escenario así tienen que ver con la retadora labor de pronosticar la consolidación de un giro en el ciclo económico (en este caso, desaceleración). Labor para la que los economistas somos especialmente malos.

De manera alternativa, si optamos por suponer que seguimos atravesando por una zona todavía afectada por cambios estructurales detonados a partir de la pandemia, se vuelve mucho más inseguro el camino hacia delante. Es decir, si no podemos confiar que la interacción del ciclo económico y los efectos de la política monetaria respecto de la inflación siguen siendo los usuales, estaremos mucho más perdidos en nuestras previsiones.

La mala noticia es que de por sí ya es difícil suponer que nos encontramos atravesando un cambio estructural (cambio en las reglas) y ahora tendríamos que identificar y cuantificar hacia dónde nos hemos movido (y si ya paramos de hacerlo) antes de intentar pronosticar la trayectoria futura de casi cualquier cosa.

A la luz de los dilemas arriba planteados y simplificados, una de las mejores estrategias que podrían adoptar los bancos centrales es la cautela. Lo ideal será ir ‘pagando por ver’ en la medida de lo posible, lo cual podría llevar a ciclos de recortes en tasas de interés especialmente graduales. Lo anterior daría la razón a aquellos que consideran que uno de los supuestos clave para 2024 es la persistencia de altas tasas de interés en no pocas latitudes.

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