La Nota Dura

Sin ley

Aferrados a exigir que cambie algo con la llegada de un político a Palacio Nacional, no hemos entendido nada. Por el momento Copenhague es sólo un sueño, escribe Javier Risco.

Hace algunos años fui a Copenhague –la ciudad favorita de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum–, en mis redes sociales documenté un hecho que me pareció increíble. Sobre la avenida Bernstorffsgade, al cruce con la calle Polititorvet, una mañana que salí a caminar había una bicicleta tirada, sin ninguna protección o candado, sólo estaba tirada. Pasé junto a ella suponiendo que había sido el resultado de un conductor pasado de copas, historias fugaces que uno hace en su cabeza y que no les da la mayor importancia. Nueve horas después regresé por el mismo camino, la bicicleta seguía tirada en la misma posición, nadie la había tocado, me pareció curioso que hubiera pasado todo el día y esa bicicleta estuviera ahí, intacta. La mañana siguiente regresé al mismo lugar, la bicicleta ya no estaba tirada, estaba a dos metros levantada y recargada en una pared. Ahí fue cuando conté la historia en redes. ¿Veinticuatro horas, una bicicleta en la calle sin que nadie la reclamara? A varios les sorprendió. Junto a la bicicleta, a unos 15 metros, había una tienda, le pregunté al dueño si sabía de quién era, me dijo que no y remató con la obviedad: "Supongo que pronto vendrá el dueño". Y sí, supuso bien, estuve cinco días en la capital danesa y fue hasta el cuarto que desapareció del paisaje. Cuatro días una bicicleta había estado recargada en la pared de una calle sin ninguna protección, en una concurrida avenida de la ciudad más poblada de Dinamarca, mis ojos mexicanos jamás se acostumbraron a esa normalidad.

Tres años después entiendo el porqué, en nuestras calles, todo es potencialmente robable: dejar el coche "en la calle" es motivo suficiente para que te quiten las cuatro llantas y tus amigos te califiquen de idiota, "no chingues, quién lo deja en la calle, si ahí hay un estacionamiento, te dolió el codo y te salió más caro". Si dejas una bicicleta amarrada afuera de tu casa con un candado que te vendieron con la promesa de ser incorruptible, te encuentras con frases hechas como: "es que ya los rateros traen llaves especiales, además la hubieras metido a la casa, para qué la dejas afuera, también te expones a lo güey". Sí, en ambos casos terminas aceptando la culpa, cómo fui capaz de dejar mi auto y mi bicicleta en la calle, territorio sin ley.

Los últimos en padecer este paraíso de rateros fueron los dueños de la compañía Grin Scooters. La empresa que llegó hace un año a la Ciudad de México tuvo que interrumpir su servicio porque la semana pasada hubo una escalada en el robo de sus patines. Con presencia en más de 20 ciudades de Latinoamérica saben que no hay sociedades perfectas y que siempre deben calcular un porcentaje de scooters con riesgo de ser robados o dañados; en sus métricas lo máximo permitido es entre un 8 y un 10 por ciento de sus unidades totales, la última semana de julio en la capital de México llegaron a reportar poco más del 20 por ciento de los patines robados, alrededor de 200. Decidieron parar, prometen regresar en pocas semanas, trabajan en un nuevo candado virtual o en algún método para enfrentarse con la ciudad sin ley.

Y bien lo dice el periodista Luis Pablo Beauregard, en este caso no cabe el señalamiento a ningún jefe de Gobierno o a alguna autoridad policiaca; no, esto somos, una sociedad que convive con lacras que a través de su página de Facebook venden "patines de la marca Grin" a 9 mil pesos, "casi nuevo". Somos esos ciudadanos que vemos en el patio del vecino cuatro scooters y no queremos meternos en problemas, o esos que ven un taxi con tres patines salidos de la cajuela y no denuncia por pereza, sabiendo que no va a pasar nada. La compañía ha dicho que cada scooter tiene geolocalizador, de nada sirve, "están en zonas donde preferimos no meternos", dice el CEO. Aferrados a exigir que cambie algo con la llegada de un político a Palacio Nacional, no hemos entendido nada. Por el momento Copenhague es sólo un sueño, para mí, para todos, y también para Sheinbaum.

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