La Nota Dura

El premio que nos dio Jesús Vidal

Ganamos la ilusión y la esperanza de que algún día podríamos ver la vida como lo hizo Jesús Vidal; en sus propias palabras, ganamos inclusión, diversidad y visibilidad.

Qué ajena nos parece cada año la entrega de los premios Goya. Si no es por Pedro (Pedroooo), Javier o Penélope, todo su glamour nos queda tan lejano, que ni siquiera vemos a los premiados como famosos, sino como perfectos desconocidos; además, hay que agregar que la academia española de cinematografía aún no abre los premios a la televisión, así que los de La casa de papel o Elite, que son de los pocos que nos suena su cara, tampoco estaban ahí por esos trabajos. Es curioso, porque se supone que es una premiación al cine en nuestro idioma, con un glamour y un desplante más próximo al nuestro; sin embargo, entendemos mucho menos lo que sucede en los Goya que en los Oscar o los Golden Globes. Sin ir más lejos, los conductores de la ceremonia este año fueron la gran pareja cómica (y de la vida real) formada por los catalanes Andreu Buenafuente y Silvia Abril, quienes, a pesar de su talento y gracia, me sacaron la cantidad de: cero risas. Esto no me sucede con las entregas gringas por malo que sea el anchor. Y es que, al igual que todas las premiaciones de este tipo, también los Goya son políticos y abundan en chistes locales.

Pero este año, hubo un momento en el que la ceremonia hizo click, y no sólo conmigo, sino con cualquiera que lo haya visto, estoy seguro. Me refiero al momento más conmovedor de la noche, en el que Jesús Vidal subió a recibir su estatuilla.

Jesús Vidal ganó el premio al actor revelación por su actuación en la película Campeones, del director Javier Fesser, y, tanto el actor como la cinta, que también se llevó el premio a mejor película, envuelven historias que trascienden cualquier diferencia o distancia y se engarzan en la emotividad más pura y real.

Vamos por partes: la película trata de sobre un entrenador de basquetbol que, debido a un crimen menor, es condenado a trabajo comunitario y su condena no es otra que hacerse cargo de un equipo de discapacitados, los mal llamados subnormales, en España, un término erróneo muy utilizado despectivamente allá, tanto que el personaje del entrenador se refiere así a sus nuevos dirigidos en un principio.

La historia es típica y nos la sabemos: superación, amistad, valores trascendentales y éxito al final. Lo maravilloso del cuento es que los actores no actúan, sino que utilizan la ficción para dar testimonio de lo que ha sido su lucha por existir, resistir y sobrevivir en este mundo.

El caso de Jesús, el flamante actor que, literalmente, se roba la película, es digno de otra película en sí mismo. Jesús tiene una discapacidad invalidante, ya que sólo tiene el 10 por ciento de visión desde siempre; sin embargo, revisando su biografía me doy cuenta que es para darle Goyas y muchos premios más, incluso ponernos a inventar premios para dárselos.

Un niño con discapacidad se siente profundamente atraído por el mundo del deporte, en particular con el futbol y en específico con la Real Sociedad de San Sebastián; entra a la universidad a estudiar filología hispánica; luego hace un máster en periodismo y se dedica de lleno a su pasión deportiva, pero, no conforme con eso, luego de dedicarse por años al teatro amateur, deja todo por ello, se convierte en actor y gana un Goya.

Su discurso se ha hecho viral y, de verdad los invito a leerlo, es lo más conmovedor que leerán hoy.

Yo me quedo con la frase que le dedica a la academia: ¡No saben lo que han hecho! ¡Han premiado a una persona con discapacidad!

En el fondo, la academia española sabe lo que ha hecho y muy bien, le ha dado el galardón a él, pero los que ganamos somos todos nosotros. Ganamos ilusión y esperanza en su estricto sentido. Ilusión y esperanza en algún día ver la vida como lo hizo Jesús, y en sus propias palabras: ganamos inclusión, diversidad y visibilidad.

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