La Nota Dura

El arma y su ojo

Lo que se sabe con seguridad es que una pieza fundamental en todo misterio de Van Gogh, es que el arma homicida se subastó en 180 mil dólares.

Se sabe que es un Lefaucheux de 7 milímetros de fabricación francesa. Se sabe que el 27 de julio de 1890 escupió una bala que atravesó el pecho de uno de los pintores más importantes de la historia. Se sabe que ese corazón estaba roto desde antes. Se sabe que estuvo perdida durante más de 70 años y que fue encontrada en 1965 por un campesino en un terreno que ya había sido labrado cientos de veces. Se sabe que está oxidada y carcomida, y que el tiempo le ha hecho tanto daño como aquella bala le hizo al arte.

Imagino que con el ruido volaron pájaros. ¿Habrá sentido Van Gogh ganas de pintarlos con sus últimas fuerzas?

No se sabe dónde terminará, en qué pared o en qué museo. No se sabe quién la compró. A lo mejor fue un coleccionista de pistolas célebres y ahora dormirá en una vitrina junto a la pistola con la que Burroughs le disparó a Joan Vollmer, aquí en la Ciudad de México, o junto al arma con la que Pedro Armendáriz emuló al pintor un 18 de junio 1963, en un hospital californiano, o con la pistola que Violeta Parra compró un día en Bolivia. De ser así, esas cuatro pistolas se compartirían aquel secreto que sólo ellas conocen: la verdad del último instante.

No se sabe lo que realmente ocurrió esa tarde en aquel campo de Auvers-Sur-Oise. Hay dos teorías: la del suicidio, que se ha propagado a través de los años y que en la mayoría de las enciclopedias cierra la vida del postimpresionista, y la otra, la que ha sembrado las dudas y que es defendida por algunos estudiosos y que dice que la muerte de Van Gogh fue un homicidio accidental.

La primera se sustenta, principalmente, en la existencia del pintor. Se sabía que era un atormentado, que no estaba en su mejor momento emocional, que hacía pocos meses había salido de una institución mental en Saint Remy a la que había ingresado luego de cortarse una oreja (esta no hay duda que se la cortó solo) víctima de brotes psicóticos y que, una vez recibido el alta, había resuelto irse a vivir con su hermano Theo al pueblo donde finalmente moriría.

La segunda, tiene base en que al parecer Vincent estaba mejorando, en que había dejado atrás esos oscuros pasajes, en que realmente disfrutaba vivir en ese pueblo, que amaba pasear y que estaba pintando como lo hacen los felices, llenando lienzos a diestra y siniestra a toda hora del día.

En esta versión aparecen más personajes que el artista y su locura.

Los hermanos Secrétan eran dos adolescentes del pueblo que habrían martirizado al pintor con sus fechorías y burlas, dos hermanos que se reían de uno de los pintores más grandes y reconocidos de la historia. Imagino a un Van Gogh, clínicamente tímido, vagando por los caminos, cargando su atril en el hombro y sus óleos en la mano. Imagino a estos gamberros saliéndole al paso y riéndose de su oreja, mejor dicho, de la ausencia de esta, mofándose de su menesteroso aspecto e incluso befándose de su magistral obra. El pelirrojo los mira y ríe nada más.

Hay entrevistas en las René Secrétan, el mayor de los bullies reconoció que maltrataban al pintor, incluso asumió que fueron ellos los que le dieron la pistola, eso sí, nunca reconoció que fue su mano la que jaló el gatillo. En esta versión, los Secrétan cuentan con otro cómplice mayor: el pueblo.

No hay que olvidar que, además de ser el "artista loco del pueblo", Van Gogh también era el extranjero, el "afuerino", dicen que nadie quiso contar la verdad para no incriminar a los adolescentes. Dicen que el propio Van Gogh agonizante reconoció que fue un suicidio porque, ante la inminencia de su muerte, no quería arruinar la vida de los jóvenes. No se sabe, pero algún día quizás y lo sepamos.

Lo que sí se sabe es que una pieza fundamental en todo misterio, el arma homicida, ha sido vendida este miércoles en 180 mil dólares en una subasta.

Quien sea que la haya comprado que le pregunte a la oxidada pistola qué es lo que vio aquella tarde de campo.

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