Jaime Sanchez Susarrey

Sólo un milagro

La inversión no fluye porque no hay confianza. Y no hay confianza porque AMLO dice una cosa y hace otra o efectúa pronunciamientos alucinantes.

Daniel Cancel, reportero de Bloomberg, entrevistó a seis directivos de grandes empresas que definieron el estilo personal de gobernar de AMLO como errático.

Moody's, por su parte, advierte una falta de coherencia en el gobierno. Incoherencia que no deriva de las distintas corrientes en el gabinete, sino del propio Presidente.

La cuarta transformación padece el síndrome de Penélope: lo que se teje por la mañana, se deshace por la noche.

Se ha creado, así, una dinámica patética: el Presidente se reúne con los empresarios, les ofrece el oro y el moro, y afirma que la inversión privada es estratégica para su gobierno.

Los empresarios, por su cuenta, particularmente los más fuertes, se presentan, a la vieja usanza de los sectores organizados, disciplinados y bien formados, y se comprometen a grandes inversiones. La última vez fue por 33 mil millones de dólares.

Pero, al día siguiente, AMLO clausura las farmouts en Pemex y, ya encarrerado, decide apoyar a Manuel Bartlett para que someta a revisión contratos de gasoductos con empresas nacionales y extranjeras.

El resultado es la inmovilidad. Los empresarios hacen mutis, en mayor o menor medida, pero no invierten. Y con las firmas internacionales ocurre algo similar, como lo confirma la carta del gobernador de Texas.

El temor es más que fundado. López Obrador ha faltado a su palabra: prometió no suspender el NAIM o, en el peor de los casos, otorgarlo en concesión a la iniciativa privada para que terminara el proyecto y lo operara.

Era la salida más fácil y económica para todos. Para AMLO, porque cumplía con su compromiso de no invertir en un proyecto que condenó desde siempre. Para los empresarios, porque tenían los recursos para hacerlo y el negocio sería a todas luces rentable.

De hecho, el NAIM es indispensable, para el país, por la importancia de una conexión moderna y eficiente en los tiempos de la globalización.

Peor aún. No había ni hay alternativa viable. Santa Lucía es intransitable. Lo más probable es que el aeropuerto no opere jamás. Y eso sin mencionar que los costos de cancelar el NAIM constituyen la dilapidación de recursos más irracional e irresponsable de la historia de México, y en el mundo compite en el top ten.

Fue justamente ese punto de inflexión el que ha puesto al gobierno de AMLO bajo lupa. Por eso resulta contradictorio que se diga respetuoso de la autonomía del Banco de México y sugiera que baje la tasa de interés para alentar la inversión y el desarrollo.

De hecho, la alta tasa de interés establecida por el Banco de México es el ancla que mantiene los capitales golondrinos en México y se ha convertido en la columna que sostiene el tipo de cambio, que tanto valora y presume López Obrador.

El problema real es que la tasa de interés no es la causa de la atonía económica –término que se usó en el sexenio de Echeverría. La inversión no fluye porque no hay confianza. Y no hay confianza porque AMLO dice una cosa y hace otra o efectúa pronunciamientos alucinantes.

Afirmar que la política debe estar al mando de la economía, rememora inevitablemente la sentencia de Luis Echeverría: "La política económica se decide en Los Pinos", que se inscribió en las puertas del desastre que se abrieron durante el echeverriato y el lopezportillismo.

A contrapunto, la lección de Claudia Sheinbaum, que jamás será entendida ni reproducida en Palacio Nacional, es clara y ejemplar. El Gran Premio de México continuará con patrocinadores privados. De ese modo ganan los aficionados al automovilismo, la industria turística y, por supuesto, la CDMX.

Así que para decirlo en dos palabras: mientras con la cancelación del NAIM todos pierden, incluso AMLO, para no hablar del país, con el Gran Premio de México todos ganan, incluso la jefa de Gobierno.

Lo anterior contiene una enseñanza muy simple, aunque difícil de asimilar para muchos: López Obrador no va a rectificar, ni un ápice, en nada, pero en materia energética las probabilidades son infinitamente negativas. Porque eso sí constituye, para él, un dogma de fe, que absorbió en los años setenta, cuando veneraba al echeverriato y al lopezportillato. Es una cuestión de principios, pues.

Así que todos aquellos que albergan una pequeña esperanza que se haga la luz y se despejen las tinieblas, se equivocan. Simple y llanamente no hay posibilidad que suceda tal cosa. Ante este problema sólo hay dos soluciones: la mágica (aún por definir) y la científica: rezarle a la Virgen de Guadalupe. Elija, usted.

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