Jaime Sanchez Susarrey

Dos mitos y un desastre

¿Para qué invertir miles de millones de dólares en una refinería ineficiente, cuando se puede importar gasolina a precios más bajos?, cuestiona Jaime Sánchez Susarrey.

Ayer se conmemoró la expropiación petrolera, que viene a ser el equivalente de la batalla de Puebla del 5 de mayo. Los extranjeros mordieron, en ambas ocasiones, el polvo y los mexicas nos levantamos victoriosos.

Esta gesta se cimenta en el artículo 27 Constitucional que establece, a la letra, "la propiedad de las tierras y aguas comprendidas en los límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la nación".

Dicho precepto se inspiró en el orden colonial, que otorgaba la propiedad original de las tierras y las aguas al rey de España, conquistador eficiente, que decidía otorgarlas en encomienda o concesión a sus súbditos.

Molina Enríquez y los constituyentes del 17 reprodujeron, de ese modo, un orden legal que convirtió a los ciudadanos en súbditos de una entelequia llamada nación, que para fines prácticos se 'encarna' en la clase política y la burocracia.

En esa lógica, Pemex se volvió, desde 1938, el símbolo de la independencia nacional. Mito y tabú intocable, situado por encima de los pedestres ciudadanos, que deben, al grito de guerra, defenderlo con su propia vida.

El problema es que Pemex ha sido un estruendoso fracaso. Su deuda de 104 mil millones de dólares, equivale al 97 por ciento de sus activos, amén que registra el nivel de productividad más bajo del mundo. Emplea 141 mil trabajadores que generan un promedio de 33 mil barriles diarios por trabajador contra 53 mil barriles que produce ExxonMobil.

Pero no sólo es una cuestión de ineficiencia e improductividad. Es también un asunto de corrupción. Pemex fue la caja chica del PRI durante el priato y produjo cacicazgos como el de La Quina (1962-1989) y Romero Deschamps.

A partir de la guerra contra el huachicol, AMLO se comprometió a eliminar la corrupción en todas sus formas y reconoció que el problema fundamental está en el interior de la paraestatal e involucra al sindicato, trabajadores, mandos medios y altos.

Sin embargo, de la declaratoria de hostilidades al día de hoy, no hay prácticamente ningún acusado o procesado. Tan pronto como terminó la escasez, se asumió –sin evidencia alguna– que el huachicoleo había sido prácticamente erradicado.

Entre tanto, vale señalar que este aniversario lo celebramos con sabores amargos. La gasolina no sólo no ha bajado, sino cuesta mucho más cara que en Texas. Mientras la Magna vale en México 20.50 del otro lado de la frontera se puede adquirir a 9.39.

Este solo dato impone una reflexión. El modelo mexicano de explotación del petróleo ha sido un desastre, que tiene múltiples antecedentes. Uno de los más relevantes es la bancarrota del país en 1982, bajo la presidencia de López Portillo.

Pero voy a lo esencial. El comparativo del esquema mexicano con el texano es devastador, para nosotros. El liberalismo (neoliberalismo, como ahora se dice) no es el problema, sino el estatismo. Texas es una potencia en producción de crudo, gas y gasolina. México, en cambio, ha dejado de producir y hoy es un importador de crudo, gas y gasolina.

No hay que ser un doctor en economía por Yale, o la UNAM, para asuntar que algo se ha hecho muy, pero muy bien del otro lado de la frontera, y algo se ha hecho pésimo de este lado.

Peor aún. El programa de la 4T para atender la crisis de Pemex no tiene pies ni cabeza. Tal como se ha señalado: ¿para qué invertir miles de millones de dólares en una refinería ineficiente, cuando se puede importar gasolina a precios más bajos? La prioridad de Pemex debería ser explorar y extraer petróleo para obtener mayores utilidades.

Las razones del desastre que acabo de describir son varias, y no hay espacio para abordarlas todas, pero hay dos que son fundamentales: el artículo 27 constitucional y el monopolio de Pemex, aberraciones costosísimas, que han eliminado la libertad de emprender, explotar el subsuelo y la competencia.

De hecho, la Constitución de 1857, que aprobaron los liberales, no tiene un solo ingrediente del colectivismo quimérico que está consignado en el artículo 27. Si Juárez resucitara hoy, sería el primero en proponer una rectificación radical del rumbo que se adoptó el 5 de febrero de 1917, y reafirmó el 18 de marzo de 1938.

Imposible, por lo demás, esperar que ese giro provenga de la 4T. El ADN de este gobierno es nacionalista-revolucionario. Pero mientras no haya rectificación, seguiremos dando vueltas y tumbos en la noria de la corrupción y la ineficacia.

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