Jacqueline Peschard

Sin instituciones

Sólo con golpes de voluntad política, esto es, sin instituciones que doten a las políticas y los programas de continuidad, difícilmente podremos aspirar a que prospere el cambio que tanto nos urge.

Hubo pocas novedades en el discurso de toma de protesta del presidente López Obrador, pero sí hubo una gran ausencia: la referencia a las instituciones. Fiel a su estilo personal de ser intérprete fiel de las demandas del pueblo, AMLO no hizo mención alguna a los poderes públicos instituidos ni a los organismos constitucionales autónomos, que son instituciones construidas para regular, operar y vigilar el desarrollo de acciones públicas en los diferentes terrenos de la vida social, y también para garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales. Las instituciones públicas son plataformas que dan continuidad y consistencia a los proyectos políticos, porque los líderes son, por naturaleza, efímeros.

Como es usual en su discurso, el énfasis de AMLO estuvo centrado en un voluntarismo exacerbado, en su determinación política, sustentada en su permanente contacto con el pueblo. No cabe duda, este 1 de diciembre se ratificó su liderazgo popular y su visión del ejercicio del poder fincado en una férrea voluntad política personal.

Andrés Manuel López Obrador comenzó por reconocer al presidente saliente por no haber interferido en las elecciones, como si de ello hubiera dependido su triunfo. No hubo consideración alguna al trabajo profesional y responsable de los consejeros electorales del INE y de los miles de servidores públicos que forman parte de dicha institución, y que hicieron posible, como lo han hecho desde hace 20 años, que el voto se contara y contara bien para darle el triunfo que decidieron los electores.

Después de hacer un recuento del pasado reciente para distinguir dos periodos, el del nacionalismo y la promoción del mercado interno, y el neoliberal de los últimos 35 años, obsesionado con las exportaciones, se pronunció por lanzar una condena moral al régimen neoliberal y a su consecuencia más nociva, la extensión de la corrupción y la impunidad. Tal como lo hizo desde la campaña electoral, el presidente puso en el centro combatir a la corrupción e impulsar la honestidad en el ejercicio de gobierno, basado en la reducción de salarios de los altos funcionarios y en medidas de austeridad republicana. No hubo pronunciamiento alguno sobre el Sistema Nacional Anticorrupción, ese andamiaje institucional novedoso que sigue en espera de contar con todas sus piezas para desplegar su potencial y enfrentar la corrupción y la impunidad, a partir de la colaboración y la inteligencia institucional, así como de la intervención de la sociedad civil.

AMLO reafirmó su postura de no perseguir a los funcionarios corruptos del pasado, porque no tiene un afán vengativo, además de que de hacerlo generaría una ruptura en la sociedad y distraería parte de la energía que requieren los proyectos y programas que ha prometido. La necesidad de reforzar a las instituciones de procuración y de administración de justicia no encontró lugar en su línea argumentativa.

Es acertado el diagnóstico del presidente sobre los grandes problemas que nos aquejan, empezando por la pobreza y la desigualdad, la violencia y la inseguridad, y su gran sensibilidad le permitió detectar el reclamo de la sociedad en contra de las élites que han malversado la riqueza nacional. Sus propuestas de solución son comprensibles; sabe comunicar bien, el gran problema es que no se detiene a explicar cómo se procesarán las soluciones, cómo se pondrán en operación y con qué recursos, todo lo cual requiere de la activación institucional; es decir, hay que ir más allá de la sola voluntad política.

La única referencia institucional de AMLO fue a las Fuerzas Armadas, que tienen su confianza por su vocación nacionalista, empero, más allá de lo controvertido de su modelo de control militar para atacar la violencia y la inseguridad, nos debe una visión clara de las instituciones civiles y públicas.

López Obrador señaló tres condiciones necesarias para reconstruir la paz y la concordia en el país: el pueblo trabajador, las riquezas naturales y el buen gobierno. Sólo con golpes de voluntad política, esto es, sin instituciones que doten a las políticas y los programas de continuidad, difícilmente podremos aspirar a que prospere el cambio que tanto nos urge.

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