Contracorriente

Los dilemas de un mundo que colapsa

El mundo que colapsa es el de la democracia occidental, de acuerdo con Noah Harari, historiador israelí, y Michael Sandel, filósofo político estadounidense.

Es el título del conversatorio que sostuvieron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Yuval Noah Harari, historiador israelí conocido por libros como 21 lecciones para el siglo XXI, y Michael Sandel, filósofo político estadounidense, profesor de la Universidad de Harvard que ha publicado, entre otros libros, Lo que el dinero no puede comprar y La tiranía del mérito.

La conversación duró casi dos horas y fue muy rica en conceptos y referencias internacionales, algunas de las cuales las podemos identificar con nuestro caso nacional; pueden encontrarla en Yuval Noah Harari y Michael J. Sandel. Los dilemas de un mundo que colapsa.

El mundo que colapsa, a juicio de ambos pensadores, es el de la democracia occidental; debatieron en torno a la propagación del populismo totalitario y a otras formas de populismo, más favorables al progreso general.

Entre las causas promotoras del populismo autoritario, Sandel planteó que no sólo es la inequidad económica, sino la noción de éxito que hace creer a quienes han llegado a la cima que es por mérito suyo, y a quienes se empobrecen, que sólo pueden culparse a sí mismos.

Si el populismo autoritario es una reacción a la soberbia de las élites que se lo llevan todo y al resto lo ridiculizan por su fracaso, la pregunta es ¿por qué las principales víctimas del populismo de derecha, que son los trabajadores empobrecidos y ofendidos, votan contra la democracia, como ha sucedido en Estados Unidos, Brasil, Hungría, Polonia, Turquía, Israel o Filipinas?

Una explicación posible es que la democracia liberal hace creer en principios como la libertad y la igualdad, sin duda valiosos pero irreales al estar aislados de la equidad en la distribución de la riqueza y de los ingresos; si esa diferencia entre principios y realidad pasa desapercibida en situaciones de auge, las crisis económicas como la actual, hacen que las masas empobrecidas y humilladas se den cuenta de que los principios de la democracia pueden ser seductores, pero no son para todos, y se organizan para protestar.

La explicación que ofreció Sandel fue que los gobiernos nacionales son cada vez menos eficaces frente a la economía global, y también ante su población porque los partidos políticos dejaron de ser organismos representativos de la voluntad popular y se olvidaron de empoderar al pueblo ante la soberbia y el autoritarismo de las élites; los partidos progresistas "dejaron de ser contrapeso a los excesos del capitalismo y de los mercados".

La pérdida de identidad nacional es otra causa que va contra la democracia. Dijo Noha Harari que no se puede tener democracia sin un sentido nacionalista; "el nacionalismo permite que te importen no sólo 50 individuos a los que conoces sino que te importen 50 millones de individuos, por los que estás dispuesto a pagar impuestos para que alguien al otro lado del país tenga buen cuidado de salud".

Si no te sientes que tienes un futuro asegurado con el resto de la gente en tu país, "no hay ninguna razón en el mundo para aceptar el veredicto de elecciones democráticas".

A México aplica cabalmente que los partidos políticos dejaron de representar los intereses del país ante la economía globalizada y los de la sociedad ante el poder público, y también aplica que los principios de identidad y orgullo por nuestra nacionalidad se han erosionado.

Lo que eso significa es un gobierno y una sociedad débiles, propensos al autoritarismo y no a las libertades políticas, cuyo restablecimiento sólo puede ser mutuo y en ello, hay que reconocerlo, AMLO ha conseguido avances en elevar la confianza popular en las instituciones; del 25.5 por ciento en 2017 a 51.2 por ciento en 2019 en el gobierno federal, en el Congreso de 20.6 por ciento a 30.2 por ciento y según Encig-Inegi.

COLUMNAS ANTERIORES

Un México incluyente
Xóchitl populista

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.