Contracorriente

El PIB nacional condicionado

Ante las bajas tasas de interés en el mundo y los cambios que está haciendo Donald Trump en comercio, México se enfrenta al desafío de atraer inversión extranjera directa.

Estamos experimentando grandes cambios con desenlaces posibles muy diversos, lo que abre amplio espacio a la incertidumbre. Más aún cuando algunos factores de los cambios en proceso están fuera de control de la mayoría de los países y de sus gobiernos, como el de México. Es el caso de la evolución económica global, un determinante de las posibilidades de crecimiento nacional.

Desde que se dejó su control al mercado en los años ochenta y se minimizó al Estado y, sobre todo, durante el último decenio, hemos vivido una serie de eventos globales negativos, como la crisis financiera de 2008-2009, la de la deuda soberana europea de 2010-2012 y los reajustes de los precios internacionales de los productos básicos de 2014-2016.

Si revisamos dos elementos de la economía global por separado, vemos que las bajas tasas de interés han impulsado a las bolsas de todo el mundo (el índice Dow Jones ha triplicado sus ganancias desde 2008 y las de Alemania y Japón las han duplicado), lo que resulta en una liquidez financiera que no tiene precedentes, la cual no encuentra oportunidades de ser invertida en actividades productivas.

De ahí el segundo factor: la reactivación de las inversiones productivas que empezó en 2017 en algunas de las economías desarrolladas, se mantiene en tasas modestas, a pesar de que prácticamente se habían estancado durante casi una década.

En ese contexto, Donald Trump está cambiando las reglas del comercio internacional, y puede ser que se salga con la suya. Su lógica no es un disparo en el pie del 'bufón tonto', como opinan algunos. La estrechez del mercado global, relativa a las capacidades instaladas de producción, convierte a todos los países en competidores implacables para atraer inversiones que hagan crecer su PIB.

La visión de Trump de esa competencia es que lo que gane en la conquista o protección de mercados (empezando por el de EUA) que estimulen el crecimiento de las inversiones, es a costa de lo que otros pierdan.

Es la teoría de suma cero, que al final empobrecerá a todo el mundo, pero la apuesta de Trump es que EUA habrá afirmado su liderazgo porque los demás países se empobrecerán más rápido.

Se cumpla o no a cabalidad el discurso de Trump, las circunstancias objetivas implican fuertes desafíos para México; uno de ellos es el de atraer inversión extranjera directa, cuya tendencia es a la baja desde 2013, como lo comenta Enrique Quintana en su columna del martes.

El problema es que el crecimiento del PIB nacional está condicionado por la capacidad de importación de insumos productivos que hay que pagar con divisas que no generan las exportaciones de bienes y servicios. México depende del ahorro externo (inversiones, endeudamiento) para cubrir su déficit comercial estructural.

Además de la feroz competencia estrictamente económica entre países por atraer inversiones productivas, es probable que el gobierno de López Obrador cargue con desconfianza entre inversionistas y bancos mientras no se perciban bases sólidas de la 4T. La consolidación de tales bases depende de un crecimiento del PIB del orden de 4 por ciento al terminar el sexenio.

Ayer, el Banco de México, considerando "una pérdida de dinamismo en el comercio mundial y en la actividad económica global más marcada de lo anticipado" y "mayor debilidad de diversos indicadores de la demanda interna a finales de 2018", ajustó su previsión de un rango de entre 2 y 3 por ciento, a uno de entre 1.7 y 2.7 por ciento.

Que el gobierno tiene claras las dificultades, lo demuestra la intención de "convertir a México en un paraíso para la inversión", según lo expresó Alfonso Romo en la presentación del Concejo para el Fomento a la Inversión, el Empleo y el Crecimiento Económico, el 18 de febrero pasado. Un bajo crecimiento complicaría los aspectos sociales, medulares de la 4T.

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