La democracia no puede tener un significado universal en un país tan desigual como México. Cada sector de la sociedad relaciona el concepto a sus posibilidades de bienestar, ya sea con expectativas de mejorarlo o temor a perderlo.
Los mexicanos mejor posicionados en empleos, ingresos, comodidades y opciones de esparcimiento se identifican bien con los valores que vinculan la democracia con la libertad individual y con un Estado de derecho que garantice que cada uno sea recompensado conforme al mérito de sus habilidades.
Ese sector, representado en la campaña de Xóchitl Gálvez, cree en el progreso de la economía movido por los mercados y, más concretamente, en la plena integración (como dijo Fox alguna vez, y antes Salinas) de la economía nacional a la estadounidense.
Tras la gira de Gálvez por Estados Unidos, solicitando la vigilancia de las elecciones del 2 de junio y ofreciendo que de ganar la presidencia, México sería un aliado geopolítico y no sólo un socio comercial, se desató, por coincidencia, la campaña de millones de bots relacionando a López Obrador con el narco.
Estoy de acuerdo con quienes han dicho que esa campaña, más que restarle posibilidades de triunfo a Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial de Morena, es un insulto a la institución presidencial de México frente a todo el mundo.
Aterra imaginar lo que pasaría si en Estados Unidos regresara Donald Trump a la presidencia y Xóchitl Gálvez y sus partidarios ocuparan la de México; ni la ocupación militar de la que tanto ha hablado Trump ni las maquiladoras que necesitaran nuestros vecinos con mano de obra barata y normas relajadas encontrarían aquí una frontera de dignidad soberana.
Se cerraría cualquier oportunidad de planificar las inversiones por el nearshoring, la recuperación de los salarios y de seguir una política de fomento a inversiones en proyectos estratégicos que plantea Sheinbaum como medidas necesarias para conseguir un desarrollo social y ambientalmente sustentable para México.
La visión de la democracia que tiene la inmensa mayoría de la población se relaciona con sus aspiraciones a tener estabilidad en el empleo, equidad laboral, acceso a servicios públicos de calidad y una protección social en caso de imprevistos, como la pérdida de salud.
Esos mexicanos con esas preocupaciones saben, por principio cultural y por experiencia, que como individuos no tienen la menor capacidad para hacer que sus necesidades sean satisfechas; con legítima razón piensan en términos colectivos, corporativos o de lealtad al liderazgo más cercano que les da la fuerza grupal que no tienen como ciudadanos.
Para ese sector de mexicanos, la democracia es una entelequia mientras se le reduzca a las reglas electorales y a la división de poderes, pero deja de serlo cuando se le asocia al bienestar cotidiano y a las expectativas que se tengan acerca de su futuro, pedagogía que la 4T ha comprendido e impulsado.
A mayores certezas sociales de mejoría, más fuerte es la cultura democrática y la disposición a fortalecerla. El problema de la democracia en México, y en muchos otros países, es que el neoliberalismo le hizo perder capacidades básicas a las instituciones públicas con las que atendían a la gente.
El restablecimiento de esas capacidades del gobierno y la promoción ordenada (soberana) del desarrollo con crecimiento económico y menores desigualdades, son condiciones básicas para establecer en México una verdadera democracia.