En el espejo de Washington

Veneno en la democracia

Los sistemas democráticos se enfrentan hoy a un ultimátum mortal: evolucionan o serán arrastrados por las energías destructivas que los ponen en evidencia.

Las emociones impulsan nuestras acciones. Esto lo han aprendido los mercenarios del resentimiento, los titiriteros del oprobio, los factureros del abandono, los capitalizadores de los desprecios ajenos.

A río revuelto ganancia de polarizadores. Usureros de la desconexión están medrando con el fracaso de las clases políticas del mundo entero. Trump, Johnson, Bolsonaro, Erdogan, López Obrador, Modi y muchos otros aspirantes a demoledores del statu quo han sabido explotar las emociones de hartazgo, decepción y resentimiento de amplias capas de la población en sus respectivos países.

Los sistemas democráticos están pagando muy caro el haber fallado en su capacidad de representar verdaderamente a sus sociedades. Limitados a los formalismos, los sistemas democráticos se enfrentan hoy a un ultimátum mortal: evolucionan o serán arrastrados por las energías destructivas que los ponen en evidencia.

Al representarse a sí mismos o a algunos intereses particulares, las clases políticas han creado las condiciones que hacen de los actuales sistemas democráticos un pastizal seco, muy proclive a ser incendiado con la chispa antisistema y los vientos airados de la insatisfacción popular.

Para no consumirse entre las llamas, necesitan renovarse y reconectarse con las necesidades, intereses y expectativas de los ciudadanos comunes. Les urge reconfigurarse para poder ofrecer resultados concretos que mejoren la calidad de vida de la gente y a la vez les urge generar nuevas narrativas que sirvan como bálsamo para serenar emocionalmente a las mayorías.

Por su parte, lo que los nuevos liderazgos populistas están logrando es la reconstrucción de un vínculo con la gente. Lamentablemente, este vínculo se anuda en la víscera emocional de millones de personas que se sienten olvidadas, ninguneadas, menospreciadas o amenazadas por algo o por alguien.

La boca está abierta y dispuesta a tragarse el veneno antidemocrático. Los ingredientes de este veneno son la amargura, el odio y el deseo de venganza. Esto contribuye a explicar la hiperalternancia que se vive en muchas latitudes. En México, por ejemplo, en los últimos ocho años son muy pocos los gobernadores que han logrado que su sucesor sea de su mismo partido.

Abriendo el lente a una mirada regional podemos observar que, en Latinoamérica, a partir de 2018 las elecciones presidenciales han sido ganadas abrumadoramente por la oposición. En 19 elecciones, solo en una (Paraguay) el partido en el poder se ha mantenido. Aquí no contamos a las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua que ya no juegan en la dinámica democrática.

El voto se está usando para castigar a los que están y no mucho más que eso. Estamos limitando el voto a una carta de despido.

Cada día los casos son más estridentes y escandalosos como podemos ver con el potencial nuevo presidente de Argentina. El editorial del diario El País lo dice con claridad “solo desde la más absoluta desesperación y desconfianza en el poder político cabe entender que el líder ultra Javier Milei se impusiera en las primarias celebradas el pasado domingo en Argentina, además con un porcentaje superior al 30 por ciento de los votos. Más allá de ocurrencias peligrosas e histriónicas en el ámbito social, como legalizar la venta de órganos o abrirse a debatir sobre la compraventa de menores, sus postulados económicos no pueden ser más inquietantes. Su apuesta por la dolarización del país, previa ‘quema’ del banco central” (…) y un largo etcétera de provocaciones antisistema.

El fenómeno es mundial, no solo regional y se vive con enorme fuerza en el país que se suponía era el faro que alumbraba los valores democráticos en el mundo. Por increíble que parezca, Donald Trump a pesar de las graves acusaciones que enfrenta en los múltiples juicios que tiene abiertos, se consolida a la cabeza de la nominación republicana y no solo eso, sino que está empatado en las encuestas con el actual presidente Joe Biden.

Sin la presencia de Donald Trump que se da el lujo de no asistir, este pasado miércoles se llevó a cabo el primer debate entre aspirantes a la candidatura republicana y en las posiciones centrales se colocaron dos destacados envenenadores: el gobernador de Florida, Ron DeSantis y el emergente billonario emprendedor Vivek Ramaswamy (otro skinny guy con funny name como alguna vez dijera de sí mismo Barack Obama) que van ganando fuerza en las encuestas a la espera de una muy poco probable caída de Trump. Tan solo ayer se comprometieron a seguir apoyando al expresidente, aunque lo declaren culpable en alguno de los múltiples cargos que enfrenta.

A la manera de Trump estos dos aspirantes buscan destacarse por su intolerancia a la migración, al derecho al aborto, a la educación progresista, a las libertades sexuales, a la libertad religiosa, al apoyo a Ucrania y a casi todo lo que signifique incluir a los que piensan diferente que ellos. La descarnada lucha por ganar el puesto de polarizador en jefe, intoxica y pone en serio peligro la convivencia democrática en el país más poderoso del mundo.

El autor es CEO Founder LEXIA Insights & Solutions.

Guido Lara

Guido Lara

CEO Founder LEXIA Insights & Solutions.

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