Uno hasta el fondo

Visiones de Eco

Tres marchas habían partido de distintos lugares de la ciudad de México rumbo al Zócalo; en más de cien ciudades del mundo algunos grupos se manifestaron contra los desparecidos de Ayotzinapa. Gil tomó su libro de Umberto Eco, A paso de cangrejo y copió subrayados de los artículos políticos que Eco escribió entre 2000 y 2006, reflexiones, apuntes, decepciones. Gil arroja un puñado a esta página del fondo.

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En realidad el pueblo como expresión de una única voluntad y de unos sentimientos iguales, una fuerza casi natural que encarna la moral y la historia, no existe. Existen ciudadanos que tienen ideas diferentes, y el régimen democrático (que no es el mejor, pero como suele decirse, es el menos malo) consiste en establecer que gobierna el que obtiene el consenso de la mayoría de los ciudadanos. No del pueblo, sino de la mayoría.

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Apelar al pueblo significa construir una ficción: teniendo en cuenta que el pueblo como tal no existe, el populista es aquel que se crea una imagen virtual de la voluntad popular. Mussolini lo hacía reuniendo a cien o doscientas mil personas en la Piazza de Venezzia que lo aclamaban y que, en su condición de actores, desempeñaban el papel del pueblo.

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El populista identifica sus proyectos con la voluntad del pueblo y luego, si tiene éxito (y muchas veces tiene éxito), transforma en ese pueblo que ha inventado a una buena parte de los ciudadanos, fascinados por la imagen virtual con la que acaban identificándose.

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A comienzos de la década de 1980, el movimiento de lo políticamente correcto cuajó en ambientes universitarios estadounidenses, como (cito de Wikipedia) una alteración del lenguaje consistente en hallar sustitutos eufemísticos para usos lingüísticos referidos a raza, género, orientación sexual o discapacidad, religión u opiniones políticas, con el fin de eludir discriminaciones injustas (reales o ficticias) y evitar ofensas.

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¿Le molesta el nombre de barrendero a la persona que se dedica a este honrado trabajo? Pues bien, si así lo desean quienes ejercen ese oficio, utilizaremos las palabras técnico ecológico. Paradójicamente si algún día los abogados se sintieran molestos con esta denominación (tal vez por el eco de términos despectivos como abogaducho o abogados de causas perdidas) y pidieran ser llamados técnicos legales, sería una muestra de cortesía atenerse a ese uso.

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¿Por qué a los abogados no se le ocurriría nunca cambiar su denominación? Porque, obviamente, los abogados son bien remunerados en la sociedad y disfrutan de una excelente situación económica. Por tanto, lo que ocurre es que muchas veces la decisión políticamente correcta representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más educado del lenguaje.

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Otro caso ha sido el de las lesbianas: durante mucho tiempo el que deseaba parecer correcto temía utilizar esta palabra, del mismo modo que no utilizaba los términos despectivos habituales para referirse a los homosexuales, y hablaban tímidamente de sáficas. Luego se descubrió que los hombres homosexuales deseaban ser llamados gays, y las mujeres se definían tranquilamente como lesbianas (debido, asimismo, a la carga literaria que encierra el término).

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Como autor de obras narrativas soy un individuo más bien anómalo. En efecto, empecé a escribir relatos y novelas entre los ocho y los quince años, luego lo dejé, para recaer en la escritura narrativa en los umbrales de los cincuenta. Antes de esa explosión de madura impudencia, he tenido más de treinta años de pudor.

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Que escribes sólo para ti mismo. Desconfíen de quienes dicen esto, son unos narcisistas deshonestos y mendaces. Hay una sola cosa que uno escribe para sí mismo y es la lista de la compra. Sirve para recordarte lo que debes comprar, y cuando lo has comprado puedes destruirla porque no le sirve a nadie más. Todo lo demás que escribes lo escribes para decirle algo a alguien.

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A menudo me he preguntado: ¿escribiría todavía si me dijeran que mañana una catástrofe cósmica destruirá el universo, de suerte que nadie podrá leer mañana lo que escribo hoy? En primer instancia la respuesta es no. ¿Por qué escribir si nadie podrá leerme? En segunda instancia es sí, pero sólo porque abrigo la desesperada esperanza de que, en la catástrofe de las galaxias, pueda sobrevivir una estrella, y mañana alguien pueda descifrar mis signos. Entonces escribir aun en la vigilia del Apocalipsis, tendría todavía sentido.

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Sí, los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras observamos el Zócalo repleto, dejemos que los camareros se acerquen con Glenfiddich 15 en las bandejas.

Mju.

Twitter: @GilGamesX

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