Gerardo Herrera Huizar

Entre la esperanza y el miedo

Se ha dicho que lo peor está por venir, no sólo en materia sanitaria, sino en lo económico, social y político.

Llegados al punto en que se había anunciado la etapa más severa de la expansión del contagio por el ya familiar coronavirus, el subsecretario de Salud, encargado de la administración de la crisis, ha dado el banderazo para que 324 municipios, denominados de la 'esperanza', comprendidos en 14 entidades federativas, inicien su retorno a la normalidad el día de hoy, con sus asegunes, incluyendo la actividad escolar.

Tal como se había previsto, los decesos han ido en aumento, alcanzando a la fecha una cifra superior a los cinco mil en todo el país, pero los municipios de la 'esperanza', donde se sugiere el reinicio de actividades, de acuerdo con lo informado, no han registrado casos de infección ni mantienen vecindad con otros que si los han tenido.

De cualquier manera, se deja a criterio de los gobernadores respectivos su implementación, toda vez que sigue abierta la posibilidad de que puedan presentarse brotes aunque se consideren, por el momento, municipios limpios y, en caso de que esto suceda, simplemente se daría marcha atrás, lo que despierta desde luego natural escepticismo por parecer, simplemente, una apuesta arriesgada, un volado, o la punta de lanza para imprimir velocidad a la vuelta a la normalidad y la reactivación económica en otras zonas.

Pese a la razón expuesta, sobre la inexistencia de contagio en los municipios de la esperanza, lo que permite un retorno gradual a la actividad de las comunidades elegidas, el escepticismo es patente, producto de las inconsistencias en la abundante información cotidiana, tanto oficial como mediática, la estadística producida en ambientes externos que difiere de la doméstica, la falta de controles a la movilidad y la exigua realización de pruebas para la detección oportuna de personas afectadas que pueden ser asintomáticas y en consecuencia, virtuales propagadores del virus.

Un factor más de desconfianza es la aparente contradicción del nuevo comunicado con los anteriores, en los que se insistió reiteradamente que venía una etapa de expansión de la pandemia, el incremento de casos y consecuentes fallecimientos, circunstancia por la que atravesamos actualmente, por lo que las medidas de sana distancia, higiene y confinamiento debían ser observadas estrictamente, acudiendo a la responsabilidad y prudencia individual.

Todo lo anterior ha incentivado, de manera natural, el temor entre la población. Se propalan fluidamente rumores, mensajes de texto o llamadas telefónicas que informan de casos de vecinos, familiares o personajes cercanos que han fallecido a causa de la enfermedad, se habla de sitios con escenas dantescas, plagados de cadáveres, noticias que, falsas o no, inducen la sospecha sobre la veracidad de la información difundida por los administradores de la contingencia.

Lo peor, se ha dicho de manera formal, está por venir, no sólo en materia sanitaria, sino en lo económico, social y político. Factores externos condicionan, determinantemente, las decisiones internas y obligan a la adopción de medidas que, como en el caso presente, no son enteramente explícitas ni necesariamente aceptadas socialmente.

Existe, claro está, la esperanza de que el monstruo invisible reduzca su peligrosidad, que la curva se aplane lo más rápido posible, se descubra la cura, se produzca una vacuna y podamos retornar a la normalidad. Pero a la esperanza la acompaña el miedo y la incertidumbre, los mensajes encontrados y la infodemia.

Si el experimento de la esperanza da resultado y si en realidad se logra un aplanamiento de la curva, respaldado por evidencia sustentable, habrá de recuperarse también la credibilidad de la gestión de la emergencia, puesta en manos de la eminencia científica de este país.

Si, por el contrario, el experimento falla y la estadística resulta errónea y se dispara la cifra, el reclamo será mayúsculo y el miedo se tornará en indignación.

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