Leer es poder

La propaganda es un arma caliente

Las conferencias matutinas del presidente son un ejercicio intenso de propaganda, su finalidad no es informar a la sociedad sino acrecentar su poder político.

No es lo mismo información que propaganda. La información permite ampliar el conocimiento que se tiene sobre un tema, mientras que la propaganda consiste en difundir opiniones que pueden ser verdaderas o falsas. Las conferencias matutinas del presidente son un ejercicio intenso de propaganda, su finalidad no es informar a la sociedad sino acrecentar su poder político.

Señalo lo evidente: no son conferencias de prensa, intercambios entre la sociedad y el mandatario. Son actos verticales de poder que simulan ser conferencias de prensa. Se trata de una representación, de un engaño. Es inaudito que la sociedad informada haya tolerado, y lo siga haciendo, este artificio. Los esperpénticos participantes en esta farsa, sentados en primera fila, no son periodistas sino meras extensiones ventrílocuas del coordinador de comunicación social de la Presidencia, Jesús Ramírez. Personajes abyectos que el vocero del presidente coloca ahí para fingir que preguntan cuando en realidad lo que hacen es repetir un guion preparado por el vocero o el mismo presidente. No son conferencias de prensa sino el triste espectáculo de un presidente ante el espejo. Los periodistas reales, que sí los hay, han servido de comparsas de este montaje soez.

Si de lo que se trataba era de difundir el monólogo –monótono, trastabillante, confuso– del presidente, ¿para qué fingir este simulacro? Aventuro una hipótesis: las raíces del presidente son priistas, de ahí le viene esa necesidad de simular. Durante décadas el PRI montó la farsa de que México vivía en democracia, de que había candidatos y hasta elecciones. Todo el mundo sabía que el presidente ya había elegido a su sucesor meses atrás. Los mexicanos permitimos ese engaño como ahora permitimos un monólogo disfrazado de conferencia de prensa. Nuestra capacidad para seguirnos engañando parece infinita. (Al que guste profundizar en el tema le recomiendo El gesticulador, de Rodolfo Usigli).

De lunes a viernes –y por medio de videos los fines de semana– asistimos a la representación ritual. El presidente se monta en su púlpito y nos sermonea, insulta y amenaza a la prensa, a los empresarios, a quien se le ocurra. Horas y horas parloteando, divagando, mintiendo a mansalva. Cuando se le ocurre, pide cadena nacional para decir banalidades. Hemos tolerado que durante miles de horas engañe a la gente. Los periodistas que han solicitado a la Oficina de la Presidencia el sustento de las temerarias afirmaciones del presidente se han llevado una sorpresa: no existe tal sustento. Los otros datos no existen. Los otros datos son mentiras del presidente. La sociedad, como si fuera un espectáculo más de nuestro excéntrico país, lo ha dejado actuar. Lo ha dejado mentir impunemente. Lo ha dejado amenazar. ¿Hasta cuándo?

En uno de los países con más periodistas asesinados, el presidente dedica horas a calumniar y a amenazar a la prensa. Para ahondar la burla le llama "diálogo circular". Y no es todo. Muy probablemente también coordinados por el vocero del presidente, hordas de trolls y bots linchan en las redes a aquellos que el presidente señala con su dedito (disculpen el diminutivo, la expresión no es mía sino del propio presidente). Toleramos durante décadas el engaño priista así como ahora toleramos el engaño cotidiano del monólogo presidencial. El presidente conoce los resortes enmohecidos de la sociedad y los aprovecha a su favor. ¿Con qué fin? Lo repito: acrecentar su poder personal.

Hay quienes han fantaseado públicamente con la idea de hacer una "contramañanera", con expertos que refutarían con cifras y datos las ocurrencias de López Obrador. Me parece una idea ingenua. Los datos de los expertos sólo serían atendidos por una minoría. El éxito de los monólogos del presidente radica en su lenguaje coloquial, burdo, lento. Su torpeza, real o fingida, empata con la de su audiencia. Su mensaje no está dirigido al ciudadano sino a su clientela electoral. Es un exceso verbal (que algunos ejercen como romanticismo social) llamar a esa clientela "pueblo". La trampa es evidente: le habla al pueblo porque él es el pueblo. Es más sencillo que eso: le habla a su base electoral, previamente ablandada con dinero regalado, y esta base lo aclama por la promesa de seguir recibiendo el subsidio.

Hugo Chávez monologaba ocho horas los sábados en un programa sabatino. Pensamos que nos habíamos librado de eso, pero no: López Obrador nos receta diez horas semanales, a veces más, con sus sermones, sus lugares comunes, sus supersticiones y sus chistes sin gracia.

La oposición, para efectos prácticos, no existe. Lo que existe es una sociedad civil muy ruidosa pero poco efectiva en sus acciones, dado que no ha podido acompañarlas de acciones jurídicas. ¿Es legal que el presidente mienta sin freno? ¿Es legal que amenace y difame? No es preciso que la sociedad invente un circo para contraponerlo al circo oficial. Queda el recurso de la ley. Queda también la posibilidad de cruzarnos de brazos y seguir soportando la farsa matutina.

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