Leer es poder

El temor y la esperanza

México es un país de una profunda religiosidad, y el partido de la regeneración ha explotado a fondo esa fe. Se registró el 12 de diciembre como partido Morena, como la Virgen.

Para eludir la responsabilidad de su mal gobierno han repetido mil veces que la culpa es del neoliberalismo. Durante el periodo neoliberal (de De la Madrid a Peña Nieto) los tecnócratas se disculparon de su errática administración diciendo que la culpa la tenían los populistas que los precedieron. Los populistas aludidos –Echeverría y López Portillo– explicaron que sus políticas dispendiosas eran consecuencia del ya agotado "desarrollo estabilizador". A su vez, el artífice del "desarrollo estabilizador", Antonio Ortiz Mena, achacó a Miguel Alemán haber abierto el país en demasía a los intereses extranjeros (Mister amigo) además de haber puesto en práctica una política dispendiosa y corrupta. Alemán responsabilizó a Cárdenas por sus políticas populistas. Cárdenas a los sonorenses. Los sonorenses a Carranza. Madero a Díaz. Y Díaz a los hombres de la Reforma. Así hasta las calendas griegas. En México siempre el de atrás es el que tiene la culpa. No podemos desarrollarnos, se decía en el siglo XIX, por el lastre indígena. Tres siglos de Colonia nos condenan. Nunca hemos podido despegar "por el peso de la Conquista". Y la Conquista, claro está, "fue culpa de los tlaxcaltecas". Pretextos para no encarar la responsabilidad de gobernar.

Luego de 300 mil muertos por Covid-19, de haber hundido a la economía, de haber revertido reformas que el país necesitaba (la energética, la educativa), de haber alcanzado niveles de violencia interna que no habíamos conocido, López Obrador afirma que quiere ser recordado como uno de los mejores presidentes de México. Pura propaganda. En medio del desastre afirma ser el mejor, para que los medios lo repitan y sus fieles lo adopten como mantra. Es una frase de regalo para 65 por ciento de mexicanos que aprueba su catastrófica gestión.

Votaron en 2018 por él porque representaba la esperanza de un país distinto, uno donde no se premiara el robo ni la impunidad, un país en el que estarían separados el poder y los negocios (al César lo que es del César), donde los últimos fueran los primeros. La esperanza ha resistido, no ha flaqueado frente al hermano Pío López Obrador recibiendo fajos de dinero y obteniendo, en vez de castigo, millones para un estadio de beisbol; ha resistido a Manuel Bartlett –y sus 23 casas, sus 12 empresas y su hijo proveedor del gobierno– y su imposición de una contrarreforma energética en medio de constantes apagones; ha resistido, en fin, la liberación de Elba Esther Gordillo y las constantes burlas de Emilio Lozoya a la ley; ha soportado a Bejarano y su regreso al escenario político y el aumento de diez millones de pobres por una crisis mal atendida. La esperanza, aunque "es lo último que muere" y ha resistido múltiples embates, en algún momento languidece y se va.

Para algunos murió el día en que liberó al hijo del narcotraficante. Para otros murió el día en que fue a aplaudirle a Trump a Washington en plena campaña electoral. Para muchos, el día que tuvieron que enterrar a sus hijos, esposos y padres por la pandemia. Para muchas la esperanza se está resquebrajando con el decidido apoyo que el presidente ha brindado a un violador. Anabel Hernández, periodista de gran credibilidad entre las filas de la cuatro té, afirma que la candidatura de Félix Salgado es parte de un pacto con el narcotráfico. La esperanza de ver a un país sin corrupción, la esperanza de vivir en un país mejor, terminará por agotarse. Será sin duda un momento desolador para millones. Si no se puede confiar en él, ¿en quién? Un terrible sentimiento de orfandad acompañará ese momento.

Un viernes crucificaron a Cristo. El día siguiente, para sus seguidores, fue un día de completa desolación, un largo sábado. Las profecías afirmaban que resucitaría, pero ¿y si no regresaba de la muerte? Un día de dudas, de temor, de falta de esperanza. Algo semejante ocurrió a la caída de Tenochtitlán. Los dioses los abandonaron. La derrota fue terrible; la orfandad, peor. El mesías de Tepetitán, el rayo de esperanza, el hombre que salvaría a México de la corrupción, el hombre que con su ejemplo regeneraría a México, resultó ser un falso mesías: no rehuye la riqueza (vive en un Palacio, viaja en largos convoyes blindados), solapa la corrupción de sus más cercanos, no se compadece de los enfermos, dejó a los niños con cáncer sin medicinas, ha multiplicado la pobreza, en vez de multiplicar los panes. La esperanza subsiste porque si se renuncia a ella lo que hay es el vacío. Se tiene que creer en algo porque la ausencia de fe es un pozo muy oscuro. Lo peor que podría pasar es que esa fe se trasladara a otro predicador, más básico.

Esperanza, temor, fe, son conceptos aparentemente lejanos del análisis político. Pero constituyen aspectos centrales. México es un país de una profunda religiosidad. El partido de la regeneración ha explotado a fondo esa fe. Se registró el 12 de diciembre como partido. Morena, como la Virgen. Todo eso puede desmoronarse. Pero no va a ocurrir si la opción es el vacío.

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