Leer es poder

Derecho de réplica

Antes los presidentes tenían miedo de la prensa, López Obrador decidió en cambio encararla; antes la presidencia era cerrada, ahora se expone, lo cual no la hace más transparente.

Es falso el 'diálogo circular' que el presidente ha establecido con sus críticos. Un diálogo tan asimétrico no puede ser circular. El crítico ejerce desde sus posibilidades individuales y las de su medio, el presidente contesta con toda la fuerza amplificada del Estado. Esa asimetría es oprobiosa e induce a la tiranía, donde la voz de uno se impone al resto de la sociedad.

Se puede terminar con esa asimetría concediendo derecho de réplica a los que se sientan afectados por los señalamientos del presidente. Para evitar abusos, un consejo de personajes independientes podrían elegir los casos en los que los afectados demuestren que la información que refirió el presidente es falsa. En el mismo espacio y ocupando el mismo tiempo.

Actualmente las conferencias matutinas son un espacio salvaje, no regulado, sin ley. Es comprensible: el presidente inauguró esa costumbre. Antes los presidentes tenían miedo de la prensa. López Obrador decidió en cambio encararla. Antes la presidencia era cerrada, ahora se expone, lo cual no la hace más transparente. El presidente ha impuesto una 'verdad alternativa', los otros datos con información que sólo él conoce (el resto de los mexicanos tenemos que conformarnos con la información oficial que el presidente dice que es falsa).

A falta de regulación, se pusieron diques para no exponer al presidente: las primeras filas de las conferencias las ocupan falsos periodistas que hacen preguntas a modo. Ellos preguntan sobre los temas de los que quiere hablar el presidente, lo cual es un abuso, porque antes de la sesión de preguntas el mandatario improvisa largamente para fijar la agenda. No importa que el día anterior haya ocurrido un hecho grave, el presidente habla de lo que se le antoja. Luego viene el largo segmento de las preguntas inducidas. Esos dos ejercicios consumen 80 por ciento de las conferencias. El resto es para las preguntas incómodas. Parece una ganancia. Antes los presidentes no contestaban nada. Pero el actual tampoco lo hace. Hay decenas de videos en YouTube (empresa mucho más útil para la transparencia que la Secretaria de la Función Pública) que muestran la forma en que López Obrador evade lo que se le pregunta de forma directa. "Soy dueño de mi silencio", cuando conviene. "Mi pecho no es bodega", cuando conviene. Se trata de un espacio a todas luces irregular. Como mecanismo democrático podría ser muy bueno. En su versión actual se ha convertido en un espacio de linchamiento y calumnia, de mentiras e imprecisiones.

Es un espacio salvaje y no debe serlo. Podría ser, si se dejara de utilizar como el eje de la propaganda del partido y del gobierno, un espacio excepcional de comunicación directa. En lugar de inútilmente desmañanar a sus secretarios, ese espacio debería ser ocupado por asesores legales del presidente, a los que debe consultar antes de responder cuestionamientos difíciles, para evitar el bochornoso espectáculo del mandatario confesando violaciones a la ley (como ocurrió cuando defendió a su hermano Pío por recibir millones de pesos ilegales). Debería también estar presente un panel de expertos que lo asesorara en temas que no domina. Recordemos que el presidente ha llegado a decir en ese espacio que ya había hombres en América hace 10 mil millones de años…

El ejercicio no es nuevo, me podrían señalar: desde que era jefe de Gobierno de la Ciudad de México instauró la costumbre de las conferencias matutinas. Pero se trata de algo distinto. Nunca como jefe de Gobierno insultó a la prensa. Nunca calumnió a sus críticos. En ese entonces el objetivo era otro: llegar al poder. Ahora es distinto. El espacio de comunicación democrático degeneró en un espacio para que el presidente difame e insulte a placer. "Pasquín inmundo", llamó hace unos días a Reforma.

El presidente en sus conferencias improvisa ("no vayan ustedes a creer que preparo lo que voy a decir"), inventa datos y cifras (cuando un periodista ha solicitado a Presidencia el sustento de lo dicho por el presidente, le han contestado que no existe tal sustento), miente como quien respira (lleva más de 30 mil mentiras en 600 conferencias, según ha medido Spin), insulta a quien se atreve a criticarlo y calumnia como mecanismo de defensa para evitar responder lo que se le pregunta. No debe ser así, no tiene que ser así.

Muchas veces me he preguntado por qué los medios electrónicos e impresos no envían a sus mejores periodistas a las conferencias. ¿Por qué no van Ciro Gómez Leyva, Pascal Beltrán del Río o Raymundo Riva Palacio? Estoy seguro que José Cárdenas, Carmen Aristegui o Carlos Marín harían buenas preguntas. O los columnistas representando a su medio. Denise Dresser lo hizo no hace mucho. ¿No van para que el espacio del presidente no se vuelva muy incómodo? ¿No van por una convención no escrita, por deferencia, por cálculo? Jorge Ramos fue, preguntó, el presidente trastabilló con sus cifras, pero no volvió a repetirse. ¿Cuáles son las reglas? ¿Hay reglas? ¿Conviene que siga sin regulación alguna?

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