Leer es poder

Cuestión de fe

El gobierno actual no se sostiene de datos, sino del carisma de su líder, dice el autor, quien además afirma que raya en lo dogmático.

La cuarta transformación es sobre todo un acto de fe. No se sostiene en datos duros sino en el carisma de su líder; no en un proyecto sino en la confianza irracional en un salvador.

¿Cuál es el proyecto de la cuarta transformación? ¿El Plan Nacional de Desarrollo? Ya se han señalado sus incongruencias, el hecho de que en realidad se trata de dos planes mal ensamblados, elaborados por dos equipos que no se comunican, que se superponen y lo que eso significa: caos, desorden y desequilibrio en el gobierno.

Pero, ¿acaso importa la coherencia? El líder hablará cada mañana y convencerá a millones de que todos mienten –calificadoras, bancos, economistas, analistas, la OCDE y el Banco Mundial, periodistas, intelectuales–, de que una mafia conservadora quiere engañar al pueblo de México. Todos mienten excepto él. ¿En qué se basa la indudable confianza que se le tiene? En la fe.

A un sector considerable de ciudadanos el tono pararreligioso de sus discursos, sus recurrentes alusiones a Dios, a Jesucristo, a la Biblia, al bien y al mal, a que la verdad es cristiana y la mentira es del demonio, nos parecen aberrantes y fuera de lugar; consideramos que atentan contra el laicismo del Estado, contra el discurso secular que debe ser el de la política. Pero es un hecho que el Presidente no dejará de usar esos términos, quizás –en la medida en que la política económica revele sus insuficiencias– incluso los utilice con mayor frecuencia porque el sector laico y secular le interesan poco, no constituye su base de votantes: Él se dirige a otro público, al mayoritario, al que cree en los ángeles, en la divina providencia (si Pemex quiebra Dios verá por nosotros), el que cree –contra toda evidencia– que la economía por arte de magia comenzará a repuntar.

Todo es cuestión de tener fe. ¿Qué cada vez hay más muertos? Incrédulos. ¿Qué Pemex cada vez vende menos petróleo? Apóstatas. ¿Qué nadie ha visto las pipas compradas con tanto apuro? Ateos. ¿Que no es posible que México en tres años tenga un sistema de salud como el de Noruega y Finlandia? Herejes. La nave enderezará el rumbo.

Si la religión tiene misterios insondables (el Espíritu Santo, que es uno y tres, por ejemplo), ¿por qué no los habría de tener la 4T? Sigue siendo un misterio –que el Plan Nacional de Desarrollo no aclara– cómo vamos a crecer. Para crecer necesitamos producir riqueza, no basta con repartirla. Y para crear riqueza necesitamos inversiones. Contamos con una muy buena mano de obra, necesitamos capital. ¿De dónde va a salir? ¿Sólo del gobierno? No alcanza. ¿Qué inversionistas se animarán a invertir a sabiendas de que el Presidente ya demostró que puede cancelar los proyectos –del tamaño que sean– si se le pega la real gana?

¿Por qué canceló el NAIM? Ya Jiménez Espriú (el de los departamentos en Texas) se encargó de aclararnos que no se canceló por la corrupción de los constructores. Es ridículo pretender que creamos que se canceló por la consulta si esta estuvo amañada, fue fraudulenta y sólo se hizo para validar una decisión tomada. Ahora dice el Presidente que para construir el Tren Maya no necesita consulta, lo que viola la ley.

El nuevo aeropuerto se canceló por razones políticas. Mejor dicho: por una sola razón. Mandar un mensaje muy claro a los empresarios de este país: aquí el que manda soy yo. Desde entonces la economía se maneja no desde Los Pinos sino desde Palacio Nacional. Lo malo es que ese mensaje –claro y altisonante– no sólo lo escucharon los empresarios mexicanos sino los inversionistas extranjeros. El anuncio les llegó nítido: el Presidente mexicano cancela los proyectos porque sí. ¿Qué empresario va a exponer sus recursos con esta garantía? Cierto: ninguno de los inversionistas que metió su dinero al NAIM salió perdiendo. El gobierno cumplió sus compromisos y pagó las penalidades correspondientes. De hecho, los únicos que salimos perdiendo fuimos nosotros, los mexicanos. Para convencer a los inversionistas, ¿cuál será el costo de las garantías que ahora tiene que ofrecer?

Los inversionistas necesitan certidumbre. Dice el Presidente que ellos confiarán en nosotros porque ya se acabó la corrupción. Eso es lo que el Presidente quiere que creamos. Y sus fieles de seguro lo creen. ¿Lo creerán también los empresarios sin fe, los grandes fondos de inversión? Me parece corrupto que un político cancele un proyecto sólo para reafirmar su poder. Me parece corrupto que el 74 por ciento de la obra pública asignada se haya realizado sin licitación. Me parece corrupto que se haya impuesto como ministra de la Suprema Corte a la esposa de su contratista favorito. Me parece que se propicia la corrupción al rechazar las evaluaciones, que se recele del INAI, que esté en punto muerto el Sistema Nacional Anticorrupción.

Eso me parece a mí, que soy hombre sin fe. No creo en el proyecto redencionista de la cuarta transformación. Debe ser mi culpa. El milagro es evidente pero no lo veo. ¡Qué distinto me parecería todo si también yo pudiera creer en sus fantasías!

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