Fernando Curiel

¿Qué era histórica nos aguarda?

El próximo mundo será del todo diferente al que, en enero de 2020, sorprendió, desprevenido, el COVID-19.

Uno. Difícil, si no es que imposible, resulta para la Historia (la tal como historia: acontecer, cronología; y como historiografía: teoría, escritura) escapar a la manía de los cortes, las etapas, las eras; yugo ya al tiro en la simple, pero inescapable división de pasado, presente y futuro. Incluso quienes, desde dentro del quehacer inventado por los griegos, lo niegan, al negarlo, lo consagran. ¿Qué era se nos vendrá encima cuando remita esta plaga, y recontemos bajas y sobrevivientes?

Dos. Porque si de algo se habla, escribe, o rumia en la soledad impuesta, es de que el próximo mundo será del todo diferente al que, en enero de 2020, sorprendió, desprevenido, el COVID-19, si es que termina por atribuírsele, ora a la evolución natural, ora a lo que la especie humana le ha infligido a natura, ora a un malévolo cálculo. Cuyo aprendizaje, este último, debió ser la solución nazi a la cuestión judía, los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York o, entre nosotros, para no ir tan lejos, la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Cuya "verdad histórica" sigue pendiente.

Tres. Para seguir con la proximidad, la historia mexicana moderna y contemporánea, con su alta cuota de violencia social, se le divide en Independencia, Reforma y Revolución; y a esta última, yo al menos, la desmigajo en primera y segunda oleadas revolucionarias (respectivamente, 1910-1914, y 1914-1921), construcción del nuevo Estado Revolucionario (1921-1940), post revolución (1940-1968), y, por último, desinstauración del movimiento que, no sin precedentes, arrancara el 20 de noviembre de 1910.

Cuatro. Y si en el pasado se deslindaba con nitidez, sobre todo cuando sólo los chicharrones del PRI tronaban (Partido de Estado, con sus visos de Politburó soviético), imposición de oposición, verticalidad y autoritarismo de protesta (la que poblaron Rius y Naranjo en los "cartones", Monsiváis en el radiofónico "El cine y la crítica" y sus colaboraciones en la prensa, el hace poco desaparecido Óscar Chávez en la canción); hoy en día todo resulta confuso. ¿Es el gobierno federal, la neta, encarnadura de la protesta, la "contestación", la crítica al status quo?

Cinco. Pero torno a la pregunta de apertura. ¿Qué era histórica se nos vendrá encima? ¿Cómo la llamaremos? ¿Cuáles serán sus contenidos? ¿Traducirá aprendizaje de los excesos y desfiguros de la política disque demócrata, de la desigualdad y el racismo, de los partidos transfigurados en cárteles de la res republicana, de lamentables comedias de equivocaciones como la que acaba de protagonizar, extraído del basural político, y ahí devuelto, Javier Lozano? Como solía decirse antaño: "Averígüelo Vargas".

Seis. Y mientras Vargas hace la tarea, quizá valga la pena, antídoto a la televisión y a la tablet, asomarse a interpretaciones integrales del pasado que en buena medida constituyó esta actualidad. Tal es el caso de un ya clásico: Posguerra. Una historia de Europa desde 1913, de Tony Judt (México, Taurus, traducción de Jesús Cuellar y Victoria E. Gordo del Rey, 2011). Historia de Europa y de África y del Caribe americano (detallado es el análisis de la cubana "crisis de los misiles" en 1961). No se deje intimidar por el grosor del volumen (2,012 páginas). El relato frisa, si no en la novela, sí en el reportaje.

Siete. Presupuesto: "La primera vez que pensé (advierte Judt) en escribir este libro fue mientras hacía un transbordo en la estación terminal de Viena, la Westbahnhof. Era diciembre de 1989, un momento propicio […]. Resultaba evidente que había finalizado una era, y que una nueva Europa empezaba a nacer. Pero con el fin del viejo orden, muchos principios vigentes desde hacía largo tiempo tendrían que cuestionarse. Lo que hasta entonces se había tenido por permanente y de alguna forma inevitable adoptaría ahora un aire mucho más transitorio". 1989 es el año en que enardecidos alemanes, del este y del oeste, derrumban el oprobioso Muro que dividía en dos la ciudad.

Ocho. Podría presumir que estuve en dicho sitio, pero fue antes del 89, y, dato poco mencionado, debo agregar que la línea divisoria, super vigilada por la Stasi de la República Democrática Alemana, sus esbirros y ciudadanos delatores (de la pareja, de los hijos, de los padres, de los vecinos, del próximo en suma), bajaba de la superficie al Metro, creando la imagen de estaciones (andenes, túneles) deshabitados, muertos.

Nueve. El caso es que, en el planeta, una era está finalizando, y una nueva, no sabemos a ciencia cierta cuál, pinta sus primicias. Ojalá no se trate de esos cambios de piel históricos, en que lo viejo no termina de agotarse, ni lo nuevo por nacer. Confiemos en el nuevo parto. Y después de fatigar (como gustaba decir a Borges, "Borgués" en la palabra pronta del sabio Vicente Fox), el libro de Judt, puede usted hincarle el diente, también voluminoso (tiempo es lo que sobra), al libro de divulgación de Juan Eslava Galán: La segunda guerra mundial para escépticos (México, Planeta, 2015, 750 páginas). O a los tres volúmenes de su Tragicomedia mexicana, tragicomedia que no da respiro, de José Agustín. A quien aprovecho para expresar viejos respetos y admiración.

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