Fernando Curiel

Presente y futuro de la UNAM

El autor propone incluir a la UNAM, en la lista de condiciones y problemas nacionales que deben establecer sus programas de investigación.

Uno. Con la reelección del Dr. Enrique Graue, decidida por la Junta de Gobierno, tras un proceso de auscultación que, a fe mía, dado el momento nacional, debió haber concitado mayor concurrencia comunitaria, se emprende una nueva singladura de la UNAM, hacia el puerto de 2023. Han discurrido 109 años de su apertura pasadas las Fiestas del Centenario y, en el aire, ante la fijación del poder de Porfirio Díaz, la inminencia de un estallido social; 90 de su autonomía condicionada (la definitiva data de 1933, y se consolida en 1945); 67 de la construcción de la Ciudad Universitaria, espaldarazo del país a su máxima casa de estudios superiores; y 39 de la inscripción constitucional de la autonomía, garante de libertades tales como la autogestión, la enseñanza y la investigación.

Dos. Mi propuesta reciente, de a modo de hipótesis de trabajo, incluir a la institución, en la lista de condiciones y problemas nacionales que deben establecer sus programas de investigación, me obliga al añadido de ciertos matices. En términos generales, el organismo al que no me canso de tildar institución sin sosiego y hazaña de la libertad mexicana, cumple con los indicadores, nacionales e internacionales, que miden su desempeño. No disocia la misión trípode de docencia, investigación y difusión. Y prosigue su expansión dentro y fuera del país. ¿Entonces?

Tres. La propuesta de ejercicio, de la misma UNAM como problema nacional, nace de un entorno que parece rescatar de los repositorios del tiempo, formas del más acerbo presidencialismo autoritario; de una Ciudad de México (que no tardará en ser ejemplo de otras) que ha conseguido, tironeada por las fuerzas de la delincuencia y la insaciabilidad de la especulación inmobiliaria, desasirse de los cauces de la planeación y el crecimiento sustentables; de una Sudamérica, su espacio natural, convulsa. Y, al interior, de ciertos espacios de la propia UNAM, una ingobernabilidad en términos de equidad de género y correcto empleo de las instancias de pesquisa y resolución. A lo que, creo yo, se añade el replanteamiento que sacude al CONACYT, hasta ayer aliado incondicional de la investigación científica universitaria, hasta el extremo de reducir a grado cero la fundamental investigación en humanidades.

Cuatro. En otras palabras, de lo que se trataría es de encontrar respuestas multidisciplinarias a la génesis de la institución a la luz de sus transformaciones y combates; al diagnóstico de su plural situación actual; a la prospectiva de sus próximas andanzas. Una batería de exámenes, en suma, que dé cuenta de su largo proceso (la forma en la que la Revolución adopta un organismo, de la vanguardia porfiriana, es cierto, pero porfiriana a fin de cuentas); de su desarrollo (no siempre equidistantes, bachillerato y educación superior, incluido el posgrado); de su inminencia a corto y a largo plazo (quizá con un equilibrio mayor entre la difusión intramuros, parte sí de la educación estética del universitario, pero proclive al asistencialismo a crítico, y la extensión extra muros, origen de la tercera función universitaria en tiempos no sólo del Ateneo de la Juventud sino de los Siete Sabios y de los Contemporáneos).

Cinco. Saco cuentas, y no es escaso lo que he escrito sobre la UNAM, en épocas de calma chicha (Perfil de la cultura en la UNAM, La radiodifusión universitaria) y en épocas de tormenta (Tercera función, La Universidad en la calle). Me detengo en este último libro, redactado para exorcizar los fantasmas y espantajos de aquella interminable huelga de 1999, que, iniciada como autoinvasión, degeneró en franca invasión externa a modo de laboratorio de lo que vendría después; todo esto ante la indiferencia inconmovible de las autoridades federales y locales (pase Zedillo, ¿pero Cárdenas?).

Seis. El caso es que, desde la dirección del Instituto de Investigaciones Filológicas, ya realizado en el exilio el seminario que llevaría a la publicación de Filología mexicana, autognosis de las tres filologías a cargo del IIFL (la clásica, la hispánica y la amerindia), nos dio por una encuesta, sobre la investigación en general y la humanística en particular, que circuló entre 115 colegas, investigadores y profesores en humanidades, ciencias sociales y ciencias naturales y exactas. Dos comentarios. En la medida que me satisfizo la respuesta, el 61.73 por ciento del universo encuestado, reparo hoy en la simpleza de alguna de las ocho preguntas, que sin embargo atribuyo al cuestionamiento, de buena y de mala ley, que se hacía al papel, social e intelectual, de la UNAM.

Siete. Pero me quedo con la beligerancia de la pregunta número cinco: "¿La revisión, transformación de la agenda de investigación de la UNAM, podría dar pie a planes y programas de investigación?". Con una respuesta favorable de 65 participantes, 2 que respondieron no y 2 que no contestaron. Si la investigación unameña debe atender preferentemente "las condiciones y problemas nacionales", no encuentro la razón de que semejante empeño, fundamental para el país, no se plasme en planes y proyectos de dialéctica participación colegiada.

Ocho. Por último, asimismo me quedo, con la selección de comentarios de los colegas encuestados, y la extensa lista de investigaciones requeridas, por reforzarse, por inaugurarse o por llevarlas al plano de la inter y multi disciplina. El relevo reciente en la Coordinación de Humanidades quizá anuncie tanto la realización de la hipótesis aquí aludida, como la esperada recolocación de las humanidades, escasa frente a la científica, en el discurso institucional. Ojalá.

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