Fernando Curiel

La Ruta de la Amistad

A la Ruta de la Amistad, se la devoraron, la disgregaron, un conjunto de maldiciones.

Uno. No es condición indispensable haber vivido, como lo viví, el exaltado estado de trance artístico, y de las ideas, de la Ciudad de México entre 1959 y principios de 1968, para reconocer que se trató de una Revuelta Cultural (la primera, en la frontera de Porfiriato y Revolución, tuvo de protagonistas al Modernismo y al Ateneo de la Juventud, pero mientras el Modernismo, radical emancipación estética, terminará en las letras de Lara y Curiel, el segundo se prolongará en el vasconcelismo educativo).

Dos. Remate de la Revuelta de los 60, lo hubiera sido la Olimpiada Cultural, que Ramírez Vázquez, sucesor del general Clark Flores, en la organización de los Juegos, pensara visionario. Sólo que el otro Movimiento, el estudiantil, político, incuestionable épica, terminó por borrar de la memoria pública, tanto a la Revuelta Cultural como a la Olimpiada Cultural. Momento es, a fe mía, de recuperar, inter relacionándolas, a las tres expresiones. Al igual que a sus espacios.

Tres. Baste traer a cuento, respecto a la Revuelta, a la Casa del Lago en Chapultepec, a los museos de Antropología e Historia y Moderno en el Paseo de la Reforma, al taller Mester en Río de la Plata, al IFAL en Río Nazas, la Librería Selecta en la Avenida Hidalgo, a la Zaplana de San Juan de Letrán, al Cine Club del Politécnico en Santo Tomás, a la Sala Manuel M. Ponce en Bellas Artes, al Auditorio Justo Sierra y al Teatro Carlos Lazo en Ciudad Universitaria. Sin faltar la mismísima Zona Rosa en la Colonia Juárez.

Cuatro. Capítulo urbano-escultórico de la Olimpiada Cultural lo fue la Ruta de la Amistad, cuyas resonancias encuentro tanto en el Jardín Escultórico como en el Espacio Cultural del Centro Cultural Universitario, "Cultisur". Tendencia que por igual, encuentro, también en terrenos universitarios, en La Serpiente del Pedregal y algunas piezas más de Federico Silva, en las obvias y reiterativas esculturas de Sebastián y en el espléndido mural de azulejos de Carlos Mérida.

Cinco. A la Ruta de la Amistad, se la devoraron, la disgregaron, un conjunto de maldiciones. La voracidad del automóvil privado, alentada por las autoridades, incluidas las de supuesta "izquierda"; la inexiste planificación citadina, atenta (brincos diéramos) no sólo a los negocios y sus réditos políticos, al contexto urbano, a los escrúpulos ambientales. Daño semejante han ocasionado a la Ciudad de México (mal ejemplo seguido por Monterrey, por Puebla y demás), terremotos, especulación inmobiliaria, regencias, desmemoria capitalina.

Seis. En su trazo original, la RA, se componía de varios núcleos. En el epicentro, esculturas de German Cueto, Miroslav Chupac, Willi Gutmann, G. Fonseca, Constantino Nivola, Kiyoshi Takahashi, Herbert Bayer, Clement Meadmore, Joseph Ma. Subirach, de nuevo Nivola, Angela Gurría, Jacques Moeschal y Todd Williams. Después, obras de Alexander Calder, Joop B. Beljon, Itzhak Dazinger, Olivier Seguin, Mohamed Melehi, Helen Escobedo. En el Palacio de los Deportes: "La Osa Mayor" de Mathias Goeritz (por cierto, da grima el sitio rastrero, en que ha quedado, entre edificios, su "Serpiente", otrora emblema de Los Jardines del Pedregal).

Siete. Hablé (punto 5) de desmemoria capitalina, cuando quizá proceda la expresión incuria, si no es que de crimen de lesa cultura. La mal intencionadas oleadas de "corrección política", que nos azotaron post 68 (haga usted de cuenta como le pasó a las tierras bajas de Tabasco con la Presa Peñitas), borraron, de manera inmisericorde lo mismo a grandes plumas (Guzmán, Novo, Torres Bodet, Magdaleno, Spota); que a construcciones deportivas de excepción (Alberca Olímpica, Palacio de los Deportes, y menos mal que el Estadio Universitario ya estaba construido décadas atrás); que a promisorios proyectos urbanos (la Ruta de la Amistad); que a auténticas aportaciones (la Olimpiada Cultural, hija legítima de la Revuelta Cultural de los 60).

Nueve. En vez de hacerlos nuestros, celebrarlos y en esa medida habitar una ciudad memoriosa, los ignoramos. Y todo por la inepcia del "sistema" (que la verdad sigue vivito y coleando) de encender en 1963 todas las alarmas en vista de los que se nos venía encima (los Juegos Olímpicos del 68 pondrían al país, culpable de tantos rezagos, bajo lupa satelital, y despertaría auténticos y falsarios ímpetus justicieros); y rechazar, en 1965, con todas las de ganar con un Partido de Estado, "Politburó" vernáculo, la actualización y apertura del PRI (Plutarco Elías Calles, o Lázaro Cárdenas, no se lo hubieran pensado dos veces).

Diez. Me entero de un tardío plan de salvamento, de reubicación de dos de las esculturas, Puertas al viento de la mexicana Helen Escobedo y Sin título del francés Olivier Seguin. Reconozco mi escepticismo. Tanto por ignorar si obedece a un plan integral (la ruta en su conjunto), como a las prevenciones para su disfrute futuro cotidiano, que tome en cuenta los contextos de la Pirámide de Cuicuilco (en franco abandono), ignoto origen de este sufrido y esquilmado Valle Central, y de Ciudad Universitaria. Por no hablar de los puntos que comprende, o a los que conduce, su periplo sureño. En realidad, la Ruta de la Amistad debería ser una de las puertas al vasto Sur de la Ciudad de México, tan fragmentado. Como si San Ángel no tuviera que ver con Coyoacán, Coyoacán con Churubusco, y los tres con Tlalpan.

Once. La verdad es que esta intervención me suena tan autoritaria, unilateral, de coyuntura, hasta caprichosa, como la intervención unilateral en el Bosque de Chapultepec. Lugar que sí, sí, que aguanta, ha aguantado, un piano. ¿Pero no nos estaremos pasando de tueste? La suerte de las estatuas es uno de los derechos de la Ciudad, asunto de consenso. ¿No lo cree usted?

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