Fernando Curiel

Industria de la conciencia

Fernando Curiel reflexiona sobre quién tiene la capacidad de imponer a la población qué sentir, cómo hablar y qué opinar en su aporte al libro 'Educación. Cultura. Información'.

Uno. La tesis axial es asaz simple: quien tiene la capacidad, Estado, medio privado, corporativo trasnacional, de imponer a la población qué sentir, cómo hablar y qué opinar, maneja en solitario, o en competencia, la Industria de la Conciencia. Máxime si reúne todos, o casi todos, los medios de expresión: impresos, sónicos, visuales, multimedia.

Dos. Tal es el tema de mi aporte al libro Educación. Cultura. Información que, dentro de una serie dedicada a las condiciones y problemas nacionales, afán central de la investigación universitaria (manque irrite a los promotores de un saber apátrida), acaba de publicar la Coordinación de Humanidades de la UNAM.

Tres. El ensayo lleva por título "Humanidades mexicanas o '¿qué hacer'?, se preguntó (sabiendo la respuesta) Lenin"; y comparte el índice con asomos a temas, entre otros, como la frontera México-norteamericana (hoy línea de choque), los nexos entre sociedad y tecnología, experiencias como "Circo volador", el acceso a la información gubernamental y la crisis del modelo educativo.

Cuatro. En México, por décadas, la Industria Cultural fue de carácter público. Aunque iniciado el trámite por José Vasconcelos, titular de la SEP (con la mira puesta en Palacio Nacional), corresponde a Plutarco Elías Calles inaugurar Radio Educación, en 1924. En 1937, surge al espacio electromagnético, Radio Universidad. En 1958, nace Canal 11.

Cinco. Y creo que, a estas alturas, probada queda ya a satisfacción, respecto a la radio, que a su nacimiento concurrieron radioaficionados, medios oficiales, medios privados e instancias universitarias (a la radiodifusora de la UNAM, la seguirá en breve la de la Universidad de San Luis). Respecto a la televisión, Miguel Alemán, tuvo en sus manos la decisión de elegir entre modelos, el público tipo la BBC de Londres, o el ultra comercial norteamericano. Y optó por este último.

Seis. Es, pues, a partir de los 50's del pasado siglo que, en México, la Industria de la Conciencia en verdad masiva, de mayor penetración que la de la Iglesia Católica (entonces la única en el candelero), del Estado mismo y de las Universidades, queda al arbitrio y a los intereses, de la iniciativa privada (no precisamente dada a las Artes, al patrocinio cultural).

Siete. Primero, en monopolio, Telesistema Mexicano; después, en bipolio, Televisa y Televisión Azteca. Contra el control de la mexicana Industria de la Conciencia, se levantó (lo que quedó en mero gesto) el dedo admonitorio y todavía destapador del, entre atolondrado y alucinado, presidente Luis Echeverría Álvarez. La intentona ganó adeptos entre "apocalípticos" e "integrados", intelectuales y gente de a pie.

Ocho. Mediante un Reglamento se pondría coto a los excesos mercantilistas de los "medios electrónicos", a estos se le fijarían objetivos ineludibles como la cultura y la información (quedando por último el entretenimiento), se haría la separación ontológica entre patrocinador y "medio", comercial y programa; respecto a la andanada del "jingle" se cuidaría la continuidad narrativa. Lo cual (humorada mía de aquellos años), nos permitiría ver un programa sin atender a los "comerciales", o ver a los "comerciales" sin atender al programa.

Nueve. El caso es que los concesionarios casi se levantan en armas, se manosea en la Cámara (la legislativa) el contenido "duro", y, al final, final de serie de horror, para desgracia del Sufrido Auditorio, la iniciativa presidencial queda en malograda (¿sincera?) buena intención. Lo cual explicará la actual omisión gubernamental frente a los verdaderos dueños de nuestra Industria de la Conciencia.

Diez. Sobra decir que se trata de una cuestión de vida o muerte culturales (el sentimiento, el habla, el juicio), y que se impone la pregunta sobre el papel, lo mismo de la SEP (lo que queda del organismo inventado por Vasconcelos y que tanto impulsara, en sus dos vueltas, Torres Bodet), que de la Comisión de los Libros de Texto Gratuitos, que de las Universidades.

Once. Respecto a nuestra Máxima Casa de Estudios, cabe recordar, que, en respeto de la tradición redistributiva del Ateneo de la Juventud (Caso, Reyes, Henríquez Ureña, el propio "Vasco), surge teniendo entre sus funciones, amén de la educación estética del joven estudiante, la de propagar con la mayor amplitud posible, masivamente, más allá de sus muros, los beneficios de la cultura.

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