Opinión Fernando Curiel

Hundimientos

El autor hace un recuento de los acontecimientos a 100 años del origen de la Secretaría de Educación Pública y su primer titular, José Vasconcelos.

Uno. Dado el desmantelamiento, si no es que derrumbe, de los programas de cultura, educativos, de investigación humanística y científica que nos asolan (por no hablar de los relativos a la mujer, los periodistas bajo amenaza, los niños enfermos de cáncer, y turbador etcétera), en esta y próximas colaboraciones, me ocuparé de sus más señaladas instituciones. La Secretaría de Educación Pública, una de ellas. Repaso histórico, asimismo, de egregias figuras.

Dos. Al igual que la Escuela Nacional Preparatoria, creada por el positivista (a la mexicana) Gabino Barreda, la Reforma en plenitud, constituyó el alma mater de la Universidad Nacional de México, impulsada por Justo Sierra (con la aquiescencia de Porfirio Díaz, si no, nomás no), la Universidad Nacional de México fue el alma mater, en tiempos del rector José Vasconcelos, de la SEP.

Tres. Este pandémico año de 2021, la Secretaría de Educación Pública cumplirá los 100 años de sus primeros pasos (acontecimiento medular que no encuentro ni en el programa federal, ni en el local, de festividades patrias, a lo mejor por el bajísimo perfil, de los titulares de la SEP, del gabacho Ernesto Zedillo en adelante). Degradación que acaba de recibir su fría puntilla.

Cuatro. Los trabajos que llevaron a la constitución de la Secretaría de Educación Pública, los emprendió su fundador y primer titular, José Vasconcelos (con el concurso del presidente provisional Adolfo de la Huerta y del definitivo electo Álvaro Obregón, si no, nomás no), al tomar posesión de la rectoría de la UNM. Discurso memorable.

Cinco. Arrancaba la Revolución Cultural dentro de la Revolución Social. Armas de la Crítica junto a la Crítica de las Armas, aún sin enfundarse del todo (habían sido asesinados Madero, Zapata y Carranza, se asesinaría a Villa y al propio Obregón, que tornará al poder de iure pero no de facto). La cruzada de Vasconcelos va más allá de una etiqueta. Inteligencia civil, cívica, frente a las ambiciones militares.

Seis. No obstante, el historial de "Vasco", hasta su ingreso a la rectoría camino a la SEP, había sido el de un militante revolucionario. Primero, sin dudarlo, con Madero, después con la Soberana Convención (en el grupo de M.L. Guzmán, Antonio Villareal, Eulalio Gutiérrez, etcétera). Justamente a Gutiérrez, designado presidente soberonista, le debe su fugaz primer nombramiento en el campo educativo. El triunfo de Carranza lo arrojará al ostracismo.

Siete. Contaría, al regreso espectacular, en primer término, su pasado ateneísta (Ateneo de la Juventud, del que sería presidente), con momentos estelares como su participación en las Conferencias del Centenario (que editaría a su costa el "científico" Miguel Macedo), y el también colectivo lanzamiento de la Universidad Popular Mexicana, invento del Ateneo de la Juventud mudado Ateneo de México (UPM, que el propio Vasconcelos, temperamental, se encargaría de frenar en 1921, 1922).

Ocho. En segundo lugar, estarían sus propias ideas e intuiciones filosóficas, abiertas al Oriente, deudoras de la estética, la música, la tradición griega (en el primer tomo de sus Memorias, se reconocerá Ulises criollo), la plena harmonía. Y en tercero, anotémoslo de una vez, su atención a la obra educativa de la Revolución Soviética, la que, en 1917, siguió a la Revolución Mexicana de 1910. Esta huella, llevaría a los críticos de la SEP, que, por supuesto no faltaron, a tildarla de socialista, por no decir de corte comunista.

Nueve. Su regreso del exilio, bajo el cobijo de los sonorenses del Plan de Agua Prieta, será el de una mixtura de pensamiento y acción. De su breve paso por la UNM, dan fe: su ya mencionado discurso de toma de posesión en que se decanta agente de la Revolución, y no mero tramitador de títulos y togas; la campaña alfabetizadora; el impulso a la lectura; la redacción, y propaganda nacional, de la ley educativa federal.

Diez. Ya al frente de la SEP, mantendrá el tejido con la Universidad Nacional (la colección de clásicos, esos libros verdes que a tantos irritaron, mantendrá el sello editorial de la casa de estudios); construirá escuelas y bibliotecas, urbanas y rurales; impulsará el muralismo (Rivera, Orozco, Siqueiros, pero no sólo los tres grandes que son dos que en realidad es uno, es broma); lanzará las Misiones Culturales, que tendrán su eco en la Segunda República Española; mudará al profesor en evangelista; publicará la revista El Maestro, y construirá el Estadio Nacional.

Once. En el apresurado programa de festejos de la Consumación de la Independencia de México (Obregón acababa apenas de ensillarse), en 1921, se advertirá la impronta de Vasconcelos en el rescate de las artes y artesanías populares (hoy se diría, con caché, "originarias"), en los albores de un plan de educación nacional, que se inscribía en la tradición conceptual de Gabino Barreda y de Justo Sierra), y en una movilización hacia el saber (no sólo la instrucción) de alcances inéditos.

Doce. Soy de parecer de que es este José Vasconcelos, el constructor, el educador de altos vuelos, el editor de la Suave Patria de Ramón López Velarde, el intelectual revolucionario redentor y justiciero que coloca a la educación popular en el lugar que le corresponde si de elevar a la nación se trata, el impulsor de los lienzos murales como lecciones históricas (ya no le tocó el grafiti, que si no), el artífice de la SEP, el que debería destacarse en los un tanto atolondrados programas oficiales de conmemoraciones. Sin perder de vista, claro está, sus ambiciones presidenciales, su derrota, su nuevo exilio, su coqueteo nazi, su amargura final.

COLUMNAS ANTERIORES

Ciudad letrada expandida
La realización simbólica

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.