Fernando Curiel

El difícil camino a las mesas de novedades

El mundo editorial y sus bifurcaciones son un laberinto entre los libros, los autores y sus lectores más acérrimos; las mesas de novedades son una muestra de ello.

Uno. Una sana cultura literaria, transmitida de generación en generación, es aquella que descansa en un repertorio de clásicos y modernos, propios y ajenos. Guste o no, ora a los críticos, ya a los agentes de ventas. Cultura que, si bien descansa en la intuición natural del lector, más aguda de lo que suele reconocerse, exige políticas públicas deliberadas y sostenidas.

Dos. Entre nosotros, prueba contundente de la mencionada intuición, es la lealtad lectora a escritores como Guillermo Prieto, Juan de Dios Peza, Manuel Gutiérrez Nájera, Federico Gamboa, Luis Spota, entre otros autores malquistos en los círculos empeñados en imponer modas por motivos de rencillas o descaradamente mercantiles. Por los primeros se gana poder, por los segundos, se incrementan compras no necesariamente acompañadas de lectura.

Tres. Las políticas públicas librescas, vengan de donde vengan, el Estado o las Universidades, el Estado impulsando colecciones con precios de portada sin retobo subvencionados, las Universidades ampliando (democratizando) sus planes de enseñanza, investigación y vulgata, mantienen viva la tradición literaria.

Cuatro. ¿Cómo llegar a las mesas de novedades? Tiempo hubo que desde la política. Ex presidentes de la República urgidos, vanamente, de justificar lo injustificable (al parecer con la manita de García Márquez, Carlos Salinas de Gortari acabó, ¡gulp!, en el establo que regenteaba la catalana Carmen Balcels, que en paz descanse). Añádanse los miembros del Círculo Rojo, aquejados del mal literario.

Cinco. Pero si, salvo al historiador político de estómago fuerte, a ningún lector en su sano juicio interesan las argucias a toro pasado de los últimos presidentes, al menos de Echeverría par acá, la falta de perspicacia de los del "círculo rojo" respecto a nuestra realidad contemporánea, a medio camino entre la Decadencia y el Apocalipsis, los ha dejado en la lona. Si yerras como analista de la cosa pública, ¿qué puedo esperar de ti como cuentista o novelista?

Seis. Nada exagero al decir que largo tiempo llevamos metidos en una profunda confusión, al grado de la indigencia, en torno a las letras, abandonadas a una competencia encarnizada en la que los autores de verdad ven constreñida su libre expresión a las condicionantes de las becas, las facciones culturales, la corrección política, las dobles o triples jornadas (creador, comentarista, conferencista en "Cenas de Damas"); mientras que la industria editorial cede por completo el espacio de la Ley del Riesgo Estético al de la Rentabilidad.

Siete. A lo que se agrega la natural extinción física de los grandes escritores que confirieron al siglo XX mexicano una de sus grandes lumbres, la literaria. Piénsese, simplemente, para no viajar demasiado en el tiempo, en los integrantes de las generaciones de 1914, de Medio Siglo, de Casa del Lago, del Grupo Jalisco. No menciono nombres, de ellos y ellas, para no incurrir en imperdonables omisiones. Y lo incuestionable: la literatura ya no se decide en su campo, el impreso. Fin glorioso, queda en manos de los Medios. Vaya, del espectáculo.

Ocho. Justamente (¿justamente?) en los "medios" electrónicos, ha surgido un nuevo tipo de autor "literario". Y no me refiero a aquellos, dueños de oficio y obra, que para sobrevivir le entraron al stand up a toda costa, sin excluir el padrinazgo de Foros capitalinos o de generaciones estudiantiles campesinas (aunque faltando a la etiqueta del traje formal). De lo que hablo es de los practicantes de "opinión" política y social "chacotera", banalizada a extremos irrespirables, singular mezcla de las filosofías Quién y Ventaneando. Banaliza, sí, que nada queda.

Nueve. Las editoriales, incluidas las "progres", ya les echaron el ojo. "Todos ganan", como dirían los negociadores del TLC. Sin un ápice de mesura, los propios espacios electrónicos se tornan resonadores del súbito escritor, que no pierde oportunidad de auto promoverse, promoción que lo es también de la casa editora. Las ocurrencias se desatan. Todo se vale. Desde una selfie con la portada del libro posando lasciva, hasta una cena privada con el ganador del más desorbitado elogio (a condición de no haber leído el libro de marras).

Diez. Difícil, arduo, el camino a las mesas de novedades. Parece, ya lo sugerimos, que, al escritor de la"vieja onda", no le queda más que re adueñarse de los procesos de edición y distribución, creando su propio público, "lectorado". Reducido por fuerza, pero quizá fiel y asimismo dispuesto a correr, en cuanto lector, riesgos. La lectura creativa.

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