Fernando Curiel

El 68, a revisión

El Movimiento Estudiantil del 68, aparejó, en efecto, un parteaguas en la vida no sólo del escaparate, la Ciudad de México, sino nacional en sentido amplio.

A mi paisana Ignacia Rodríguez

Uno. Días de una UNAM todavía en condiciones presenciales, sin imaginar siquiera esta peste que se abatiría sobre el planeta, y que, a meses de manifestarse aún no muestra orillas ciertas de arribo al costo de millones de bajas. Mezcla de la ferocidad con la que Natura ha reaccionado a la irresponsabilidad humana y de la global inepcia de la política y, me temo, de la ciencia. Aunque debemos reconocer, en la política, la preeminencia salvaje de un Trump o un Bolsonaro (y quién quiera usted añadir), y, en la ciencia, antes que razones humanitarias, la rebatiña por una fórmula mágica, el antídoto al Covid-19, la vacuna, que acarreará ganancias cuyo monto deja chiquita a la imaginación.

Dos. El caso es que en el Instituto al que estoy adscrito, el de Investigaciones Filológicas, con las condignas obligaciones de docencia y de difusión, se me invitó a participar en un programa de aniversario (uno más) del 68. Recuerdo que amén de agradecer la honrosa invitación, advertí la oportunidad de no incurrir en una ceremonia dada al habitual mito, a los malos recuerdos, y a los justificados agravios. A los episodios de aquel año, había que someterlos, a una mirada crítica y omnicomprensiva. En este sentido aproaría mi intervención, tal y como ocurrió con la que preparé para los dos enormes volúmenes que la casa de estudios dedicó al 68. Resumo.

Tres. En primerísimo lugar, la tenaz, la férrea incapacidad del presidencialismo/priismo de hacer sonar, desde 1963, a tres años del cincuentenario de la Revolución (que fueron muchas), todas las alarmas y actuar en consecuencia. La elección de México, como sede de unos Juegos Olímpicos, los de 1968, primeros en América Latina, y por transmitirse vía satelital, nos colocaría bajo escrutinio mundial. Nubes no sólo de periodistas sino de simples espectadores. Y las cosas pintaban mal.

Cuatro. Un sistema, entonces, de partido de Estado; dos Méxicos, uno de élite, y otro mayoritariamente pobre, si no es que miserable, expandiéndose; en plena caída su fórmula milagrosa de Desarrollo Estabilizador. Y en 1965, Díaz Ordaz había puesto freno a la última oportunidad del PRI, impulsada por Carlos Madrazo, de transformarse sin quebrarse.

Cinco. En segundo lugar, el fenómeno de que una Revuelta Cultural de las artes todas y del pensamiento, gran suceso de los 60, que remataría con la Olimpiada Cultural, no mera ocurrencia turística sino genuina y justificada aportación, y que insistimos en borrar, cancelando con ello ventanas al México ancestral y de vanguardia (ahora mismo, Europa abre la boca ante la monumentalidad Olmeca, y aquí dejamos al garete la Ruta de la Amistad).

Seis. En tercero, si el Movimiento Estudiantil del 68, aparejó, en efecto, un parteaguas en la vida no sólo del escaparate, la Ciudad de México, sino nacional en sentido amplio. Tal y como propala el mito del 68, y aprovechado, para sus fines, medran los partidos que partirá la LOPPE (PSUM, PRD, PV, PT, MORENA).

Siete. En cuarto, la explicación de cuestiones por demás delicadas o escabrosas, la contaminación con el proceso de sucesión presidencial en 1970. Los aciertos, pero también los yerros, del Comité de Huelga. La vinculación, al interior de la UNAM, entre 1968 y 1966 (primer CEU; vejación de eminente rector Ignacio Chávez; expulsión del PRI, a cambo de una "izquierda" que a todas luces no se contentaría con el campus). Sin el 66 no hubiera cobrado tal fuerza el 68.

Ocho. En suma, el ascenso incontenible, de los 40 en adelante, del estamento intelectual sobre el del campesino, el del obrero, y aún el del proletario; los dilectos de la Revolución y de la post Revolución. Fruto tanto de la Urbanización y de la Industrialización como del paulatino sistemático abandono oficial del campo (y sus pueblos originarios), a su suerte.

Nueve. Todo lo anterior, por supuesto, sin demérito de la heroicidad del estudiantado y de su rector, Javier Barrios Sierra (a quien ambas partes, gobierno e inconformes, hicieron a un lado privándose de un mediador clave); de la protesta valiente, no sólo de madres y padres, sino de una clase media harta de su propia autorepresión, de un ambiente político asfixiante y bárbaramente ceremonial.

Diez. Ni perder de vista, la influencia de movimientos occidentales que no se proponían reforma política alguna, sino revolucionar la vida, la personal, la familiar, la de pareja, la fabril, la escolar. Todo el poder a la imaginación, La playa estaba bajo los adoquines, etcétera. Lemas mezclados con efigies del Che Guevara (pero no, no con esa profusión, de Villa o Zapata).

Once. Multitud de frentes, de temas, que obligaba, décadas después, a reconocer objetivamente las "zonas oscuras" (así las llamo) del 68. ¿Es La noche de Tlatelolco, escritura sagrada, o tal sólo un logrado ejercicio periodísticos, ensamblaje de voces y fotografías ajenas? ¿Qué pasó realmente la atardecida del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas? ¿Se sostienen las tesis, ora de un gobierno represor monolítico, ya de miles y miles de sacrificados? ¿O el ataque reflejaba, las fisuras y falta de coordinación de los elementos estatales, al calor de la sucesión en Palacio Nacional? ¿Y no se requeriría una matemática de la muerte en lo que cabe, precisa? ¿Se pensaba, en verdad posible, arrebatarle al Ejército, el Casco de Santo Tomás?

Doce. ¿Renunció en efecto Octavio Paz, súbito justiciero social, o se puso en disponibilidad preservando legítimos derechos adquiridos? ¿Y el papel, mostrado de modo inobjetable, de Elena Garro, condenada a raíz de los acontecimientos, a la persecución y al exilio? ¿Y por qué se fue disolviendo la lograda alianza entre universitarios y politécnicos? Etcétera, etcétera.

Trece. Dos libros, cada en su registro y propósitos, encuentro orientados en esta dirección que abre interrogantes a la entreverada, no del todo esclarecida, realidad del 68. Anterior: Museo del Universo. Los Juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil de I968, de Ariel Rodríguez Kuri. Reciente: Ellas. Las mujeres del 68, de Susana Cato.

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