Opinión Fernando Curiel

Edificio Ermita

El autor hace un ejercicio de la historia del Edificio Ermita, que con su estilo de Arte Deco fue estrenado en 1930, en este 2021 enfrenta incierto destino.

Uno. En un pequeño ejercicio de historia contrafactual, episodios, no imposibles de haber ocurrido, sino con ciertos elementos de posibilidad (por ejemplo, que a última hora Donaldo Colosio rehuyera la emboscada de Lomas Taurinas, en Tijuana); y "subido" al blog PUÑO ELECTRÓNICO (www.artgraffitieditorial.com.mx); hago que Walter Benjamin, el gran filósofo alemán de ascendencia judía, recale en México.

Dos. En vez de su suicidio, en la frontera entre Francia y España, en 1940, para evitar caer en manos nazis, narro cómo consigue embarcar en Lisboa rumbo a Nueva York, donde ya residen sus compañeros del filosófico Círculo de Frankfurt; aunque irresolubles desencuentros, lo obligan a buscar nuevo destino. Que toma cuerpo con un país, México, una figura, Alfonso Reyes, y una institución, El Colegio de México (apenas antes, Casa de España).

Tres. Grande es la sorpresa, del exilado, al iniciarse en una ciudad aún recoleta, descubrir la vasta cultura goethiana de Reyes, y a través del diario vivir en el Edificio Ermita, en la confluencia de Avenida Revolución, de Avenida Jalisco y la calle Progreso, una excepcional muestra del Art Deco Mexicano. Estilo que, a él, gran escudriñador de estilos y corrientes estéticas, lo entusiasma; y al que pronto, agrega uno más, el Neocolonial (o Californiano Mexicano, o, peyorativamente, Pastel Sanborns).

Cuatro. El Edificio Ermita, se había estrenado en 1930, obra del joven arquitecto Juan Segura, y se había tornado lugar preferido de las familias transterradas españolas, a las que, tras la derrota de la Segunda República, el presidente Cárdenas (Cárdenas el bueno), abrió las puertas de México. No dejaba de sorprender a Benjamin, también él exilado (aunque no sólo de su tierra, sino de su lengua y tradiciones), la armonía estética y la funcionalidad del edificio.

Cinco. Residencial (78 departamentos, unos amplios, otros reducidos) y comercial (21 tiendas, incluso un cinematógrafo), se levantaba en una especie de frontera, entre, de un lado, el Bosque de Chapultepec y el barrio aún recogido de Tacubaya, y el amplio territorio del Sur de la Ciudad de México, que no remataba con San Ángel y Chimalistac, sino que se extendía al sitio donde empezarían las obras de Ciudad Universitaria (más allá, Cuicuilco, constituía un misterio…que sigue porfiando).

Seis. Juzgó, el filósofo, y uno de los inventores de la Historia Intelectual (esa multidisciplina humanista que tantas sendas puede ofrecernos en este Año Segundo de la Peste, entre paisaje de guerra mundial, laberinto y encrucijada), que su ingreso a El Colegio de México, su entrada por su fastuosa puerta principal, al Edificio Ermita, y sus hallazgos del Arte Deco y del Neocolonialismo mexicanos, significaban un vuelco del destino, una bendición, mientras Europa se desangraba.

Siete. Las horas, los días, apenas alcanzaban para sus visitas al edificio de El Colegio de México (¿ya en la calle Guanajuato, que vaya si le costaba pronunciar, en la Colonia Roma?), sus primeras incursiones por la ciudad, su descubrimiento de los interiores Decó del Palacio de las Bellas Artes, sus contemplaciones de la vasta plaza del Zócalo rodeado de edificios Neocoloniales y flamante el tercer piso de El Palacio Nacional (su interior, hoy por hoy, espacio de medio fantasmales videos presidenciales). Y la fruición, estética y funcional, del Ermita.

Ocho. La fastuosa pero sobria entrada principal, los pisos imitando mármol, sus recovecos, el elevador, el gran cubo interior, la sala cinematográfica, los locales comerciales, el referente que el edificio representaban en una zona de la ciudad que lo había acogido, entre urbana, de provincias, urbe y campo entretejiéndose y divorciándose.

Nueve. Noticia tomará, Bejamin, de la historia interna. Que lo había alzado una fundación, la Mier y Pesado, con el propósito de obtener fondos (las rentas residenciales y comerciales) destinados a obras de beneficencia; que el edificio Ermita era punta de lanza de un proyecto de avanzada en las transformaciones de la capital posrevolucionaria; que el arquitecto Segura, se situaba entre los timoneles; que los materiales de construcción elegidos obedecían al doble dictado del gusto y la función; que uno de sus residentes, travestido en Jacques Monard, asesinó, en su bunker de Coyoacán, a Trotsky. Asesinato alevoso, fanático.

Diez. En su momento, el autor de las Tesis sobre la filosofía de la historia, historia a contrapelo, manuscrito que Adorno hará perdedizo, allá en Nueva York, luego de que se lo entrega su amiga Hanna Arendt (con la que se carteaba), celebrará la inauguración del Edificio Basurto, también Deco, en una colonia, la Hipódromo-Condesa, que se plagaba de tan singular, de tan maravilloso estilo.

Once. Pero adentrémonos, como se adentran las horas por el día, en la historia factual, real. Este 2021, de incontrolable pandemia (menos aún con gobiernos ineficientes que la politizan, sus intereses partidarios por encima de la vida, y de gobernantes rejegos a la solidaridad comunal), el Edificio Ermita, después de resistir a los terremotos del 57, del 85, del 2017, a inquilinos no menos devastadores, enfrenta incierto destino. ¿Despiadada remodelación? ¿Sólo remplazo de viejas tuberías sanitarias y de cableado eléctrico? ¿Hotel boutique?

Doce. Bien por los afanes protectores del arquitecto historiador Javier Guzmán Urbiola, a quien Segura delegara sus archivos. Aunque, en tanto maravilla arquitectónica, hito urbano, reconocido patrimonio de la Ciudad de México, la suerte del Ermita, nos compete a todos. No importa que la Peste nos mantenga aislados, atrincherados, el tiempo sin orillas. La abierta Ciudad de México, cerrada.

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