Fernando Curiel

Diario Meridano

Fernando Curiel reflexiona sobre obras, momentos y personajes de la Revolución Mexicana, el 2 de octubre y la Guerra Civil Española.

Uno. El hijo en Mérida, Yucatán, la hija en Toronto, Canadá, escasean las reuniones de la tribu (el orden de las menciones obedece al de aparición, aclaro, por aquello de las susceptibilidades feministas). Estos días casi finales de mayo lo logramos. Nietos al parejo. Recalé en un hotel, ya conocido, y estratégico, a cuadras del "zócalo": El castellano. Mis pueblerinos hábitos mañaneros, me ahorran el abrasivo calor. Las exploraciones callejeras me confirman la persistencia meridana de "urbanemas", claves de la traza hispano-mexicana. Catedral, sedes gubernamentales, portales, un pasaje, cafés, neverías, intensa vida local. Pero a lo que voy.

Dos. Tres mitos profanos me han sido caros. La Revolución Mexicana, la Guerra Civil Española y el 2 de octubre en Tlatelolco. Para orientarme, he urdido una tríada de abordajes. Su cronología, su índole legendaria, sus interpretaciones. En la Guerra Civil Española y en el 2 de octubre, me resuena un elemento clave: el Estamento Intelectual, al que dedico no pocos de mis afanes periodísticos y de investigación académica. Aunque ni de lejos comparto el parecer de que nuestra Revolución (a diferencia de la Rusa, la Cubana o la Sandinista), no fue "leída" ni "escribida" y careció de ideas.

Tres. En mi último viaje a la Península, me acompañó un libro singular, en el contexto del 80 aniversario del exilio español: De no ser por México, del historiador José M. Muriá, prólogo del también viejo conocido mío, Sergio García Ramírez (México. Miguel Ángel Porrúa-Seminario de Cultura Mexicana, 2019).

Cuatro. De la Revolución Mexicana vengo proponiendo de tiempo atrás una revisión de su "revisionismo" (obra de la iconoclastia historiográfica de los 70's del pasado siglo, si es que en efecto ya pasó). De su multiplicidad de contenidos: político, militar, campesino, obrero, cultural; al reconocimiento ya no más diferido de una Estética Revolucionaria Integral: novela, estampa y grabado, muralismo, fotografía, corrido, cinematografía documental y de ficción, vestimenta incluso (véanse las chic estampas de Zapata que por estos días se prodigan). Los vasos comunicantes con el porfiriato. La necesidad de ampliar la galería: revolucionarios y contrarrevolucionarios. Etcétera, etcétera.

Cinco. Del 68 mexicano, el específicamente político, he publicado numerosos asedios, sobre todo con motivo de su último aniversario (y en tiempo de cocción tengo un pequeño libro que pone el dedo en la llaga de asuntos tales como la falta de previsión de un sistema político hegemónico sobre las consecuencias de una sede de Juegos Olímpicos, la agudización de los dos Méxicos, el fin del desarrollo estabilizador, las elecciones presidenciales de 1970, asuntos que resumo en la etiqueta "zonas oscuras").

Seis. De la Guerra Civil Española, y el consecuente exilio en nuestras tierras, me propongo ahora sí un estudio pleno, riguroso, que despeje contenidos autobiográficos (un tío "refugiado"), afectos (Federico Álvarez, Marisa Magallón, Arturo Souto, los Ruiz Funes, señaladamente), "climas" (UNAM, Capilla Alfonsina, Colegio de México), aficiones urbanas (Madrid, en primer término, visitado por ocasión primera en 1972, y revisitado una y otra vez). En este propósito (asignatura pendiente) se inscribe el libro que ahora comento.

Siete. De no ser por México, obra de un historiador con toda la barba, toca los registros del sentimiento y la osadía. Lo primero por el reconocimiento sin cortapisas a la solidaridad combatiente del gobierno del general Lázaro Cárdenas al republicanismo español. De Cárdenas y de un puñado de colaboradores capaces de conferir a nuestra Cancillería una altura de dignidad, pericia y arrojo que no volverá a escalarse. Bosques, Rodríguez, Bassols, al frente de anónimos pero eficaces empleados de Embajada y consulares.

Nueve. Lo segundo, la osadía, por el abordaje de cuestiones a las que la mitificación del exilio español, dominante, no se atreve. Si sobresale la documentación del número de refugiados, de los barcos que los transportaron a nuestras costas, del terrible contexto europeo ante la compulsión nazi, del recuento de los campos de concentración franceses, de los duros episodios de la derrota y la dispersión; no menos sobrecoge el recuento de las divisiones al interior del gobierno de la República. Divisiones ideológicas y personales.

Diez. A las consabidas imágenes de un exilio masivo camino a la frontera con Francia, se agregan los destinos trágicos, irreconciliables, de Azaña, Negrín, Prieto, Largo Caballero; de los sabuesos y matones franquistas tras sus huellas; del estira y afloja para elaborar las listas de refugiados (difícil, o quizá no, me resulta entender por qué Alfonso Reyes, ya al frente de la Casa de España enseguida El Colegio de México, desoyó los llamados de auxilio de Ramón Gómez de la Serna, varado en Buenos Aires). Me quedo con el aserto del historiador Muría: Fox, Calderón, Peña Nieto, y sus respectivos cancilleres, asesinaron los principios que hicieron posible el auxilio mexicano a la España rota.

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