Fernando Curiel

Confesa predilección

Reparo en que me he ocupado no de uno o de dos, sino de un titipuchal de figuras rechazadas por el sistema dominante, dice Fernando Curiel.

Uno. Sacando cuentas, personales, amorosas, vocacionales, a que nos obliga esta reclusión pandémica ayuna de orillas, reparo en que me he ocupado no de uno o de dos, sino de un titipuchal de figuras rechazadas por el sistema dominante. Político, historiográfico, intelectual y demás yerbas. Lorenzo de Zavala, Justo Sierra, Francisco Bulnes, Federico Gamboa, José Juan Tablada, Martín Luis Guzmán, Nemesio García Naranjo, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet, Luis Spota. Medio en broma, empecé a llamarlos, en leguaje narco, "encobijados", y en lenguaje de la guerra sucia, "desaparecidos".

Dos. Figuras enteramente aparte de un Agustín de Iturbide y un López de Santa Anna, eternos villanos en el elenco de la tragicomedia mexicana que dijera José Agustín (portavoz de mi generación cronológica, La Onda, que la electiva es la del Ateneo de la Juventud y, en algo, la de Medio Siglo). Víctimas, las figuras que traigo a cuento, de la maldita "corrección política" que arrostró el tlatelolca 2 de octubre de 1968 y, en plan de parar la candidatura de Salinas de Gortari, recrudecieran los personeros de la Corriente Crítica del PRI y el artífice de la LOPPE. Lavado de manos y cara que en este presente endemoniado adquiere un carácter de paroxismo.

Tres. Vistos mis personajes por generaciones y tiempos modernos, tendríamos la condición porfiriana; baldón de Modernistas, Ateneístas, Positivistas y miembros del Partido Científico. Nadie se salva. Ni entre el grupo de las Revistas Modernas, ni entre los grandes del Ateneo como Guzmán o José Vasconcelos, este para colmo aquejado en los 40's del pasado siglo de filo-nazismo (a Alfonso Reyes lo salvará su doble distancia, la derivada de la diplomacia y la su escasa popularidad lectora, aunque acabará de amolarlo, cosa de tiempo, la apropiación laico-evangélica de su inane Cartilla moral). Y entre los positivistas científicos ni a Sierra se perdona.

Cuatro. Lo de encobijados y desaparecidos se puso del cocol con la Guerra Sucia Cultural post 68 que enfrentó a facciones de intelectuales (en esta esquina: Paz y monaguillos; en esta otra: Monsiváis y seguidores, de primera y segunda generación, población incrementada por los oportunistas que hoy lo lloran a moco tendido). Ojalá la cosa hubiera quedado en la rabieta de don Octavio por el encuentro en la Universidad de sus odios ideológicos, o la solución, al modo cainita avieso, de la rivalidad por el Nobel que enfrentó a Paz y a Fuentes, maestro y discípulo, antes inseparables.

Cinco. Ojalá, en verdad, hubiera quedado en eso. El problema fue que las listas negras de unos y otros (con coincidencias como la del autor de La Sombra del caudillo, príncipe de las letras hispanoamericanas, reprobado por más de un bando), permeó la programación de instituciones culturales, la política crítica de suplementos y revistas, las contrataciones en centros de investigación literaria. Tomar obligado partido, como si se tratara de los cuerpos amamantados millonariamente por el IFE luego INE.

Seis. El caso es que me pregunto el porqué de mi aplicación a estos apestados de la historia, la política y la literaria, o de ambas. ¿Plena identificación? ¿Afán por buscarme un nicho propio en el competido campo académico? ¿Ganas de "epatar", ir contra la corriente? Quizá todo esto, pero asimismo el añadido de una comprensión radical (y con aproximaciones, tentativas de comprensión, se tejen las Humanidades).

Siete. Hablo de una lectura integral de las obras simbólicas, y de sus contextos. Personales, generacionales, de época, sociales, netamente históricos. Lo siento, pero no hay genialidades autogeneradas, deudoras en exclusiva de sí. Somos, nos cuadre o no, seres sociales. Y los linajes no son en exclusiva horizontales, como la que marca, por ejemplo, esta explicación a los de 1914, de modo señalado, a Efraín Huerta, Octavio Paz y José Revueltas.

Ocho. Nítido ejemplo de pertenencia vertical es la que deja su impronta en el conjunto de educadores nacionales: Gabino Barreda, Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet (y paro de contar).

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