Fernando Curiel

Casa del Lago

El autor hace una remembranza de la historia del museo Casa del Lago de Chapultepec.

Para mi sobrina Claudia

Uno. Más allá de la sola efeméride (si en los mercados, "El golpe avisa", en el discurrir del tiempo, otro tanto lo hace el calendario), una recordación cobra sentido por su miga. La de Casa del Lago, abierta al público el 15 de septiembre de 1959, resulta de una riqueza variopinta. Por sus antecedentes, por el momento que vive su patrocinadora UNAM, por el personaje que con un mínimo de presupuesto la pone en marcha, por el significado simbólico respecto al medio, y por su inmediato éxito extensor.

Dos. En 1908, y con antelación a las Fiestas del Centenario de 1910, a la cabeza el todopoderoso ministro de Hacienda y Crédito Público, José Yves Limantour, se dispone la remodelación y modernización del Bosque de Chapultepec (lugar de la memoria chilanga, como antes lo fuera mexica, novohispana y del México Independiente). Invitados nacionales e internacionales, ni modo "fifís" (o "lagartijos") contarían con espacios al aire libre para "champaña parties" dignos de París o de Londres. Amén de obras lacustres se construye un hermoso edificio, su parte posterior lindante con las aguas, en calidad de "Automóvil Club" (afición, entonces, el automovilismo, de los "happy few" como lo es ahora la Fórmula 1).

Tres. Es, en el "Automóvil Club" porfiriano, donde se abre la Casa del Lago. Víctima de las vicisitudes del cenit del Viejo Régimen, su derrota en Ciudad Juárez, las oleadas revolucionarias entre 1910 y 1921, y la posrevolución que arranca en 1940 (y que a partir de 1968 y sus antecedentes, será substituida por la franca Des-Instauración de la Revolución Mexicana), el inmueble había terminado como dependencia de la Facultad de Química de la UNAM. Y súbitamente, en 1959, despierta el interés codicioso del Departamento del Distrito Federal.

Cuatro. Ciudad Universitaria cumplía siete años de pre inaugurada (para que diera tiempo al presidente Miguel Alemán, ya de salida, colgarse la medallita) y cinco de inaugurada. Ocupa la rectoría Nabor Carrillo. Vivaz, al tanto de la maniobra oficial, premonitorio, su equipo de difusión cultural, zanja el punto, y sobre la marcha abre las puertas (la hermosa escalinata) al público viandante del bosque.

Cinco. No podía pensarse es un mejor candidato que en el que devino su primer director. El estilista, instalado a medio camino entre el poema en prosa y el cuento (faltaba rato para La feria, su solitaria novela), Juan José Arreola (jalisquillo como Juan Rulfo, Emmanuel Carballo, José Luis Martínez, Antonio Alatorre). Arreola no sólo era uno de los protagonistas de Poesía en Voz Alta (experimento multiarte), no sólo promovía el ajedrez del que era gran jugador, sino que asimismo convocaría a la instalación de Mester, padre de todos los talleres literarios.

Seis. Con mesitas, tableros y piezas de ajedrez de su propiedad; impulso al teatro (pronto los nombres de los directores serán los de Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez); promoción de las letras (pronto irrumpirán los personeros de Medio Siglo, Generación de Difusión Cultural y La Onda); ajedrez, teatro y literatura a los que se sumarán una galería de pintura (grupo de La Ruptura), y ciclos filosóficos (todavía en activo El Hiperión), definen la programación original. Más adelante se incorporará el cine y la música.

Siete. Si respecto a la tercera función universitaria, la difusión pone el acento intramuros (con el peligro del asistencialismo clientelar paralizador a la postre), y la extensión en el extramuros, la Casa del Lago se inclina, dadas su naturaleza y localización, por la segunda forma. Y traduce el regreso del Campus a la Polis.

Ocho. Otra ocasión me ocuparé de mi personal vivencia, como espectador, actor, conferencista, funcionario responsable, en Casa del Lago. De las sucesivas tres administraciones que le sirven de fuste, la del propio Arreola, la de Tomás Segovia su sucesor, y la de Juan Vicente Melo, sucesor de Segovia. De la programación de avanzada en todos los órdenes. De la condición de foco cultural de la Casa del Lago en el mapa, por trazarse, de los lugares de la memoria cultural de los 60. Y el sello que tales años tuvieron en mi formación.

Nueve. Amén de mi personal amistad con Arreola, mi profesor de declamación en la Escuela de Arte Dramático, y su responsabilidad, a través del taller Mester, de mi inmersión en el Mar de la Escritura.

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