Fernando Curiel

Arde Notre Dame

Fernando Curiel nos comparte sus recuerdos y pensamientos tras el incendio que registró recientemente la catedral en París.

Para Antonio Orozco y Kasumi Murata

Uno. París, 15 de abril de 2019. Entre las 18:50 y las 20:07 horas, la Catedral de Notre Dame, ícono parisiense, joya gótica, se ve presa de las llamas en su parte alta; su aguja de 96 metros, tendida al cielo, se revienta y cae chisporroteante; su techo se derrumba.

Dos. Las imágenes del siniestro rebotan de un extremo al otro del planeta. En el interior del recinto, que ocupa cerca de cinco mil metros cuadrados, se albergan tesoros de la catolicidad, del arte. La corona de espinas de Jesús, fragmentos de su cruz, un clavo de la crucifixión; una Piedad del escultor Nicolás Coustou; la anónima escultura de la venerada Virgen de París; los tres vitrales (rosetones) de diez metros de diámetro. Un invaluable significado simbólico.

Tres. Los recuerdos personales saltan cual liebres. Frontera entre 1971 y 1972: un entrañable amigo (amistad que el tiempo recrudece), encontrado mi primer día en la Facultad de Derecho de la UNAM (hablo de 1962), Crisóforo Peralta, vive y labora en París. Generoso, nos cede su departamento a mí, a mi entonces esposa Hilda y al tresañero hijo Adrián.

Cuatro. En cosa de segundos reparo en el privilegio. Rue des Dus Ponts, Isla de San Luis, cercana, en la Cité, la Catedral de Notre Dame, levantada en tiempos medievales, mudada personaje novelesco por Víctor Hugo. Apenas nos instalamos, llevo de la mano a Adrián al Sena próximo, para reflejarnos en sus aguas. Días, semanas imborrables. Cercanos al departamento, también, la Plaza de los Vosgos, el Barrio Latino, entre otros sitios emblemáticos de la Ciudad Luz. Familiar será, pues, el pétreo navío (véase la traza de su "planta") anclado en tierra firme; sus torres y aguja, a modo de proa; la popa (donde se alza el altar) casi remetida en el Sena; las gárgolas, vigías.

Cinco. Ya en barruntos, fruto de mi estancia en Londres (de donde procedemos), la que se tornará mi ocupación futura (hablo del investigador), la historia intelectual mexicana del siglo XX, visito la Catedral de Notre Dame, tras huellas nacionales.

Seis. La imagen guadalupana y la capilla en la que Antonieta Rivas Mercado (mujer anticipada avant gardé), se suicida de un disparo al corazón. Salida categórica del callejón con en el que la vida de la hija del arquitecto del Ángel de la Independencia, se topa, anegándose. Las desavenencias con José Vasconcelos, su amante. La amenaza de su esposo de desposeerla legalmente de su hijo.

Siete. Monumento de la literatura (la historia) mexicana: las Memorias de "Vasco" (sobrenombre amistoso). En el rango de las menospreciadas de Jaime Torres Bodet, y de los Diarios de Federico Gamboa y de Alfonso Reyes. Publicados en vida los de don Federico, post mortem los de don Alfonso.

Ocho. Con todo y la carga furibunda de afrenta, rencor, resentimiento, sed de venganza que lastra (y ciega) la memoria del oaxaqueño, páginas hay de desnuda sinceridad. Las dedicadas a la muerte de Antonieta, a guisa de ejemplo. Puede usted encontrarlas en el tomo intitulado El proconsulado.

Nueve. Agónicas son las horas y primeros días que padece el derrotado candidato a la Presidencia de la República, en las elecciones que siguen al asesinato del reelecto Álvaro Obregón, en el Parque de la Bombilla de San Ángel. Se encierra en la habitación del hotel que ocupaba desde su reciente llegada a París. Intenta hacer luz a un hecho extremo, al par explicable e inexplicable, radicalmente personal, como lo es el suicidio. Se atreve a leer papeles de Antonieta, entre ellos un corto Diario. Lo agobia el dato de que la pistola con la que Antonieta se priva de la vida, era suya.

Diez. Torno al incendio de la Catedral de Notre Dame, visitada mi primera vez parisense y en reiterados regresos. ¿Descuido de los obreros encargados de las labores de restauración, en plena marcha? ¿Fatal accidente incontrolable? ¿Un acto terrorista como los que han asolado de tiempo atrás a la capital de Francia? Especulaciones.

Once. Estoy en el café abierto de Plaza Loreto. Héctor Ibarra nos muestra en su celular, a mí y a una amiga suya, Guadalupe Ocampo, imágenes de la escultura de la Virgen de París en brazos de un bombero, su rescatador.

Doce. Al margen de la investigación sobre la causa del incendio, la obra de salvamento y restauración que está concitando millonarios apoyos privados y oficiales, las escenas de Notre Dame en llamas y a la deriva, sellan ya a esta civilización salvaje del siglo XXI.

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