Ezra Shabot

Ganar el debate

La palabra del Presidente puede convencer a sus adeptos, pero no a quienes miden con pesos y centavos la viabilidad de proyectos y programas de desarrollo.

No sólo durante las campañas electorales ganar el debate se convierte en el objetivo central de los competidores. Una vez alcanzado el poder, la narrativa de los triunfadores debe imponerse como un elemento fundamental para garantizar la puesta en marcha del proyecto ganador. Para ello hay que combinar la credibilidad del emisor del mensaje, junto con una realidad que en mayor o menor medida refleje los cambios realizados, y que estos satisfagan a la mayoría de la sociedad.

Para esto se requiere un trabajo que combine la difusión del mensaje de su principal figura, en este caso el Presidente de la República, junto con el respaldo de sus funcionarios de alto nivel en todos los espacios públicos, que sean capaces de defender la posición del líder y justificarla en condiciones de adversidad. El trabajo en los medios de comunicación, redes sociales y en la percepción ciudadana, de que el ejercicio de gobierno se está realizando correctamente, es indispensable para ganar el debate y con ello imponer la narrativa de los ganadores.

Esto fue lo que sucedió durante el sexenio de Peña Nieto, donde paulatinamente AMLO y Morena se fueron apropiando del discurso opositor ante una realidad que se desmoronaba principalmente en los ámbitos de la seguridad y la corrupción. Esta narrativa superó con creces los mensajes positivos de creación de empleos, estabilidad macroeconómica y altas tasas de crecimiento en el centro-norte del país. El mensaje del líder nacionalista, convencido de que el combate a la corrupción resolvería todos los problemas del país, se volvió una verdad absoluta que llevó a López Obrador a la Presidencia.

El problema de este discurso mágico, en donde al eliminar por decreto la corrupción se elimina la inseguridad, la pobreza y la impunidad, es que la realidad inmediata lo desmiente de forma brutal y agresiva, descalificando al emisor del mensaje. La popularidad del Presidente le permite en estos casi seis meses de gobierno contradecir a instituciones que publican datos precisos y difícilmente cuestionables. Los números publicados por el Banco de México, INEGI y otras más, se diluyen ante el discurso mañanero y el clásico "yo tengo otros datos", en donde todavía la palabra del primer mandatario pesa más en el imaginario colectivo de la ciudadanía que el dato duro de la estadística incuestionable.

Pero el estrellarse continuamente contra la realidad debilita a la figura carismática y a la credibilidad en los proyectos que terminan por no cumplirse. Sin estancias infantiles ni refugios para mujeres golpeadas ni suministros de medicamentos para las instituciones de salud pública ni recursos para programas sociales, además de la ausencia de una eficiente política de gasto público, el desgaste en el ejercicio del poder se verá en unos cuantos meses. El clientelismo político no compensa la presentación de resultados positivos en empleo, crecimiento económico y aumento sostenido de la inversión.

En finanzas públicas se está jugando al filo de la navaja, recortando gasto indiscriminadamente para salvar a Pemex este año. Sin un plan de negocios que convenza a inversionistas en las próximas semanas, la deuda de la petrolera se convertirá en deuda del soberano y con eso mayores presiones en la calificación crediticia del país en su conjunto. La palabra del Presidente puede convencer a sus adeptos, pero no a quienes miden con pesos y centavos la viabilidad de proyectos y programas de desarrollo. Esa es la diferencia.

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