Ezra Shabot

Agenda opositora

La apuesta opositora pasa, por supuesto, por aprovechar el desgaste de un gobierno que ha cometido un sinnúmero de errores que le han costado relativamente poco durante los primeros meses de gestión.

El terremoto político-electoral del año pasado, que llevó a López Obrador y Morena a adueñarse de los poderes Ejecutivo y Legislativo, hizo pedazos a los partidos tradicionales y en general al régimen a partir del cual se distribuía el poder en la democracia mexicana. Si bien es cierto que en los comicios estatales de este 2019 el PAN pudo resistir el nuevo huracán tabasqueño, a pesar de perder las gubernaturas de Puebla y Baja California, lo es también el hecho de que no existe una agenda clara que hoy pueda enfrentársele al discurso presidencial, ni tampoco una figura o figuras capaces de abanderar la construcción de la resistencia frente a los intentos de construir una democracia restrictiva por parte de la nueva mayoría gobernante.

Por lo pronto el PRI y el PRD se debaten por su supervivencia. El primero tratando de encontrar un esquema para convivir con el nuevo régimen en una fórmula de oposición –alianza que lo asemeja más a los apéndices del viejo partido tricolor, que a un nuevo instituto político propio y renovado–, mientras el segundo busca aglutinar en torno suyo a un amplio grupo de desencantados militantes de izquierda, junto con liberales y otras fuerzas, con el objetivo de enfrentar al aparato morenista cooptador de enormes segmentos sociales.

En otra parte del espectro político, Acción Nacional, poseedor de una estructura partidaria superior a la de los dos antes mencionados, vive una crisis de liderazgo producto de la disputa entre anayistas y calderonistas, que dejó al partido sumamente dañado en la relación entre sus distintos componentes. El surgimiento de México Libre, como una alternativa a la disidencia panista, pone a estas dos agrupaciones en la disyuntiva de competir entre ellas por un mismo electorado, o encontrar la forma de reconciliarse en función de un interés común: regresar al poder.

La apuesta opositora pasa, por supuesto, por aprovechar el desgaste de un gobierno que ha cometido un sinnúmero de errores que le han costado relativamente poco durante los primeros meses de gestión. Pero la parte fundamental de toda la estrategia opositora pasa por articular una narrativa que sea transmitida por figuras con credibilidad y capacidad de convencimiento. Las últimas manifestaciones de protesta contra la política del gobierno carecieron de la cohesión necesaria para encontrar un mensaje unificador, y mucho menos para ubicar liderazgos ante la pobreza argumentativa de quienes tomaron la palabra.

Morena logró atraer a las masas, entre otras razones, por la simpleza de la propuesta y el carisma del candidato. Hoy una oposición desarticulada y sin emisores creíbles de mensajes fácilmente asimilables, es fácilmente manejable para un gobierno con tanto poder como el de AMLO. La presencia de los expresidentes panistas en el debate nacional, Fox y Calderón, hoy ambos en otras trincheras, habla de la necesidad de nuevas caras capaces de enfrentar al nuevo poder existente. Y no es que los argumentos de los exmandatarios no sean válidos per se, pero su tiempo ya pasó, lo que hicieron, para bien o para mal, fue su aportación a la historia del país. Son otros los que tienen que articular el discurso y formular la agenda.

Los temas de seguridad, corrupción y desarrollo incluyente, que llevaron al triunfo a Morena, siguen siendo material para la agenda opositora, siempre y cuando se sepa comunicar y se encuentre a la o las figuras adecuadas para enfrentar a un caudillo del tamaño de AMLO.

*Quiero agradecer a Enrique Quintana su apoyo en estos años que he participado en este diario. Con esta colaboración me despido de los lectores que han tenido el interés de leer esta columna semanal. Hasta pronto.

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