Ayer, el FMI, en el marco de su reunión anual, ahora virtual, presentó sus perspectivas económicas para 2020 y 2021, así como sus proyecciones económicas hasta el año 2025.
De acuerdo con ellas, el PIB por habitante en México en 2024 será equivalente al que teníamos en el año 2013. Esto significa que habrán pasado 11 años y el nivel de ingreso de nuestro país estará estancado.
Esta medición, que pondera el tamaño de la economía con el de su población, concluye que específicamente en esta administración, de 2018 a 2024, el PIB per cápita habrá caído en 5.6 por ciento.
Esta será la caída más importante desde el sexenio de De la Madrid, cuando el retroceso de esta variable fue de 10.4 por ciento.
La evolución de este indicador da cuenta de la pérdida de capacidad de crecimiento de nuestro país. Asumiendo que las proyecciones del FMI sean correctas, el ritmo de crecimiento de esta variable en el primer cuarto de este siglo será apenas de 0.2 por ciento. Es decir, nada.
Incluso, en una economía madura y desarrollada como la norteamericana, el producto por habitante habrá crecido a un ritmo de 1.1 por ciento en el mismo lapso.
Sin duda, en los últimos años, y particularmente en esta administración, la falta de crecimiento se habrá agravado.
Pero se trata de un problema que no es de corto plazo, sino uno que venimos arrastrando desde hace décadas.
En el gobierno de López Obrador, además, al considerar que el crecimiento no es esencial, sino que lo más importante es la distribución del ingreso, las políticas aplicadas han desestimado la generación de incentivos para que la economía crezca más.
Al final, el problema es que la falta de crecimiento económico acabará por generar mayor desigualdad y perjudicar a los estratos de menores ingresos. Es decir, el resultado será completamente opuesto al objetivo explícito señalado por este gobierno.
Existe la percepción de que la pandemia nos cambió el entorno. Efectivamente, así fue en muchos aspectos que tienen que ver con el desempeño de corto plazo.
Sin embargo, en otros planos, lo único que hizo fue acentuar tendencias que estaban subyacentes.
La falta de inversión fue uno de ellos.
Entre el año 2000 y el 2019, es decir, antes de tener el efecto del Covid-19, la inversión per cápita en nuestro país cayó en 8.3 por ciento anual en promedio.
Al final de cuentas es esa pérdida lo que determina en buena medida la problemática de la falta de crecimiento.
Si observamos, tenemos ya mucho tiempo en el que no logramos encontrar una ecuación que permita que, ya sea del sector público o del sector privado, tengamos niveles de inversión adecuados.
Para poder reencauzar el crecimiento, lo que se necesita es un nuevo pacto social, que redefina las reglas del juego para permitir mayor inversión.
Se ve complicado que este nuevo pacto pueda darse en el curso de esta administración. Se han definido una serie de principios que van hacer muy difícil que fluya la inversión privada en el curso de los próximos años.
Por eso es que el cuadro de estancamiento que perfila el FMI para nuestro país es posible y probable.
Ojalá se produjera un cambio de perspectiva en los liderazgos políticos de nuestro país. Lo veo complicado.
Pero al menos es deseable que se aprendan las lecciones y que eventualmente en la próxima administración se pueda redefinir el pacto que permita nuevamente detonar el crecimiento.
De lo contrario, esta larga marcha de la economía se puede convertir en un interminable camino hacia el estancamiento.
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