Hace dos años, tras el fuerte temblor que sacudió al Valle de México y otras entidades, apareció algo que hoy pudiéramos denominar: 'espíritu del 19 de septiembre'.
Miles de personas se lanzaron a las calles y se organizaron para rescatar a quienes fueron afectados por los daños producidos o se sumaron a las Fuerzas Armadas o demás autoridades para colaborar en las labores de rescate.
Las imágenes de los voluntarios, de todas las edades, grupos sociales, género, trabajando solidariamente en estas tareas, le dieron la vuelta al mundo.
El símbolo del puño cerrado, como un llamado al silencio para detectar evidencias de vida, se convirtió en expresión de este clima en donde no se preguntaba por preferencias políticas o creencias, sino que prevalecía la convicción de trabajar por un bien superior, como era la preservación de la vida y la integridad física.
Parece increíble que, en un par de años, la sociedad mexicana, por lo menos en algunas zonas, haya pasado de ese espíritu que despertaba admiración mundial a la crispación que hoy observamos en la sociedad mexicana.
Las redes sociales, que en aquel entonces se convirtieron en instrumentos esenciales para convocar y articular la solidaridad, hoy son expresión de violencia verbal que ha llevado a desear –así sea en broma– que una bomba detone en el Zócalo cuando una multitud y las autoridades del país se concentran en él.
Hay algunos que opinan que este ambiente social, que es absolutamente lo opuesto a lo que tuvimos hace dos años, ha sido producido por las actitudes de confrontación del presidente López Obrador.
Hay una parte de verdad en este hecho, pero está lejos de ser la explicación completa.
Si, en esencia, la sociedad mexicana estuviera en disposición de lograr acuerdos solidarios para alcanzar un objetivo que trascendiera grupos y preferencias, otra sería la historia, independientemente del discurso del presidente.
El hecho es que cuando abandonamos la condición de crisis y regresamos a la normalidad, se abandona el espíritu solidario y prevalece el interés particular.
Y, hoy, tenemos una polarización. Aunque el presidente López Obrador tenga una aprobación de 2 a 1 en la población en general, en el círculo de quienes están en redes sociales o entre los opinadores, hay una proporción mucho mayor de rechazo, pero, sobre todo, hay un encono.
El único sector en el que aprecio que hay un intento genuino de llamar a la concordia es el de los empresarios. En particular, los esfuerzos del CCE, encabezado por Carlos Salazar y el Consejo Mexicano de Negocios, de Antonio del Valle, parecen claramente orientados a buscar los puntos de convergencia.
Siempre habrá muchas razones para buscar las diferencias y ahondar en ellas. Mientras más cerca estemos de las campañas electorales aún habrá más.
El tema de fondo es: ¿cómo recuperamos el 'espíritu del 19 de septiembre'?, ¿cómo logramos que diferentes grupos sociales vean en primer lugar el interés general y en segundo su interés particular?
Si todo lo dejamos a un cambio de ánimo y de narrativa del presidente de la República, podemos quedarnos esperando mucho tiempo.
Ese es el punto.
Una posibilidad es confrontar y disputar. Completamente válida si hay diferencias.
La otra es buscar las coincidencias y tratar de construir y confluir sobre la base de ellas. Esta es la tarea más difícil. Y frecuentemente el presidente la hace más.
Pero, ni modo, hay que lidiar con ello.