Enrique Cardenas

Verdades, mentiras y medias verdades

A lo largo de los pasados nueve meses, y desde la campaña, nos ha llenado con “otros datos”, que en realidad significan mentiras o medias verdades.

Es lamentable, como ha sido en sexenios anteriores, que nuestro Presidente no sea de fiar, que no nos diga siempre la verdad, sino sólo a veces, y a veces con verdades a medias y con manipulación emotiva.

Desde la campaña, Andrés Manuel López Obrador hizo promesas que ha traicionado durante estos meses de su gobierno: que iba a regresar a los militares a los cuarteles, cuando la creación de la Guardia Nacional lo contradice en los hechos; que no iba a vivir en Los Pinos sino en un departamento "modesto" cerca, no dentro, de Palacio Nacional; que no iba a cancelar el nuevo aeropuerto si se financiaba con dinero privado y sin uso de impuestos; que es un demócrata, pero ha ido achicando los contrapesos al poder y ha denostado a quienes opinan distinto a él, y así muchas más. También es cierto que ha cumplido muchas promesas, como quitarles la pensión a los expresidentes; la "venta" del avión presidencial que no acaba de venderse; la austeridad en el gasto público, con los daños colaterales que conocemos; que iba a barrer la corrupción de arriba hacia abajo, pero ya se atoró en el segundo escalón con casos como el de Bartlett, etcétera.

A lo largo de estos meses, y desde la campaña, nos ha llenado con "otros datos", que en realidad significan mentiras o medias verdades: que no hay desabasto de medicinas, a pesar de las quejas recurrentes; que el trato de los gasoductos fue un ahorro de cuatro mil 500 millones de dólares, cuando en realidad salió más caro para la CFE; que cumplió su promesa en seguridad por reunirse con su gabinete todos los días a las 6 de la mañana, pero en realidad la inseguridad y violencia siguen empeorando día a día; que hay una mejor distribución del ingreso, cuando la economía cae y su programa insignia de Jóvenes Construyendo el Futuro no parece cumplir su objetivo ni siquiera de entregar dinero a jóvenes, sino más bien abre hoyos de corrupción potencial; que hay muchos funcionarios que ganan 700 mil pesos cuando no existe ninguno; que el secretario ejecutivo del Coneval ganaba 200 mil pesos y ese mismo día le demostraron que ganaba menos de 90 mil, y un largo, larguísimo, etcétera. "Verificado" (www.verificado.com.mx) lo ha cuantificado. Más de la mitad de las afirmaciones del Presidente en las mañaneras son engañosas (30 por ciento), o de plano falsas (29 por ciento).

Además de no decir siempre la verdad, manipula la información para transmitir sus "emociones", centralizadas en él, apelando a los sentimientos de sus interlocutores. Como cuando dijo que se sentía "triste, muy triste" tras la masacre de Coatzacoalcos sin solidarizarse con los familiares, y poco después le levantó la mano al gobernador de Veracruz como si estuviera haciendo bien su trabajo. O bien cuando se victimizó por el desabasto de medicinas, sin mayor empatía con los niños con cáncer y sus padres, culpando a las empresas en lugar de asumir su responsabilidad como cabeza del gobierno federal. Y lo mismo en Tlahuelilpan y en tantas otras ocasiones.

Si hay tanta evidencia de que el presidente López Obrador dice la verdad una de cada dos veces que habla, nos dice verdades a medias o de plano falsedades las demás veces que lo escuchamos, además de manipular a sus audiencias sin recato alguno, la pregunta que me hago es: ¿Por qué tanta gente sigue apoyando al Presidente en las mediciones generales, arriba del 70 por ciento, a pesar de que en rubros específicos como inseguridad y economía las cosas no van bien? No es una pregunta nueva. Mucha gente se la hace y las respuestas no han sido, que yo sepa, contundentes. Por eso me animo a proponer una metáfora.

Pareciera que el asunto se asemeja a una situación que puede plantearse indistintamente en un género u otro, en la que una joven de pronto se enamora de un hombre guapo, ya de cierta edad, que ha visto muchas cosas y que la vuelve loca. Se enamora perdidamente de él y la cabeza se le nubla. Él la seduce, la enamora, con una serie de promesas hacia una vida feliz. Le promete viajes, lujos… La relación va avanzando, el enamoramiento de ella va en aumento y fijan fecha para el casamiento. Conforme los días pasan, ella empieza a ver que algunas de sus promesas no las cumple, pero lo disculpa. Que le dice "mentiritas" o medias verdades sobre su vida pasada, que también las disculpa. La madre de la muchacha le advierte de estas mentiras y, sin embargo, no le hace caso. El enamoramiento es tal, que incluso le perdona que vea a su exnovia y se vaya con ella de fin de semana más de una vez, o que le descubra mentiras sobre su trabajo y lo que gana. Por más hechos evidentes que le señala su mamá, no hace caso. Ella sigue encantada, no quiere ver lo que está ocurriendo. Su mente está obnubilada, cegada por una ilusión que todos quisiéramos que fuera cierta, una ilusión que a todos nos haría felices y terminara bien. Una ilusión que, sin embargo, es sólo eso, una ilusión.

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