Enrique Cardenas

No tiene mucha ciencia gobernar

La idea del presidente López Obrador, de que gobernar no tiene ciencia, está destruyendo lo que con tanto trabajo ha costado construir.

En su conferencia mañanera del pasado 25 de junio, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó que "no tiene mucha ciencia gobernar", implicando que es fácil hacerlo, "que la política es aplicar más bien el sentido común". Pero uno se pregunta si lo que realmente ha estado haciendo el presidente López Obrador es gobernar o simplemente ejercer el poder que le confirió el voto el pasado 1 de julio. Y la respuesta que uno encuentra está muy lejana a su definición de que eso de gobernar no tiene mucha ciencia. Una cosa es decidir, ejercer el poder, y otra muy distinta es decidir con certeza, con sabiduría, no con sentido común, que muchas veces falla, y que realmente beneficie a los ciudadanos.

El sentido común se confunde muchas veces con la simplicidad de los resultados, con el impacto aparente o que parece tendrá cierta decisión, sin considerar los efectos o el impacto que esas medidas tendrán en el mediano y largo plazos y cómo afectarán realmente a los individuos que se pretende ayudar. Tal es el caso de la entrega directa de recursos y becas a los pobres, sin que medie en esa entrega condición alguna o fin para el cual se debe utilizar el apoyo. O bien el caso de las estancias infantiles, en las que el apoyo se otorgará a las madres y ya ellas decidirán qué hacer con ese dinero.

Realizar esas entregas de dinero sin estudiar cabalmente el impacto que tendrá en los beneficiarios y sus familias es entregar el dinero a ciegas. El sentido común puede decir que ya los beneficiarios sabrán mejor que nadie cómo gastar ese dinero, pero nada garantiza que la decisión de esos beneficiarios los mejorará a ellos y a sus familias. Por ejemplo, si con ese dinero los jóvenes lo juegan en las cartas o si compran droga, al gobierno le da igual. En cambio, en el programa Prospera se aseguraba que la entrega del apoyo tenía como condición que las madres llevaran a sus hijos al médico y a la escuela, quienes contribuimos con nuestros impuestos estamos seguros que nuestro dinero sí estará ayudando a reducir la pobreza y la desigualdad.

Y como este ejemplo hay muchos más: la eliminación de las estancias infantiles, la eliminación de recursos en áreas del gobierno que reditúan a toda la sociedad, como el área técnica de la SEP, que se dedicaba a revisar las estructuras constructivas de las escuelas públicas (que ahora ha desaparecido para encargarle esa tarea a los padres de familia), o como los apoyos a jóvenes estudiantes que sigan sus estudios en el extranjero.

Tampoco es gobernar de manera adecuada e inteligente haber provocado la crisis de desabasto [de gasolina] en Jalisco y Guanajuato, a principios de año, por la supuesta guerra contra el huachicol sin importar las consecuencias para miles de personas, o bien decidir cancelar el aeropuerto de Texcoco por puro capricho. ¿Dónde quedó el sentido común en esas decisiones? O, ¿dónde está el sentido común de la decisión de construir una refinería en Dos Bocas cuando ya el mundo va hacia energías renovables, donde hay capacidad instalada de refinación ociosa en Estados Unidos y cuando el proceso de refinación es el de menor rendimiento a nivel mundial? ¿Dónde está el sentido común y lo fácil que es gobernar cuando siguen aumentando los índices de criminalidad en el país conforme ha avanzado el tiempo en este sexenio?

La visión simplista de lo público lleva a errores y decisiones garrafales, lo que hemos atestiguado una y otra vez en estos meses del nuevo gobierno. Tal ha sido el caso de la suspensión de programas gubernamentales por el pretexto de que había corrupción, pero sin establecer programas alternos que cumplan con los objetivos de los programas suspendidos. O bien la suspensión de compras de medicinas para los hospitales y clínicas públicas por supuestas irregularidades en los procesos de adquisición, o la más reciente: el considerar que el sargazo en las costas de la península de Yucatán es un problema menor y que no merece atención prioritaria. Y un largo etcétera.

Uno puede seguir con la lista de decisiones que muestran ignorancia, ineptitud y hasta mala fe por parte del gobierno. Con todo respeto, gobernar es una actividad tan seria que no se le debe dejar a los políticos, que normalmente tienen otros objetivos. Si se trata de ejercer el poder al buen entender de la autoridad, efectivamente no hay mucha ciencia. Se decide y ya. Pero los resultados son muchas veces desastrosos y más bien caemos en el desgobierno. Eso es lo que está ocurriendo. La misma idea de López Obrador, de que gobernar no tiene ciencia, está destruyendo lo que con tanto trabajo ha costado construir. No es casual que la economía haya reducido su crecimiento, que el crimen vaya en aumento, que los problemas y las expectativas vayan en un deterioro que ni siquiera es reconocido por la autoridad. Así, realmente no tiene chiste gobernar.

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