Opinión Enrique Cardenas

La parálisis de la educación, ¿hasta cuándo?

Hay una petición muy clara: abrir el diálogo con el gobierno para transitar hacia una reapertura ordenada y segura de las escuelas. Ojalá el SNTE y la CNTE se unieran.

Universidad Iberoamericana de Puebla, Puebla contra la Corrupción e Impunidad.

En semanas recientes, el tema invisibilizado por casi un año de pandemia finalmente empieza a encontrar un lugar en la discusión pública: ¿cuándo regresarán los niños a las aulas? Nuestras escuelas cerraron sus puertas indiscriminadamente y habilitaron pantallas como respuesta ante la emergencia del Covid-19. La educación a distancia para muchos niños –la mayoría– ha significado, en el mejor de los escenarios, enfrentar programas de televisión sin acompañamiento alguno. Para otros niños, la enseñanza a distancia ha representado el uso de tecnologías y de programas de computación, con experiencias muy variadas dependiendo de la interacción que permiten las plataformas educativas y la creatividad de los maestros.

Estas experiencias que parecen anecdóticas son en realidad de la mayor importancia y severidad. La desigualdad en la experiencia de aprendizaje durante la pandemia se traduce en la profundización de la brecha digital. Además, en México, la deserción escolar creció 16 por ciento, según investigadores del BID (https://tinyurl.com/uzywyecd) y el tiempo efectivo de aprendizaje se redujo en 30 por ciento, según Susan Parker del CIDE (https://tinyurl.com/vb8c32hh).

A la par del problema del rezago y deserción escolar, las escuelas eran un espacio que prevenía muchos demonios: la escuela es un espacio que propicia protección en muchas otras dimensiones que, al día de hoy, está anulada. La nutrición adecuada pende de los desayunos infantiles, la asistencia a necesidades de salud mental pende de las rutinas y servicios escolares, así como de la interacción al aire libre. El confinamiento ha anulado la protección de los niños frente a sus agresores en casa e imposibilita visibilizar lo que ocurre al interior de los hogares. Por ahora sabemos que en 2020 se abrieron nueve mil 881 carpetas de investigación más que el año anterior por violencia familiar (datos del Secretariado Ejecutivo del SNSP) y que el maltrato, la violencia psicológica y el abandonado han repuntado. A su vez, la caída en pobreza de muchas familias orilla a los niños a integrar las filas del trabajo infantil. REDIM calcula que el trabajo infantil aumentará seis puntos porcentuales, aunado a los riesgos de matrimonio y explotación sexual que enfrentan las niñas (https://tinyurl.com/2fr88mry). Los problemas de salud mental, reflejados en altos niveles de ansiedad, impulsividad y agresividad, detectados por psicólogos mexicanos, son apenas un asomo a las afectaciones en la salud mental de los niños y las dificultades que enfrentan las familias en su vida cotidiana (Campos Gutiérrez, et al. "Proyección emocional de la nueva normalidad en niños y niñas, ante el confinamiento por COVID-19", publicación en proceso).

En medio de esta serie de graves consecuencias en la vida de las niñas, niños y adolescentes, con severas repercusiones para su vida en el largo plazo, la autoridad educativa está esencialmente pasmada. Vale preguntarse: ¿seguimos en el contexto de emergencia, de falta de información y sin herramientas que ameriten continuar el cierre de las escuelas? Por supuesto que no.

Hoy en día, la ciencia nos exhorta a reabrir las escuelas. Las niñas y los niños son menos propensos a la transmisión del virus y a desarrollar síntomas graves. La UNESCO, UNICEF y otros organismos consideran el cierre de escuelas como una última opción. Las medidas y protocolos internacionales son contundentes: las escuelas que sólo admitan niños y maestros sin síntomas, cuenten con ventilación suficiente, propicien el distanciamiento, utilicen cubrebocas y el continuo lavado de manos, se vuelven espacios muchos más seguros y menos riesgosos de contagio que otros espacios que están abiertos. Así sucede en el resto del mundo. De hecho, en 101 países las escuelas están abiertas, ya sea de manera completa o parcial. No sólo en Europa y Estados Unidos, sino también en países de África, Oriente y de América Latina. ¡No necesitamos ser Finlandia! El regreso de las escuelas ha sido y debe ser escalonado, planificado y siempre voluntario.

En México hay movimientos de padres de familia, escuelas y organizaciones de la sociedad civil que desean dialogar con el gobierno para encontrar una solución, como ocurrió en otras partes del mundo. El reclamo y petición para considerar a la educación como una actividad esencial surge desde las entrañas de las comunidades escolares: sus madres y padres de familia, los maestros y otras organizaciones civiles preocupadas por los derechos de la infancia. El movimiento pacífico de #AbreMiEscuela, #PresencialEsEsencial y #VozDeNiño ha logrado congregar más de mil 600 padres de familia, maestros y ciudadanos, nueve asociaciones escolares, 374 escuelas que representan 145 mil alumnos a nivel nacional. La petición es muy clara: abrir el diálogo con el gobierno para transitar hacia una reapertura ordenada y segura. Ojalá el SNTE y la CNTE se unieran también.

Esperemos que en México sea posible salir del todo o nada, del limbo en el que están la niñez y la juventud de nuestro país, y encontremos soluciones, pues de lo contrario pagaremos como mexicanos una triste y cara factura.

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