Eduardo Guerrero Gutierrez

'Narcobloqueos' en Tampico

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Los bloqueos de vialidades, como pocas acciones, tienen un poderoso carácter simbólico en la vida pública mexicana. En un país donde las opciones informativas masivas son todavía escasas y el acceso a internet limitado, la calle sigue siendo la arena pública en la que los grandes grupos de interés miden fuerzas. La facilidad con la que las autoridades permiten ocupar plazas o bloquear avenidas es frecuentemente un reflejo del grado de la afinidad política que tienen con diversos actores, y un reconocimiento tácito de su relevancia.

Las organizaciones criminales no son ajenas al uso de las calles como mecanismo para hacer ostentación de su poder. Los criminales han llegado a impulsar "manifestaciones" para demostrar el respaldo que gozan entre sectores amplios de la población (aunque en principio parezca contra intuitivo, es una realidad que en algunos lugares los grandes capos gozan de un arraigo social genuino, que se construye a partir del miedo pero también por medio del papel que desempeñan como los principales empleadores y benefactores de la comunidad).
Manifestaciones de este tipo tuvieron lugar con frecuencia en Michoacán, en los tiempos en los que La Familia y Los Templarios mandaban en la entidad. En febrero de 2014 también se registraron manifestaciones en varias localidades de Sinaloa para protestar por la captura de El Chapo.

No obstante, la mayoría de las veces que los criminales toman las calles lo hacen con el claro propósito de infundir miedo y, en alguna medida, de entorpecer el desplazamiento de fuerzas policiales o militares; estos son los llamados narcobloqueos. Con algunas variantes, la dinámica casi siempre es la misma: un pequeño comando armado detiene un tráiler o un camión y lo atraviesa en una vialidad, donde permanecerá algunas horas. A veces se le prende fuego. A veces, de paso, se asalta a los pasajeros. Los narcobloqueos se popularizaron en 2010 en Monterrey, año en el que llegaron a registrarse hasta 28 en un mismo día. Los narcobloqueos son un fenómeno grave porque mandan el mensaje de que los criminales le llevan ventaja a las autoridades. Ellos son los que se pueden movilizar rápido y pueden alterar el tráfico a su favor.

En este contexto, preocupan los hechos ocurridos el 22 de abril en Tampico (cuando se registraron durante horas bloqueos, balaceras y quema de vehículos, al parecer como parte de la reacción de una célula del Cártel del Golfo ante la captura de Silvestre Haro Maya, El Chive). Preocupa en primer lugar porque los narcobloqueos se han convertido en un fenómeno recurrente en Tamaulipas. Apenas una semana atrás se registró una situación similar (acaso de menor magnitud) en Reynosa. Sin embargo, al parecer en Tamaulipas no existe la capacidad para anular eficazmente esta estrategia criminal. En Tampico los vehículos permanecieron por varias horas obstruyendo las vialidades, y en algunos casos fueron los propios vecinos quienes tuvieron que organizarse para contener los incendios.

El Chive opera principalmente en Altamira, pero su área de influencia se extiende a Madero, Tampico y algunos municipios del norte de Veracruz. Se presume que su actividad principal es el robo y la venta de hidrocarburos, después del tráfico de estupefacientes. Además de la venta de combustible y del narcotráfico, incursiona en el cobro de cuotas a agricultores y ganaderos, la extorsión, el secuestro y el tráfico de personas. No es la primera vez que se lleva a cabo un operativo para intentar capturarlo. En octubre del año pasado ya hubo un enfrentamiento que se extendió por varios ejidos de la periferia de Tampico cuando elementos de Semar y de la Policía Federal intentaron capturar al líder criminal (de forma infructuosa en aquel entonces). La reacción de los criminales ante el nuevo intento de captura no debió tomar por sorpresa a las autoridades. Sin embargo, de nueva cuenta, el manejo de la crisis fue deficiente.

Los episodios de violencia que desde hace cinco años se registran con relativa frecuencia, indudablemente han significado un enorme costo para la sociedad tamaulipeca. Al día siguiente de los bloqueos del 22 de abril, sólo asistieron a clases 30 por ciento de los alumnos en Altamira (el municipio conurbado de Tampico en el que se registraron la mayor parte de los hechos de violencia). Muchos negocios también se vieron obligados a cerrar sus puertas.

Más grave todavía, no hubo entre las autoridades una voz que explicara con claridad lo que ocurría. Tampico se paralizó sin que sus habitantes supieran en realidad qué vialidades estaban tomadas, cuáles rutas de transporte se mantenían en operación, o dónde existían los mayores riesgos. Durante las horas que siguieron a los enfrentamientos en el sur del estado el gobernador Egidio Torre Cantú guardó silencio. El 17 de abril, día de los enfrentamientos en Reynosa, se reportó que el gobernador se encontraba en una fiesta la ciudad de México. En los comentarios publicados por tamaulipecos en las redes sociales se percibe un sentimiento de abandono.

Twitter: @laloguerrero

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